GRANMA, Cuba.- La acalorada reclamación de la joven bayamesa Daikelín Santoya Guerra por el peso del pollo que le acababan de despachar en la bodega de la esquina de 16 y 39 Final, en Bayamo, trae a colación el tema del pesaje de productos en los establecimientos de venta y las reiteradas violaciones que se cometen en perjuicio del consumidor.
“Aquí más nunca hay ocho onzas”, decía Daikelín, mostrando al dependiente la ración de pollo mensual que le acababa de vender. “De contra que es un pedacito, si arriba de eso no lo pesas bien no va a dar ni para una sopa”. Al volver a pesar la porción, resultó estar –efectivamente– por debajo de la medida establecida.
Muchos vendedores son expertos en el “arte” del pesaje y el uso de balanzas defectuosas: colocan siempre la cantidad “justa” en la báscula tirando el producto, que se balancea de un lado a otro, y rápidamente lo retiran y entregan sin dar tiempo a que la balanza deje de oscilar y ocultando la escala, mientras complacen al cliente simulando eficiencia y rapidez.
Sin embargo, lo correcto sería ajustar primeramente la balanza con el peso deseado y poner la escala visible al cliente; luego aumentar o disminuir la cantidad de producto hasta acumular la cantidad justa por la que se paga.
La verificación posterior del pesaje a clientes que no caen en la trampa también se torna difícil, pues si existe otra balanza, aunque sea otra la persona que hace la verificación, muchas veces le da la razón al vendedor incluso si este no la tiene. El timo está coordinado.
Además, quienes se abstienen de ser solidarios cuando alguien reclama por un derecho violado “porque ese no es problema nuestro”, quedan expuestos a sufrir la misma violación.
Según regulaciones vigentes de Normalización, Metrología y Control de la Calidad (NMCC), toda balanza que funcione debe de estar debidamente certificada por la entidad de Metrología y Control de la Calidad correspondiente. Sin embargo nadie asegura que actualmente todas lo estén; con el agravante de que en ocasiones son básculas particulares “porque el Estado no ha entregado la que corresponde”, como alegan algunos dependientes o administradores admitiendo, de paso, una doble violación.
Entre las “técnicas” de estafa al consumidor más comunes están las balanzas calzadas, la escala borrada o remarcada por el vendedor, productos pesados de antemano y empacados sin sello, entre otras.
Los desfalcos que sufren regularmente los ciudadanos han sido analizados incluso por la Asamblea Nacional del Poder Popular, adonde han llegado quejas sobre el pesaje, la adulteración de productos y la desprotección al consumidor, calidad y precios que no se corresponden y uso de medidas no normadas para expendio como jarros, mazos, palas, cubos, entre otras.
Pero la solución a esta problemática que sufren casi todos los cubanos aún no llega.
El trucaje en la conversión de libras a kilogramos es otro asunto espinoso, generado por los estrategas de NMCC a nivel nacional. La unidad de peso más utilizada en Cuba es la libra y por ella se conoce el precio de los productos. Sin embargo, las escalas de las pesas suelen ser en kilogramos.
El semanario granmense La Demajagua informó recientemente, sobre la idea de digitalizar todas las balanzas, que “ese proyecto (…) es nacional y se planteó sustituir los instrumentos desde el 2015 hasta el 2017 (…) Por nuestras carencias, sabemos que ese objetivo demora más tiempo”.
Luego aclara, a nombre de Antonio Silveira Aldana, especialista de NMCC del territorio que “de las más de 300 (pesas digitales) solicitadas aquí el año pasado, no entró ninguna y está por ver si arriban las 300 planteadas para este año”.
La causa del mal, más que buscarse en la inestabilidad o carencia de productos, está asociada a factores como la actitud y conducta humana ante el trabajo, así como la falta de ética, valores y principios.
Expresión de ello es la sustracción fraudulenta de materias y productos que no se ofertan en las proporciones normadas, desviándose al consumo personal o al mercado negro; falta de responsabilidad y amor por lo que se hace y falta del sentido de pertenencia y compromiso con el cliente.
Se trata de un delito sancionable de robo. La convivencia con la mentalidad de “luchar” a costa de lo que sea nos hace víctimas y cómplices a la vez.
El deficiente control de las entidades, obligadas a velar porque se preste un buen servicio, permite que muchos de los responsables permanezcan ocasionando problemas, actuando más del tiempo tolerable sin que pase nada. Ante las bien fundamentadas quejas ciudadanas, esconden las insuficiencias internas con un arsenal de justificaciones y palabrerías, acudiendo a las limitaciones y efectos económicos del “bloqueo”.