Editorial. Contacto
Magazine, marzo 28, 2002.
Los mexicanos, diplomáticos por naturaleza, han comenzado a vivir una
nueva experiencia en sus relaciones con el gobierno de Fidel Castro. El diario
Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, ha publicado
supuestas fotos del canciller mexicano Jorge Castañeda, en las que éste
aparece vestido con uniforme militar en un presunto campamento cubano de
entrenamiento de guerrilleros latinoamericanos.
Granma afirma que Castañeda no sólo solicitó sino que
recibió entrenamiento en Cuba hace años, con el propósito
de apoyar a los movimientos guerrilleros centroamericanos.
Cierto o falso, la realidad es que publicar las fotos ahora, en medio de un
diferendo con el canciller mexicano, es una prueba irrefutable de que el
gobierno de Castro usa el chantaje como política de Estado.
Se trata de colocar a Castañeda en fuego cruzado. La derecha, Estados
Unidos y los círculos moderados podrían repudiarlo si las fotos
son verdaderas. La izquierda mexicana, de hecho, ha estado pidiendo la renuncia
del canciller de todos modos.
Un detalle se le ha escapado al castrismo en este juego sucio: si las fotos
son verdaderas, entonces Castro ha mentido cuando ha dicho que su régimen
nunca entrenó a guerrilleros mexicanos. Y si, además, cree que
presentar a Castañeda como guerrillero es desacreditarlo, de alguna
manera es también desacreditarse a sí mismo como promotor de
guerrillas, y desacreditar a todo el movimiento guerrillero latinoamericano.
El estilo estridente del castrismo estremecerá, sin dudas, a muchos
mexicanos. Pero no a los cubanos, acostumbrados durante cuatro largas décadas
a ese singular estilo de gobierno, mediante el que se cataloga a todo el que
piense diferente como un enemigo personal.
La ofensa, el vocabulario de carretoneros -con perdón para estos
laboriosos hombres- ha sido una constante del régimen de Castro desde que
el caudillo cubano asumió el poder en 1959.
El ex prisionero político, escritor y poeta cubano Armando Valladares
sufrió el mismo trato en las páginas de Granma, cuando abandonó
una prisión en la que estuvo 22 años. Igualmente fue tratado
Ricardo Bofill, uno de los padres de la disidencia interna cubana. Los
extranjeros no han sobrevivido tampoco al chantaje de Granma, periódico
de ocho páginas y único de circulación nacional en Cuba. En
la década de los 90, el presidente del gobierno español, José
María Aznar, fue objeto también de una campaña similar
luego de que el propio Castro lo calificara despectivamente de "caballerito".
En abril de 1980 cuando 10.800 cubanos invadieron la embajada de Perú
en La Habana en busca de asilo político, Granma fue el vehículo
principal de los insultos a los asilados y del calificativo de "antisociales"
para estos hombres y mujeres que huían del régimen comunista, y
para otros 125 mil que semanas después viajaron a Estados Unidos mediante
el llamado éxodo del puerto cubano de Mariel. Periodistas desertores
aseguran que el propio Castro escribía entonces y aún escribe hoy,
los editoriales de Granma.
Asimismo, en la actualidad, Granma y el castrismo han usado el calificativo
de "mafia terrorista" para el vasto exilio cubano radicado en Estados
Unidos, como un método de trabajo para desacreditar a los opositores
exiliados, ninguno de los cuales ha sido acusado de ningún acto
terrorista ni de pertenecer a ninguna mafia.
En el fondo hay una verdad sencilla: Jorge Castañeda, un intelectual
de prestigio que abandonó la ideología comunista hace años,
ha provocado la ira de Castro por separarse de y criticar a la izquierda
radical. Pero además, desde que asumió el cargo de secretario de
Relaciones Exteriores de México, en diciembre de 2000, ha llevado a cabo
una política abierta en defensa de los derechos humanos. El régimen
de Castro, que ha sido condenado por violaciones a estos derechos año
tras año por Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Pax
Christi y otras organizaciones, está nuevamente en el banquillo de los
acusados de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, cuyas sesiones han
comenzado en Ginebra, Suiza.
Allí, Castañeda ha sido un defensor de los estados de derecho
y un crítico de lenguaje diplomático y mesurado contra quienes
violan continuamente los derechos y las libertades del individuo.
El castrismo no puede tolerar algo así, como no puede tolerar una
oposición interna, ni una prensa independiente, ni propiedad privada, ni
libertades fundamentales. Por esta razón, ha emprendido esta repudiable
cruzada contra Jorge Castañeda, a pesar de que el canciller mexicano no
es ni por asomo, el más ácido crítico de la dictadura de
Castro.
Nada nuevo bajo el sol.
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