CUBANET .INDEPENDIENTE

19 de marzo, 2002


La madre y el gigante

Ramón Díaz-Marzo

LA HABANA VIEJA, marzo / www.cubanet.org - Cuando en el año 1991 comenzó en Cuba el período especial, muchas mujeres abandonaron sus puestos de trabajo y, sin transición, de la mañana a la noche comenzaron a ejercer ese viejo oficio conocido por prostitución. Por supuesto, ser mujer bella no significa una aptitud que garantice el éxito en lo que a veces sólo es un repugnante trabajo de alcoba; pero ayuda.

Sin embargo, del personaje que hoy nos ocupamos hay que aclarar que nunca fue una mujer bella, pero sí poseedora de una interesante personalidad protagonizada por unos ojos angustiosos.

A esta mujer la conocí impersonalmente en la década de los años 80. Trabajaba en un comercio estatal gastronómico que yo frecuentaba. La recuerdo eficiente en su trabajo, joven, con un cuerpo bien proporcionado, pero sin los altibajos de la coquetería. Y por aquellos tiempos no había en ella ninguna señal que anunciara por anticipado en lo que se convertiría tantos años después.

A partir del año 1991 empecé a tropezármela en la Calle de los Obispos, lugar frecuentado por turistas. En aquel triste año (1991) recién había traído al mundo a su primer hijo. Y durante una década he sido testigo involuntario de como el pequeño varón fue creciendo entre sus brazos.

Cuando la vi por primera vez con el niño en su regazo, pensé que los turistas se conmoverían y le regalarían algún dinero. Y en efecto, los turistas se conmovían con el recién nacido en el regazo de la madre y se desprendían de ropa, dinero, y artículos de aseo personal.

Los años del período especial comenzaron a pasar y aquel pequeño niño, también, de un modo especial, creció.

Durante años la vi por todas partes con su hijo a cuestas. A veces imaginé al niño como un escudo; en otras ocasiones como una tarjeta de presentación, y definitivamente como un cartel que decía: ¡AYUDENNOS!

Luego, poco antes de que el período especial se enganchara al presente siglo, noté que el niño había crecido como para poder caminar y, sin embargo, aun la madre lo cargaba. Pensé entonces que un día aquel niño crecería tanto que ya no tendría su madre ninguna justificación para llevarlo a cuestas. Pero también pensé que quizás, tratándose de una manera de sobrevivir en nuestro pequeño infierno, aquella madre lograría alguna magia. Por ejemplo, que el niño no creciera más.

Pues anoche la vi otra vez por la calle del Obispo. El niño ha crecido. Quizás tenga la misma altura de la madre, pero ambos han logrado un camuflaje. Las largas piernas del niño se entrelazan en la espalda de la madre. Los turistas sólo ven la carita triste de un niño, y como es delgadito no se percatan de su edad y continúan viendo a un recién nacido.

Anoche vi a la madre cargando a su pequeño gigante. Mas como de cualquiera manera la realidad al final se impone, fui testigo de cómo en un momento ella (la madre) depositaba a su hijo en el pavimento de la acera (como un bate de béisbol cuando se recuesta a una pared de modo vertical para que no se caiga) y el niño, como si continuara pegado a la madre, no se paraba en sus dos piernas, sino que continuaba recostado a la madre como si el fuera el bate de béisbol y la madre la pared.

Conjeturo que durante muchos años, ambos, acostumbrados a este singular binomio originado por la necesidad y el amor, un día cambien los papeles y sea el hijo quien tenga que cargar a la madre. Pero me preocupa que este pequeño gigante, cuyas piernas apenas se han ejercitado, esté preparado para soportar el peso de una madre anciana.

P/S: Mientras escribía esta crónica me rondó la tentación de ponerle nombre a estos personajes reales. A la madre la hubiera nombrado Patria, y al hijo Revolución. Pero no me decidí, porque una cosa es el periodismo, y otra bien diferente la ficción. De todos modos tengo por sabido que hay algunas mujeres que llevan por nombre Patria, Libertad, y Esperanza.


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