Bye, bye,
pollito querido
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, febrero (www.cubanet.org) - En un encuentro recién
celebrado en La Habana, economistas, académicos y otras categorías
de alquimistas de la izquierda volvieron a llegar a la conclusión de que
el capitalismo está en su fase terminal. Para demostrarlo expusieron
pruebas que ellos consideran irrebatibles.
Pero en la vida real parece que una vez más el viejo capitalismo
tendría que organizar una operación de rescate de este comunismo
criollo que tanto disfrutamos en Cuba.
Según se comenta oficiosamente por acá, el régimen
estaría pensando en comprar carne de pollo en el extranjero (capitalista)
debido a la crónica ineficiencia del sector avícola nacional
(comunista).
La situación que ahora se reconocería es en realidad de vieja
data. Desde hace unas cuatro décadas las singularidades del sistema que
se introdujo en la isla confirieron al gobierno, con carácter casi
exclusivo, la responsabilidad por la producción avícola. Así,
la mundana faena de criar pollos también mereció el patriótico,
cuasi sagrado, control del Estado.
Como resultado de este régimen de propiedad (y de acuerdo con los más
conservadores estimados disponibles) el costo de producción de una
tonelada de carne de pollo habría llegado a ser en Cuba el doble más
elevado del que se alcanza en los Estados Unidos o en el Canadá.
No hubo mayores problemas mientras duró el prolongado subsidio soviético,
pero terminado éste se descubrieron complicados silogismos: el pollo come
pienso, el pienso hay que comprarlo, si no hay dinero tampoco hay pollo. Y como
suele acontecer por acá, con la mayor naturalidad, la mesa del pueblo
perdió otro plato.
Primero, en los años iniciales de la década del 90, la
producción avícola se contrajo en términos considerables.
Por el interior del país desapareció la venta de carne de pollo, y
la distribución de huevos se redujo a una cantidad simbólica:
tres huevos per cápita mensuales.
Luego, se implementaron algunas soluciones emergentes que mejoraron la
situación. Las autoridades fomentaron la cría de nuevas razas,
obtenidas por cruzamiento, y además comenzó la venta de polluelos
de ceba recién nacidos a individuos particulares.
Estas actividades se profesionalizaron y alcanzaron una presencia
significativa en el mercado informal de la isla. Por los campos, pueblos y
ciudades del interior del país se extendió la cría de
pollos. Los precios bajaron algo a cuenta de los productores privados.
Cualquiera podía comerse una tortilla o una pechuga frita.
Pero para que un habanero pudiera disfrutar un buen pollo ahumado tenía
que ir al interior de la isla, donde había una eficiente maquinaria
productiva. Y ésta se dedicaba esencialmente a saquear al Estado porque
la mayoría del pienso con que "trabajaban" los criadores
particulares era robado de las grandes granjas avícolas estatales.
Obviamente, ésta es la raíz de la polución en la rama
avícola estatal, y ante la incapacidad de esterilizarla ahora el régimen
optaría por simplemente arrancarla. Presuntamente, se dejaría de
cebar pollos en la isla para comprarlo en mercados foráneos y ésta
no sería una decisión que favorecería al cubano de a pie.
Es muy difícil imaginar que el gobierno fuera a importar pollos
capitalistas para los estoicos estómagos del proletariado nativo. Según
la creencia más extendida, lo que preferentemente se buscaría con
este cambio sería -si se lleva a cabo- es asegurar el menú de los
dos millones de turistas que visitan Cuba cada año.
Claro, comiendo pollo capitalista esos turistas contribuirían a
salvar, a prolongar este régimen comunista.
Entretanto, el pueblo de la isla, hambreado e impotente, ya ensaya la
despedida de su postica (de pollo) eventual. Bye, bye, pollito querido, va
pensando pesarosa la gente.
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