Publicado el 19 de febrero de 2002 en
El Nuevo Herald.
Bush y el Congreso discrepan sobre Cuba
El Nuevo Herald. Pablo Alfonso
Mientras que la Casa Blanca prepara una política más fuerte
hacia el régimen de Fidel Castro, alegando que las relaciones no mejorarán
hasta tanto Cuba se comprometa con la democracia y los derechos humanos, todo
parece indicar que el Congreso de Estados Unidos tiene en su agenda una visión
diferente, por lo menos en lo que se refiere a las sanciones económicas a
la isla.
''Ese puede ser el punto de vista de la rama ejecutiva, pero no es el punto
de vista del poder legislativo y nosotros hacemos política'', declaró
la representante demócrata por Los Angeles, Diane Watson, quien visitó
a Cuba la pasada semana.
Ileana Ros-Lehtinen, congresista republicana por la Florida, reconoció
que ''hay una fuerte resistencia en el Congreso a mantener las sanciones económicas''
y que las próximas semanas van a ser testigos de ''una fuerte batalla''
en ese sentido.
''Es en realidad un movimiento bipartidista, aunque mayormente demócrata,
con suficiente respaldo en el Congreso, dispuesto a eliminar las sanciones al régimen
de Castro'', afirmó Lehtinen.
La congresista cubanoamericana indicó que ''Cuba tiene más
restricciones económicas que ningún otro país'' por parte
de Estados Unidos, y señaló que en estos momentos existe una
tendencia generalizada entre los congresistas a eliminar esas sanciones, no sólo
a Cuba, sino a otros países.
''Sucede que ellos consideran que Cuba es el eslabón más débil
y si lo rompen, logran un precedente para abolir también las sanciones a
otros países'', apuntó.
Ros-Lehtinen se mostró confiada en que el presidente Bush cumplirá
su promesa de vetar cualquier legislación que incluya una flexibilización
de las sanciones a Cuba.
''Va a ser difícil parar esas propuestas en el Congreso, pero
contamos con la decisión del presidente Bush de mantener una política
radical frente a Castro'', subrayó.
Esta semana comenzaron las primeras escaramuzas de esa campaña,
cuando el senador demócrata por Dakota del Norte, Byron Dorgan, presidió
una audiencia del subcomité de Apropiaciones del Senado sobre el tema del
turismo norteamericano a Cuba.
''La política estadounidense hacia Cuba debe ser revisada porque si
uno tiene la misma política durante 40 años, y ve que no funciona,
quizás sea hora de cambiarla'', dijo Dorgan, quien ha visitado a Cuba
para promover las exportaciones agrícolas. "Castro ha estado
gobernando durante los períodos de 10 presidentes de Estados Unidos. Eso
deber convencer a alguien de que estas restricciones no funcionan''.
La Habana está manejando muy hábilmente las diferencias entre
el Ejecutivo y el Congreso, en una paciente campaña que parece estar
dando sus frutos. Desde 1999, ocho senadores, 18 representantes y un gobernador
norteamericanos, han visitado Cuba en medio de un creciente interés en el
Congreso por la isla, según datos del Consejo Económico y de
Comercio Estados Unidos-Cuba, un organismo no gubernamental con sede en Nueva
York.
Esas visitas se suman a los esfuerzos que Cuba realiza con importantes
sectores de la agroindustria norteamericana con el fin de que se incorporen a su
agenda ante el Congreso, en favor de levantar la sanciones económicas a
la isla.
En ese sentido, el balneario mexicano de Cancún sirvió de
escenario a una reunión celebrada a fines de enero entre altos
funcionarios cubanos, empresarios y políticos estadounidenses.
Por primera vez, dentro de ese marco, las autoridades cubanas establecieron
claramente que Cuba volvería a comprar otros $35 millones de dólares
en alimentos a los cosecheros estadounidenses, y exhortó a respaldar los
esfuerzos por eliminar las sanciones.
Sin embargo, Cuba recibió también, en esa ocasión, una
clara señal de que las cosas no serán del todo fácil en el
Congreso, y que los legisladores no sólo tendrán en cuenta
argumentos económicos a la hora de analizar el tema de las relaciones
entre ambos países.
La senadora Blanche Lincoln, demócrata por Arkansas, firme partidaria
de levantar las sanciones económicas a la isla, aprovechó la ocasión
para recordarle a los participantes en el evento, que si es hora de revisar la
política norteamericana hacia Cuba, "también es importante
que el gobierno de Cuba revise su política hacia sus propios
ciudadanos''.
''Basta ya de ese continuo éxodo de refugiados hacia nuestras costas.
Basta ya de esos cientos de disidentes en las prisiones cubanas. Basta ya de que
los periodistas, escritores y otras voces independientes sean intimidadas,
perseguidas y silenciadas por el régimen de Castro'', subrayó la
senadora.
Vivencias de un nicaragüense en su primer viaje a La Habana
IVAN TAYLOR. Especial para El Nuevo Herald
No soy cubano, pero cuando llegué a La Habana, mis primeras vivencias
me transportaron a mi país.
El domingo 27 de enero aterricé en Cuba lleno de expectativas,
incertidumbres y ansias. Aquel país mítico, que sólo conocía
por fotografías y compartiendo café cubano con los colegas, estaba
allí, esperándome con lo inesperado. En La Habana, comprendí
que todo ese montaje y las historias de intimidación de un gobierno que
los exiliados detestan, existe.
No sólo existe, sino que me llevó por completo a los años
80, a la Nicaragua de los sandinistas.
Ingresé al país como turista, y al llegar al aeropuerto fui
sometido a un cuestionario incoherente. Me preguntaron desde dónde me iba
a hospedar, hasta que si me gustaba el idioma inglés. Cuando le manifesté
que no entendía su pregunta, ya que he vivido y estudiado en Estados
Unidos por 20 años, me respondió que su pregunta se debía a
que a ella --la agente vestida de verde olivo, que no formaba parte de
Inmigracion-- le gustaba el inglés.
Me pidieron que abriera mi maleta y les mostrara lo que llevaba. Allí
no había más que mi ropa, dos encargos de una amiga y una bolsa
con cartas. Mi sorpresa fue al descubrir que los sobres estaban abiertos y las
cartas estropeadas. Me quedé sin palabras. Por supuesto, negaron en todo
momento tener algo que ver con esto.
Fue entonces que comprendí lo que dicen los exiliados, la razón
por la que mis padres tomaron la decisión de marcharse de Nicaragua, y de
igual forma me sentí como en el país que abandoné de niño
y no en la Cuba que ahora como adulto visitaba.
Hay quiénes aseguran que sobornando a estas personas se evita esos
malos ratos. En Cuba hay muchas cosas que se logran con el dólar en la
mano.
Por ejemplo, el que viaja a la isla por placer sexual, en La Habana se
encuentra de todo y para todos. Me asombraron cuán agresivas son las
mujeres, que tienen un ojo clínico para los turistas. Muchachas lindas y
jovencitas, que no vacilan en piropear al visitante, joven o viejo.
Las historias de los exiliados sobre las famosas jineteras, testimonios que
parecían un tanto exagerados, allí estaban en vivo y a todo color.
Y los hombres no se quedan atrás. Jóvenes y otros que ya no lo son
tanto, caminando de arriba para abajo, asegurando ser heterosexuales, haciéndole
propuestas indecorosas al turista masculino, por dólares, por supuesto. Y
en fin, todo se paga con ''el fula'', como se le conoce a la moneda
norteamericana.
El lema de la American Express --"no deje su casa sin ella''-- no vale
en Cuba. Las tarjetas de crédito que tan acostumbrados estamos a llevar,
por el auxilio necesario que nos proveen, en Cuba no me servían para
nada.
Al viajar a la isla comprendí cuán americanizado estaba,
acostumbrado a ese plástico que lo aceptan en todo América Latina,
pero no en La Habana. La estadía en el Hotel Plaza, de La Habana Vieja,
fue muy cómoda, y además estaba en lo que los cubanos del exilio
califican como ''el centro del mundo''. Pero en ese mundo se me agotaba mi
efectivo, y por primera vez en mi vida me inquietaba estar en un país
desconocido contando los centavos en la bolsa.
Con poco dinero el cubano se acostumbró a vivir, hasta que conoció
que existía el dólar. En la Cuba que se vanagloria de haber
erradicado las clases sociales, y dado las oportunidades al pueblo a educarse,
ahora hay quiénes viven mejor por tener familiares en el exterior, y quiénes
son menos privilegiados por que no tienen a nadie que les provea dólares.
De igual forma, esos profesionales educados producto de un obsequio de la
revolución abandonan sus carreras y trabajan de meseros, de taxistas, o
simplemente prostituyéndose con los turistas. En fin, en algo que les
permita obtener divisas, como le dicen oficialmente al dólar.
No es ningún incentivo para el cubano aspirar a ser el jefe la sección
de trabajo donde labora. Por los cuántos pesos más que pueda
ganar, no puede ir a la bodega --como le dicen a la tienda-- para comprar carne,
ya que no hay.
Una señora se insultó cuando le dije que no comía
cerdo, y me dijo que no había tocado carne de res en tres años. Y
un amigo profesional que me ofreció su casa, me dijo que le tomaría
años componer su vivienda, cuyo baño está compuesto de un
inodoro, sin tapa, sin palanca, y que ninguna mujer se atrevería a usar.
En fin, las historias y exageraciones de los cubanos exiliados parecían
ahora tener más sentido. La Habana, de la que escuché en El
Versalles y en La Carreta, resultó, en efecto, una gran ciudad. La
arquitectura de esta urbe lo dice todo, pero cuando anochece carece del brillo
del que tanto se jactan los exiliados.
Es precisamente La Habana que Fidel tomó hace más de 40 años,
pero que todavía parece controlar, con todo y su necesidad por el dólar.
''El Fifo'', como le dicen a Castro, es motivo de chistes, pero no frente a
una cámara. Los cubanos de la isla se ríen de sí mismos
cuando dicen que hablan de todo.
"Conversemos de lo general, pero no del comandante; sino, puede haber
problemas''.
Taylor es un periodista del Noticiero 51 de Telemundo. El Canal está
emitiendo todas las noches a las 11, hasta el viernes de esta semana, una serie
de reportajes sobre su viaje a Cuba. |