Belkis Cuza Malé.
El Nuevo Herald, febrero 15,
2002.
Hay gente que todavía cree que puede colarse por el ojo de una aguja.
Ni para entrar al cielo ni al infierno. Y mucho menos a la feria del libro que
se celebra estos días en La Habana torturada y triste de Fidel Castro.
Pero, a decir verdad, algunos escritores logran confundirme con sus secretos
deseos que ya dejan de serlo cuando los vemos en La Habana del brazo de Fidel
Castro. Me pregunto: ¿qué hace un escritor francés, o español,
o cubano del exilio de visita en una actividad como la Feria del Libro de La
Habana, mediatizada, manipulada, oliendo a censura?
Miguel Barnet, mi antiguo y querido amigo, a quien el destino parece haberle
jugado una mala pasada, no puede quejarse. ¡El pobre! Al fin recoge los
frutos de su servicio al régimen: medallas, premios, y hasta una feria
completa en honor suyo. ¿Qué se sentirá cuando se es
halagado, llevado y traído por el espantoso tirano de las luengas barbas?
¡Ay, Miguel, qué pena! ¿Qué han hecho de ti? ¿Por
qué? ¿Por qué has dejado que te coronen en esa fortaleza
donde sólo resuenan los fusiles?
No te juzgo. Sólo te recuerdo como al viejo amigo que se quedó
para alimentar la caldera del diablo. Tú, siempre entre dioses, jicoteas
y cimarrones, fabricándote un mundo propio. Tú, en medio de una
ciudad que pintó para ti un amigo común, José Cid, el
murciano que amó a Cuba. Tú, diestro en mitologías, y ducho
en todo, hasta en muros (como cuando, hace años, te trepaste al de la
casa de un amigo para no verle la cara al cura-poeta Ernesto Cardenal, porque lo
sentías farsante).
Tú, que caminabas conmigo las calles del Vedado, a la salida de la
UNEAC, sometidos los dos a la paciencia de la espera por días mejores,
para finalmente terminar en Coppelia, tomándonos un helado (yo de fresa,
tú de limón). Tú, que siempre encontrabas un solo zapato
tirado en la calle, y me decías con extrañeza: "¿Te das
cuenta, siempre hay uno solo?''
Tú, que a ratos me hacías los regalos más caprichosos
del mundo, cuando con gran humor y cariño ibas ''apropiándote'' de
las ropas más bonitas que veías y jugabas a regalármelas. Tú,
que amabas a las vedettes, en especial a Rita Montaner, a Catalina Lasa, a Bola
de Nieve, al folclore de la vida misma, a una Cuba pintoresca que parecías
tomar prestada por algún rato.
Tú, que tenías esa gracia especial para contar los chismes
como si fuesen las verdades más grandes del mundo. Tú, mitómano,
diestro en invenciones, experto en antropologías de sobrevivencia. Tú,
enemigo sin embargo de la mentira. Tú, que hiciste lo indecible, cuando
se pudo, para que reinara la justicia en medio de la injusticia, en aquel mundo
solapado y feo que era entonces --y es, sin duda todavía-- la Unión
de Escritores y Artistas de Cuba.
Tú, que tras años de ostracismo, visitaste finalmente la casa
de Pushkin y te robaste para mí un trocito del alma del poeta. Tú,
que no cesabas de bromear, aun en la calle 42 de Nueva York, y para dejar
constancia de nuestra amistad, por encima de tiranos y policías, te
retrataste junto a mí en Times Square, a pesar de que, para entonces, ya
no estábamos en la misma orilla.
Tú, el amigo, el poeta de otros tiempos y otras épocas, no
sabes ya de magias e invenciones. Has olvidado el rostro de Virgilio, la
respiración entrecortada de Lezama, la horca en cuello ajeno, las
humillaciones de los otros, el ultraje a la amistad.
Esa mano que se extiende ahora y te saluda no es la mano de Juan Clemente
Zenea, el poeta fusilado hace siglos en esa fortaleza de La Cabaña, ni
esos dedos finos y largos son los de Fernando Ortiz, tu mentor. Es la mano de
Fidel Castro --¿te das cuenta?
¿Cómo has permitido que te arrebaten tu condición de
poeta? ¿A quién le estás dando ahora ''pluma por pistola''? ¡Pobre,
pobre Miguel! |