A paso de
bastón: los tarecos
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - La guerra del gobierno de Fidel
Castro contra la proliferación del mosquito transmisor de la fiebre
amarilla y del dengue no sólo va acompañada por la recogida en las
calles de La Habana de, hasta ahora, un millón 300 mil metros cúbicos
de basura y escombros, según las últimas cifras hechas públicas.
Junto a éstos, ratas en estampida hacia los hogares y tres muertos
por leptospirosis, ha aflorado en todos los barrios habaneros lo que pudiera
llamarse el movimiento de los tarecos, una palabra que en castellano de Cuba
sirve para nombrar aquellos trastos o trebejos que la población guarda
para "por si acaso". Lo humano y lo divino puede ser un tareco. Desde
juguetes anticuados de ex niños ya abuelos, hasta extraños modelos
de cocinas artesanales y cuanta cosa ha dejado de usarse por el aquello de que
mañana "pudiera servir".
La guerra contra el mosquito ha provocado además la proliferación
del tareco en plena calle. La población aprovecha la oportunidad y limpia
los establos, no de augías, sino de trastos, de esos inventarios ociosos
y caseros no contabilizados en los alrededor de tres mil millones de pesos de
existencias en los almacenes del Estado, que no tienen movimiento o lo tienen
muy lento. Así es la planificación al estilo Cuba, ya no tanto del
picadillo de soya. Exceso por un lado, déficit por el otro.
Cuarenta años a ese estilo han trasladado esos hábitos a las
familias cubanas. La gente guarda todo pensando que el día de mañana
pudiera serle útil, para así acumular en las viviendas la montaña
de lo al final inservible. Un día, cuando "el agua llega al cuello",
alguien se cansa y lo lanza para la calle o para el primer basurero a la mano.
Entonces, cualquier otro piensa que le puede servir y lo recoge. De este modo,
los tarecos nacionales poseen más vocación migratoria que los
orientales del país.
Mi experiencia personal con los tarecos data de la niñez. Mis padres
construyeron en un dormitorio un closet de casi diez metros cúbicos de
capacidad. Cada cierto tiempo, había en mi hogar depuración de
trastos y el closet quedaba de lo más organizadito. Meses más
tarde, la misma historia: los desechables se reproducían cual si fuesen
mosquitos en progresión exponencial.
Claro, el origen de guardar tarecos tiene también razones de peso.
Gracias a conservar la Cuba de mi niñez hubo cuna para mis primos, mi
hijo, su medio hermano, los hijos de mis primos y algún que otro
chiquillo de la barriada. La cuna de marras aún se encuentra de servicio
y, de paso, me ha nacido la curiosidad de preguntar a mi madre por dónde
diantres anda.
Recientemente, ya cabeza de familia, me tocó dirigir la
correspondiente depuración del closet. Retiré dos metros cúbicos
de tarecos, entre ellos tres cajas de mis libros de los tiempos soviéticos.
Iba a botarlos, pero un vecino castrista se los llevó, tras decirme con
cara de profeta que "esos libros volverán a ser leídos con
pasión".
Por anécdotas como ésta he llegado a la conclusión de
que alguien debería investigar lo que pudiera llamarse la sociología
del tareco. A mi juicio, da para una tesis doctoral. Sobre todo, por un peligro:
cuando este país se libre del tareco mayor, y lo lance a la escombrera de
la Historia, pudiera ser que a alguien se le ocurra la idea de recogerlo. Desde
ahora, conviene estar alerta.
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