El poeta
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA VIEJA, febrero (www.cubanet.org) - Ayer me encontré con un
viejo amigo en la calle del Obispo. Es un tipo con buenos sentimientos. Escribe
bellos poemas que podrían pasar por canciones. Tiene 55 años de
edad y recientemente vendió su casa. Durante 6 meses derrochó el
dinero, porque tenía el viejo anhelo de vivir como un turista. Ahora anda
por las calles de la Habana Vieja sin casa, sin dinero, y un manojo de poemas
bajo el brazo. Cuando entabla conversación con los turistas (y él
sabe conversar) se proyecta como uno de los grandes poetas desconocidos de Cuba;
que por supuesto, lleva la vida bohemia como corresponde a todo gran artista.
El poeta tiene labia. Envuelve. Adormece. Habla bien de la Revolución
(a algunos turistas les gustan más los cubanos que estén favor del
gobierno). El turista no quiere saber nada de miserias ni asuntos políticos;
está de vacaciones con sus dólares que convierten a Cuba en un
paraíso tropical. Se toma unas cuantas cervezas y comparte unas cuantas
comidas con el cubano o la cubana que le ofrezca algún tipo de placer. Y
el Poeta ofrece el extraño placer de improvisar poemas delante del
turista cuando lo invitan a un refrigerio.
El Poeta es un cabrón de la calle. Durante la conversación
obtiene la información que necesita sobre el turista: país, edad,
sexo, aficiones, nivel cultural, y cualquier otro detalle como, por ejemplo, si
recientemente encontró al amor de su vida o lo perdió. Entonces el
Poeta saca una hoja en blanco. El turista piensa que está ante un
dibujante callejero, pero sólo ve cómo el Poeta garabatea en el
papel palabras de su propio idioma (el Poeta domina 4 idiomas) y finalmente le
entrega al extranjero o extranjera el escrito.
Normalmente el turista se sorprende y reacciona favorablemente. Y llega el
momento más difícil para el Poeta; más difícil que
escribir el poema: contar la historia de su vida de poeta incomprendido, de
poeta maldito a punto de morir de hambre (lo que es absolutamente cierto). Y el
turista apenado le pregunta qué puede hacer por él. Entonces el
Poeta pone la cara de un padre que no tiene otra opción que vender a uno
de sus hijos, y dice:
- Dame lo que quieras. Es un original lo que te estoy entregando. Algún
día ese papel valdrá dinero.
El turista está visiblemente emocionado, se ha tomado varias copas, y
balbucea:
- Es que se trata de una obra maestra.
- La vie, c'est-a-dire, la existence, seul excrement pour moi.
Y el turista, según sea su posición económica, extraerá
de su billetera un dólar, cinco dólares, y hasta diez dólares.
- ¡Tremendo negocio, compadre! -le digo al poeta.
- Pero hay que tener cara, compay. En realidad soy un actor.
Es cierto. El poeta tiene un rostro especial, como si las manos del
sufrimiento le hubieran apretujado la cara hasta reducirla a una expresión
de indefensión; y su mejor virtud para hacerse de los fulas es que
despierta lástima. Además, después que se gana el interés
del turista sabe escuchar y deja que el otro despliegue su ego, y todo el tiempo
sabe mantenerse por debajo de la personalidad del cliente.
Por las calles de la Habana Vieja deambulan fantasmas que han tenido que
echar a un lado el pudor para poder sobrevivir. No les importa el futuro porque
en el eterno presente de la Cuba de estos tiempos el futuro nunca ha llegado.
Viven su existencia como si el Mundo se fuera a terminar al siguiente día.
Y no están lejos de la verdad. Ni aquí ni en ninguna parte nadie
sabe cuándo llegará el futuro de Cuba.
La ciudad de La Habana también ha cambiado su personalidad. A veces
me demoro en mirarla, por la tristeza que causa el espectáculo de sus
edificios deteriorados.
En el rostro de las gentes hay como una ausencia de pensamiento. Es la
huella de la desesperación, aunque hayan "hecho el pan" con "la
mecánica nacional". Saben que los pocos o muchos dólares que
han podido ganar nada les garantiza, como no sea el instante mismo en que lo
gastan en bebidas alcohólicas, alguna comida más sofisticada que
el pan con croqueta y el refresco de polvo mezclado con agua que el Estado le
oferta a la población.
Conozco de vista a varios fantasmas. He sido testigo de cómo, desde
los primeros años del Período Especial (allá por el año
91 del siglo pasado) comenzaron a sufrir un proceso de descomposición
interior y exterior parecido al que hoy, de modo evidente, la ciudad oculta a
los ojos del turista que en una semana de vacaciones jamás conocerá
nuestra dura realidad.
Recientemente hablé con uno de estos fantasmas, que ya no puede
ocultar su estado depresivo. Apenas se baña y apenas tiene dinero para el
pan con croqueta. Le sugerí que en una clínica siquiátrica
o en el mismo Mazorra podría llevar una vida mejor. Y me contestó
que en La Habana más rápido se sale del país antes que
conseguir un ingreso en el manicomio.
- Para ingresar en Mazorra hay listas de espera -me dijo este otro fantasma.
Hay una gran demanda por parte de los "locos" que no soportan más
la realidad a la que nos están sometiendo. Yo vivo anhelando ese ingreso.
Pero el ingreso sólo lo logran los "locos" que tienen "palanca".
Para ingresar sin "palanca" tienes que realizar un acto de demencia
mayor. Y en tal caso no vas para Mazorra, sino para una prisión.
Pero regresando al poeta que nos ocupa. Ayer tarde lo encontré de lo
más desilusionado. Dijo que cada día se le hace más difícil
vender sus poemas.
- Tal vez el pozo se me secó -me dijo el Poeta. Tendré que
transcribir poemas de grandes poetas; y vender más barato.
- Pero si es un poema famoso, el extranjero descubrirá el plagio
-dije.
- En este mundo ya nadie lee poesía.
- ¿Y no podrías dedicarte a otra cosa? -pregunté.
- ¿Bromeas? ¿Cuba no es una potencia cultural?
- Por supuesto -respondí.
- Entonces, compadre. Lo único que sabemos hacer tipos como yo es
conocer a casi todos los grandes autores de la literatura universal. Claro, de
comida ni hablar. Pero si los libros alimentaran seríamos uno de los
pueblos más poderosos del mundo.
Ante semejante razonamiento tuve que rendirme. Al despedirme del poeta sólo
se me ocurrió sugerirle:
- Busca en la biblioteca aquellos poetas cubanos más olvidados, y
selecciona de sus obras aquellos poemas menos conocidos. Incluso, podrías
copiar poemas de poetas que aún están vivos y en estos precisos
momentos, en que se está celebrando la XI Feria del Festival del Libro en
La Habana, ya nadie se acuerda de ellos y se encuentran en sus casas muriéndose
de hambre. Y añadí:
- Vendiéndole al turismo estos poemas, entre cerveza y almuerzos que
te inviten, tu suerte mejoraría. El peligro de que te descubran es mínimo,
especialmente los propios autores. Estos poetas ya no salen de sus casas y jamás
descubrirán que el "jineterismo" cubano también se ha
adueñado de la literatura.
- No es mala la idea. Ahora nos despedimos, Ramón. Son las tres de la
tarde y aún no he almorzado. Y hoy tengo que "hacer un pan" que
me dure para varios días.
Ramón Díaz-Marzo es el autor de la novela "Cartas a
Leandro", publicada por CubaNet.
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