Daniel Morcate. febrero 7, 2002.
El Nuevo Herald
El raudo periplo cubano del presidente de México, Vicente Fox,
inspira una profunda vergüenza ajena. Pone de relieve lo agridulce que
puede resultar ser hincha del equipo de la democracia, muchos de cuyos jugadores
estrellas, como Fox, inician sus carreras como grandes promesas sólo para
desinflarse a la primera zancadilla. Lástima, porque en política
Fox era hasta hace unos meses lo mejor que le había pasado a México
en los últimos 70 años (junto a Ernesto Zedillo, que, pese a su
herencia monopartidista, lo hizo posible). Y uno de los fenómenos más
promisorios de América Latina en este joven siglo. El papelazo que ha
hecho el mandatario mexicano en Cuba, desde luego, no aniquila su promesa. Pero
sí pone seriamente en duda su sinceridad democrática y su
capacidad para efectuar las reformas estructurales que exige el proyecto de un México
más libre y más justo.
En el mejor de los casos, la visita de Fox, en la que prodigó saludos
y cortesías, suscribió acuerdos y hasta se comprometió a no
irritar al tirano más antiguo del mundo en la Comisión de Derechos
Humanos de la ONU, fue una movida estratégica dictada por las crudas
realidades de la política interna mexicana. Fox, en efecto, pudo haber
aceptado una invitación de Fidel Castro para escudarse mejor de las críticas
incesantes, y a veces demagógicas, que le hace cierta izquierda medio fanática
en su país. Esa izquierda, que disfrutó acomodos especiales con el
antiguo régimen priísta y con diversas dictaduras estalinistas, se
especializa en magnificar los innegables desaciertos de Fox. Y, junto a esos
desaciertos, tiene cierta responsabilidad en el gradual desplome de la
popularidad del presidente mexicano.
Al planear su visita, Fox también podría haberse inspirado en
la vieja tradición antiyanquista de la clase gobernante mexicana para
enviarle una oportuna advertencia a Washington. No es un secreto que, desde el
11 de septiembre, el plan bilateral de humanizar el trato norteamericano a los
inmigrantes mexicanos se ha estancado en forma indefinida. Recientes encuentros
entre delegaciones de ambos países no resolvieron el estancamiento. Fox y
sus asesores podrían haber aceptado el convite castrista en parte para
presionar al gobierno del presidente Bush a fin de que reviva el plan de
reformas migratorias. Sucesivos gobiernos mexicanos han usado el coqueteo con
las dictaduras totalitarias de izquierdas, como la cubana, la soviética y
la sandinista, para arrancarle concesiones a Estados Unidos.
En el peor de los casos, Fox fue a Cuba como representante político
de los empresarios mexicanos que han negociado con la dictadura castrista tratos
denigrantes para el pueblo cubano. Algunos de esos empresarios han lamentado en
público la reducción del comercio bilateral de $400 millones hace
una década a $100 hace un año. Con Fox, ese intercambio había
subido ya a $300 millones incluso antes de la visita a la isla el fin de semana.
Pero lo que no dicen sus impulsores es que algunos de estos trueques se basan en
la sistemática explotación de los trabajadores cubanos a quienes
se les paga, en desacreditados pesos cubanos, el equivalente de $18 o $20 al mes
y a quienes se les prohíbe toda actividad sindical independiente. Tampoco
hablan del usufructo que hacen de propiedades industriales robadas a sus legítimos
dueños cubanos. Ni de los negocios turbios que, desde Amado Carrillo
hasta Mario Villanueva, han abarcado el narcotráfico, el lavado de
dinero, la prostitución organizada y la protección de mexicanos
fugitivos de la justicia.
El resbalón político que implica la visita cubana de Fox es
potencialmente ominoso. Sugiere que el hombre que con mucho esfuerzo y valentía
llevó a la presidencia mexicana la esperanza de cambios democráticos
radicales, pudiera estar resignándose al status quo. Es posible que Fox y
sus asesores se estén convenciendo de que la tarea de transformar a México
en una moderna democracia les queda demasiado grande. A lo mejor, una vez
instalados en el poder, han llegado a considerarla una quimera debido a las
complejas fuerzas políticas que operan en el país y a los enormes
retos sociales de México. Sólo así se explicaría
que, en lo que respecta a la decrépita tiranía cubana, hayan
decidido comportarse con una doblez y un cinismo similares a los que usaba la
dictadura priísta.
Para el infeliz pueblo cubano, las veleidades procastristas de Fox no
pudieran ser más decepcionantes. Después de todo, provienen de un
gobernante cuyo triunfo electoral sobre el dinosáurico PRI lo convirtió
en el mejor augurio democrático para América Latina hace tan sólo
un año; que, como candidato, condenó los ''flagrantes abusos''
(sic) a los derechos humanos y ''la falta de democracia'' (sic) en Cuba; y que,
una vez instalado en el poder, prometió ejercer su ''autoridad moral''
para propiciar la democratización de la isla. ¿Qué autoridad
moral puede ejercer un presidente que se reúne furtivamente y a regañadientes
con los acosados opositores democráticos de una vil dictadura? En 24
horas de gira cubana, Fox echó todas sus promesas sobre Cuba al vertedero
adonde suelen ir a parar los grandes proyectos de los gobernantes mediocres o
inconstantes. Ojalá que alguien le cierre la puerta del vertedero antes
que pueda arrojar también el brillante futuro democrático de México.
© El Nuevo Herald |