¡No es fácil!
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - El apego del cubano al café, sin
dudas, es una de las realidades que mejor definen su cultura. En Cuba casi todos
gustan de saborear una tacita de café. No importan las jerarquías,
color de la piel, grado de instrucción o nivel social. Dígase
cubano y piénsese en un buen tomador de café.
En la Cuba anterior al debacle marxista podría haber faltado
cualquier cosa, pero en el aposento más humilde siempre estaba presente
la tacita de café, presta a recibir al visitante. A falta de razones, el
no ofrecimiento de café era considerado por la visita como descortesía.
Hoy la realidad es bien distinta. Atrás quedaron aquellos tiempos de
Mamá Inés en que todos los negros tomaban café. Y cuando
digo esto me viene a la mente mi vecina, la negra Clotilde. Según esta
anciana, de 70 años, cuando se levanta sin tomar café le entran
mareos y su cuerpo se embobece.
En la actualidad, el café se vende quincenalmente por la libreta de
racionamiento a razón de dos onzas per cápita. A veces no llega a
las dos onzas, pues el sobrecito de celofán en que lo envasan viene roto.
Pero no crea que es café. El contenido de esos diminutos envases consiste
generalmente en una mezcla de chícharos y café, con predominio del
primero sobre el segundo, en proporción desconocida, oculta a la población
como secreto de Estado. ¿Cuánto chícharo ofende con su
presencia al orgulloso fruto del cafeto? Casi nadie lo sabe.
Dos onzas de café se van en dos coladas. ¿Y el resto del tiempo
qué? Existe la opción de adquirirlo con moneda imperialista, pero
la carencia de dólares estadounidenses en el bolsillo del cubano sólo
es superada por la falta de derechos ciudadanos.
Otra opción está en las pocas cafeterías aún
existentes, en las cuales se oferta un brebaje oscuro y carente de aroma al
precio de veinte centavos por taza. Para obtenerlo debe conocerse el horario de
colada, que varía caprichosamente, y desafiar la fila o cola de adictos,
donde son frecuentes los gritos a los que quieren colarse o retardan el
movimiento al demorarse soplando el caliente brebaje.
En realidad, la forma más común de satisfacer el deseo o
necesidad es comprándole café a particulares que ofertan una
mezcla de dos partes de chícharo tostado y molido con una parte de café,
al precio de diez pesos por latica metálica de leche condensada.
Diez pesos cubanos equivalen al salario diario de un cubano bien remunerado.
Pero no pensemos que este precio es exagerado, porque no son pocos los riesgos y
dificultades que han de vencerse.
Un peligro considerable está en la naturaleza misma del producto,
cuyo aroma se adueña de la atmósfera alertando el olfato de los
omnipresentes delatores que nunca faltan en la cuadra.
Otro momento muy escabroso está representado por el transporte del
producto. Las zonas de cultivo se localizan en las provincias centrales y
orientales del país, por lo que su traslado a Ciudad La Habana, por
ejemplo, implica burlar innumerables puntos de control en carreteras y
autopistas. Si la persona trae consigo el grano y viaja en tren o en ómnibus
se expone al registro sorpresivo de la policía. Estos agentes suelen
registrar los equipajes individuales despojando a sus dueños de las
pertenencias consideradas ilícitas por la gendarmería.
Ya en La Habana, después de burlar peligros y obstáculos, es
necesaria la adquisición del chícharo, cuya presencia varía
de forma misteriosa. A veces hay mucho chícharo y otras no aparece.
Como vemos, ¡no es fácil!
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|