Riesgos de la
lucha clandestina (I)
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Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - Martha de la Caridad Blanco González
cometió un error imperdonable para el gobierno de Fidel Castro: había
desafiado su poder al lanzar octavillas que condenaban al régimen.
La respuesta represiva resultó implacable: despliegue desmedido de
fuerzas policiales, allanamiento de su hogar, registro y detención.
Gritos y amenazas, interrogatorios sin fin. Presiones psicológicas.
Incomunicación familiar, condena y encarcelamiento. Marta fue declarada
presa de conciencia desde febrero del 92 hasta noviembre del 93. Cuando difundió
las proclamas antigubernamentales no militaba en ninguna organización
opositora. Sin embargo, más tarde militó en la Unión Cívica
Nacional, grupo disidente dirigido por Omar del Pozo Guerrero. Marta refiere:
"En la madrugada del 9 de febrero de 1992 desperté sobresaltada
por el escándalo de los perros y el movimiento de personas en calles,
escaleras y azotea de mi edificio. Al poco rato sentí toques fuertes e
insistentes en mi puerta. Me asomé a la ventana que da frente al parque y
solamente entonces tuve conciencia de lo que ocurría: la policía
política venía por mí. Abrí la puerta y cuatro
oficiales de la Seguridad del Estado entraron a mi casa bruscamente, acompañados
por miembros del Comité de Defensa de la Revolución de mi cuadra.
Hicieron un registro minucioso que duró hora y media. Mi familia estaba
aterrada. Temían por mí. Los militares ordenaron que me cambiara
de ropa. Me dirigí al baño para hacerlo y me acompañó
una mujer. Fui esposada e introducida en un vehículo que salió
disparado. La requisa continuaba en mi hogar. El final del viaje era Villa
Marista, cuartel general de la contrainteligencia del Ministerio del Interior
cubano".
Una vez en aquel edificio fue recibida por un oficial que la trató
con violencia. Después vendrían infinitos interrogatorios e
intimidaciones que no sólo buscaban implicar a Martha de la Caridad en la
divulgación de propaganda escrita contra el gobierno, sino en actos
terroristas ocurridos por esos días en el municipio de Güines, donde
habitaba y había nacido.
"Fui conducida a un cuarto pequeño. Un oficial me esperaba.
Desde que llegué me tomó por los brazos y me volteó contra
la pared. Sus manos herían mis carnes y sus gritos mis oídos.
Profería amenazas: te vamos a fusilar, contrarrevolucionaria de mierda.
No verás nunca más a tus hijos. De aquí no sales viva.
Trataba de atemorizarme. Al rato llegó un mayor. Discutió con el
oficial que me gritaba y le dijo que se saliera del cuarto. Era la clásica
jugada de engaño: Pedro el Bueno sustituye a Pablo el Malo. El mayor actuó
con más inteligencia. Me recomendaba colaborar con ellos, única
forma de reducir el peso de la ley. Esta situación se repetiría
muchas veces durante los 35 días que estuve en aquel lugar, sujeta a
investigaciones, sin contacto con mi familia. Me interrogaban dos y tres veces
al día y a cualquier hora. No me dejaban dormir. A veces me tenían
el día entero sin probar alimento. Otros, me traían comida cada
dos o tres horas. Buscaban descompensarme psicológicamente. El calabozo
donde me encerraron se mantenía con la luz fluorescente encendida todo el
tiempo. Era estrecho y tapiado. Cuando llegué a él me encontré
con otra reclusa. Trató de ganarse mi confianza. Me preguntaba por qué
estaba allí. Posiblemente era una informante. A los pocos días la
sacaron del sitio y me pusieron a otra. Yo mantuve el mismo hermetismo en todos
los casos".
Y continúa Martha: "Quisieron complicarme con la quema de campos
de caña en Güines. Yo no tuve nada que ver con eso. Formaba parte
del ablandamiento psicológico para cuando me preguntaran sobre lo que
realmente había hecho. A los instructores les interesaba saber dónde
habíamos impreso las octavillas, quiénes me ayudaron en su
reproducción, con qué medios trabajábamos, quién
concibió la idea desde el principio. Estas preguntas se repetían a
diario, enfocadas de mil maneras. Buscaban contradicciones en mis declaraciones.
Yo reconocí mi responsabilidad en los hechos. Después de todo tuve
suerte. Durante el registro no me ocuparon nada comprometedor. Varios hermanos
de lucha fueron detenidos conmigo o en días posteriores. Los militares no
confrontaron nuestras declaraciones. Supongo que se debió a que
coincidieron en lo esencial".
Al concluir el expediente de la Sra. Blanco, la policía política
se apresuró a enviarla a una prisión en depósito, a la
espera del juicio y sentencia que se demoraría casi un año en
celebrarse, convencidos de su culpabilidad. Su nuevo destino: "Manto Negro",
la prisión provincial de mujeres en el occidente del país.
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