CUBANET .INDEPENDIENTE

23 de abril, 2002


Riesgos de la lucha clandestina (I)

Parte II / Parte III / Parte IV

Héctor Maseda, Grupo Decoro

LA HABANA, abril (www.cubanet.org) - Martha de la Caridad Blanco González cometió un error imperdonable para el gobierno de Fidel Castro: había desafiado su poder al lanzar octavillas que condenaban al régimen.

La respuesta represiva resultó implacable: despliegue desmedido de fuerzas policiales, allanamiento de su hogar, registro y detención. Gritos y amenazas, interrogatorios sin fin. Presiones psicológicas. Incomunicación familiar, condena y encarcelamiento. Marta fue declarada presa de conciencia desde febrero del 92 hasta noviembre del 93. Cuando difundió las proclamas antigubernamentales no militaba en ninguna organización opositora. Sin embargo, más tarde militó en la Unión Cívica Nacional, grupo disidente dirigido por Omar del Pozo Guerrero. Marta refiere:

"En la madrugada del 9 de febrero de 1992 desperté sobresaltada por el escándalo de los perros y el movimiento de personas en calles, escaleras y azotea de mi edificio. Al poco rato sentí toques fuertes e insistentes en mi puerta. Me asomé a la ventana que da frente al parque y solamente entonces tuve conciencia de lo que ocurría: la policía política venía por mí. Abrí la puerta y cuatro oficiales de la Seguridad del Estado entraron a mi casa bruscamente, acompañados por miembros del Comité de Defensa de la Revolución de mi cuadra. Hicieron un registro minucioso que duró hora y media. Mi familia estaba aterrada. Temían por mí. Los militares ordenaron que me cambiara de ropa. Me dirigí al baño para hacerlo y me acompañó una mujer. Fui esposada e introducida en un vehículo que salió disparado. La requisa continuaba en mi hogar. El final del viaje era Villa Marista, cuartel general de la contrainteligencia del Ministerio del Interior cubano".

Una vez en aquel edificio fue recibida por un oficial que la trató con violencia. Después vendrían infinitos interrogatorios e intimidaciones que no sólo buscaban implicar a Martha de la Caridad en la divulgación de propaganda escrita contra el gobierno, sino en actos terroristas ocurridos por esos días en el municipio de Güines, donde habitaba y había nacido.

"Fui conducida a un cuarto pequeño. Un oficial me esperaba. Desde que llegué me tomó por los brazos y me volteó contra la pared. Sus manos herían mis carnes y sus gritos mis oídos. Profería amenazas: te vamos a fusilar, contrarrevolucionaria de mierda. No verás nunca más a tus hijos. De aquí no sales viva. Trataba de atemorizarme. Al rato llegó un mayor. Discutió con el oficial que me gritaba y le dijo que se saliera del cuarto. Era la clásica jugada de engaño: Pedro el Bueno sustituye a Pablo el Malo. El mayor actuó con más inteligencia. Me recomendaba colaborar con ellos, única forma de reducir el peso de la ley. Esta situación se repetiría muchas veces durante los 35 días que estuve en aquel lugar, sujeta a investigaciones, sin contacto con mi familia. Me interrogaban dos y tres veces al día y a cualquier hora. No me dejaban dormir. A veces me tenían el día entero sin probar alimento. Otros, me traían comida cada dos o tres horas. Buscaban descompensarme psicológicamente. El calabozo donde me encerraron se mantenía con la luz fluorescente encendida todo el tiempo. Era estrecho y tapiado. Cuando llegué a él me encontré con otra reclusa. Trató de ganarse mi confianza. Me preguntaba por qué estaba allí. Posiblemente era una informante. A los pocos días la sacaron del sitio y me pusieron a otra. Yo mantuve el mismo hermetismo en todos los casos".

Y continúa Martha: "Quisieron complicarme con la quema de campos de caña en Güines. Yo no tuve nada que ver con eso. Formaba parte del ablandamiento psicológico para cuando me preguntaran sobre lo que realmente había hecho. A los instructores les interesaba saber dónde habíamos impreso las octavillas, quiénes me ayudaron en su reproducción, con qué medios trabajábamos, quién concibió la idea desde el principio. Estas preguntas se repetían a diario, enfocadas de mil maneras. Buscaban contradicciones en mis declaraciones. Yo reconocí mi responsabilidad en los hechos. Después de todo tuve suerte. Durante el registro no me ocuparon nada comprometedor. Varios hermanos de lucha fueron detenidos conmigo o en días posteriores. Los militares no confrontaron nuestras declaraciones. Supongo que se debió a que coincidieron en lo esencial".

Al concluir el expediente de la Sra. Blanco, la policía política se apresuró a enviarla a una prisión en depósito, a la espera del juicio y sentencia que se demoraría casi un año en celebrarse, convencidos de su culpabilidad. Su nuevo destino: "Manto Negro", la prisión provincial de mujeres en el occidente del país.

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