Soren Triff.
El Nuevo Herald,
abril 18, 2002.
Unos amigos tuvieron la amabilidad de pedirme aclaración sobre el uso
que le doy a palabras como ''esclavitud'', ''revolución'' y ''generación''.
Pensaban que abordo el tema negro desde la experiencia norteamericana. Sobre la
revolución, creían que olvido a quienes fueron llevados a la
violencia como única forma de cambiar la sociedad injusta cubana. En
cuanto a generación, entendían que digo que todo lo viejo es malo
y todo lo nuevo es bueno.
La esclavitud es una base muy fuerte en nuestra cultura. Trescientos años
de sociedad esclavista y cuatrocientos de colonia pesan más que cincuenta
años de democracia y cien de república, en una cultura, en los
usos y costumbres, en las tradiciones que pasan de generación en generación.
La sociedad esclavista enraizó identidad, valores y visiones del mundo
autoritarias que permanecen en nuestra tradición sin examinar.
El silencio de muchos intelectuales --a izquierda y derecha-- sobre el tema
podría explicarse con el gran ''miedo al negro'' desde el siglo XVIII,
pero ésa es una respuesta fácil. La realidad es más
tenebrosa. No queremos hablar de la esclavitud porque muchos de los valores
autoritarios que diseminó permanecen vivos en nosotros mismos, en nuestra
cultura. Negar su existencia, rechazar su estudio, no es la solución.
Frases como la que dice que ser cubano es más que negro y más que
blanco, o la idea del melting pot, la fusión de las razas en una
nacionalidad que las incluya a todas, son muy buenas, pero señalan una
meta, no una realidad. Sabemos que han servido para ocultar, dejar en segundo
plano, olvidar, ignorar el tema de la esclavitud en nuestra sociedad.
La esclavitud, la servidumbre, la vida bajo condiciones extremas a las que
unos hombres someten a otros produce dos conductas emocionales extremas: la
obediencia y la rebelión. El conformismo y la revolución. Existe
poca oportunidad para la razón. En el arte europeo, tras los períodos
de optimismo (renacimiento, neoclásico) han venido períodos de
conformismo (barroco) o rebelión (romanticismo), respectivamente. En el
siglo XX el sentimiento europeo se dividió entre el conformismo (arte
socialista y fascista) y la rebelión (vanguardismo). La razón, en
Europa como en Latinoamérica, no hacía más que encubrir el
viejo autoritarismo aristocrático, secular y religioso.
El conformismo obliga al individuo a ejercer una violencia sobre sí
mismo con el fin de conciliar las órdenes impuestas por la sociedad
autoritaria con su propia evaluación de la realidad, para conseguir la
armonía interior y social.
La rebelión da rienda suelta a la violencia tras el fracasado
esfuerzo por conciliar lo irreconciliable, el mundo autoritario con la
naturaleza individual.
La revolución es el desencadenamiento de una emoción
liberadora momentáneamente, como toda actividad autodestructiva, pero que
no genera necesariamente un proyecto de vida futura por sí misma. La
palabreja termina bajo el control de autoridades que manipulan nuestras
pasiones, presentan el mundo complejo reducido a blanco y negro, consideran
subhumano a todo el que no obedece, toman el poder por cualquier medio y lo
mantienen a toda costa.
La obediencia y la rebelión se desarrollan entre personas con poca
confianza en sí mismas, que no valoran su propia vida y por lo tanto dan
poco valor a la de los demás. La cultura autoritaria produce de igual
manera individuos que obedecen órdenes injustas (fascistas, comunistas) o
que exterminan a quienes representan el orden social (guerrilleros,
terroristas). Hay que acabar por reconocer que el conformismo y la revolución
son dos fuerzas inaceptables para una sociedad moderna, son resultado de la vida
en esclavitud, en servidumbre, y no son soluciones para una sociedad contemporánea.
¿Qué tienen que ver las generaciones con todo esto? A través
de las generaciones se trasmite la tradición autoritaria de padres a
hijos. No todo lo que las generaciones trasmiten es autoritario, pero todo lo
autoritario lo trasmiten las generaciones.
El autoritarismo produjo modos superiores de vida social con la agricultura,
la escritura, la religión organizada y las jerarquías, durante
miles de años, pero se niega a desaparecer. Cada unos treinta años
encuentra formas sinuosas para pasar identidad, valores y visiones del mundo
obsoletas que no permiten disfrutar la vida moderna. El estudio de la esclavitud
contribuiría a comprender mejor la naturaleza de sus males. Nuestros
padres, ignorantes, nos pasaron esa tara cultural. Pero ya no se trata de
quejarnos, sino de saber cómo vamos a contestar a esta angustiosa
pregunta: ¿trasmitiremos a nuestros hijos la maldición autoritaria?
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