A paso de
bastón: las casuchas de la calle Zanja
Manuel David Orrio, CPI / CubaNet
LA HABANA, septiembre - Era una hilera de casuchas improvisadas con lo
primero que vino a la mano, ubicada casi a la altura de la intersección
entre las calles Zanja y Espada en el convulso municipio Centro Habana. Tipos
sucios, embarrados de grasa, sumergidos en piezas de todo género, las
habitaban durante el día y en algunos casos hasta bien entrada la noche.
Aquella especie de minifavela situada en el corazón de la capital
cubana se dedicaba íntegramente a la reparación de bicicletas y
motocicletas. Habían conquistado el favor de numerosos clientes a fuerza
de trabajo de calidad. Años estuvieron allí, y cientos de personas
se acostumbraron a un servicio sin quejas. Maravilla, que a las diez de la noche
se pudiera reparar el neumático pinchado. Maravilla, del trabajo por
cuenta propia.
La más elemental lógica hubiera aconsejado construir las
casuchas, si no se tiene dónde construir un taller como Dios manda. A la
altura de Zanja y Espada el sol castiga con particular saña, y los mecánicos
no van a estar mudando todos los días la parafernalia que siempre los
acompaña. Además, el lugar estaba en absoluto abandono. Al fondo,
la presencia del Estado se reduce a los restos de edificios, sólo vigas,
cimientos y algún techo a punto de derrumbarse.
La favela de los mecánicos no sólo generaba empleo en el
oficio del arme y desarme, sino que la clientela atraía a otras
especialidades, como vendedores de refrescos, compraventa de piezas y una
especie de centro de información comercial. Los mecánicos sabían
cómo encontrar esto y aquello. Desde perros de raza hasta babalawos en
servicio. Siete mil habaneros, según sus propios estimados, eran la
clientela esperable para municipio como el de Centro Habana.
Pero todo se fue al infierno. De la noche a la mañana la favela de
los mecánicos desapareció y la comodidad de su existencia terminó
para los cientos, si no miles, de ciclistas y motociclistas que se beneficiaban
diariamente con los servicios allí ofrecidos. Las casuchas fueron
eliminadas tras la orden gubernamental que "rescató" el área,
se dice que para construir una escuela de ballet en el lugar, mas por lo pronto
sólo permanecen los restos de edificios... sin la hilera de casuchas.
A lo largo de varios meses lo único sucedido es la pérdida,
para la población, de las facilidades para la vida que allí
encontraba. El Estado, que reclamó lo que por ley -justa o injusta, no
importa- le pertenece, no ha movido ni una pulgada de tierra.
¿Qué ha ocurrido entretanto? Pues que han comenzado a reaparecer
los mecánicos. Enfrente del lugar, el mejor de ellos instaló su
taller en una vivienda. Paga alquiler, sus precios como es lógico se
incrementaron. Algunos de sus colegas se ubicaron donde antes estaba la hilera
de casuchas. Sólo que ahora tienen los talleres debajo de sombrillas de
playa. Talleres portátiles, más o menos.
Allí se les ve, retornan poco a poco, sin saber el valor de su
mensaje, traducible así: "Nosotros, la sociedad civil, no vamos a
dejar en paz al Estado que practica lo del perro hortelano: ni come, ni deja
comer".
Allí están, retornan poco a poco, sin las casuchas pero listos
a prestar el servicio. ¡Bienvenidos!
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