Bienvenido,
visitante
Lázaro Raúl González, CPI / CubaNet
PINAR DEL RIO, septiembre - Lo mismo a beduinos que a mongoles, a misquitos
que a esquimales, a la gente de cualquier parte del mundo le gusta rendir
pleitesía al visitante. Es práctica internacional, de acuerdo con
las características de cada cultura, que se le ofrezca al que llega de
visita el más amable rostro, el más exquisito manjar, el más
fino cubierto, el más cómodo asiento, las mejores atenciones. Como
elemento intrínseco de la hospitalidad, todo anfitrión quiere
causar buena impresión en su huésped.
Pero en Cuba, de tanto perfeccionarlo, el arte de la hospitalidad degeneró
en simple artilugio de hipocresía. Lo que debía ser sincero acto
de humanidad -recibir al visitante- se ha vuelto derroche de apariencias. Parece
como si todo residente de esta isla hubiese acordado engañar al
visitante.
Aquí nadie está de acuerdo con la tradición cultural
del indígena centroamericano, que ofrece al forastero su mejor tortilla
de maíz. Ni con la del esquimal de brindar aceite de morsa. Acá
todo el mundo "inventa" para no tener que servirle al huésped
arroz y picadillo de soya, con cuchara de aluminio.
Sin embargo, no es en los hogares cubanos -habitados por gente segregada del
resto del mundo, por el mar y por el sistema aislacionista que los domina- sino
en los centros de trabajo y estudio donde ha alcanzado la máxima perfección
el fenómeno del fraude con el visitante.
Lo mismo podría resultar engañado el teniente coronel que
visita la unidad militar, que el viceministro de Salud que visite el hospital "León
Cuervo" en la ciudad de Pinar del Río. Ante las visitas
-inspecciones de funcionarios superiores- cuya noticia suele filtrarse o
simplemente es anunciada, las administraciones locales se movilizan rápidamente
para esconder sus problemas y enseñar la cara limpia.
Los preparativos del fraude son espectáculo genuino de corre-corre en
el que los dirigentes de base frecuentemente reciben el socorro de sus
superiores inmediatos a nivel municipal o provincial, según el caso. A la
velocidad de la luz, el centro que será objeto de la visita de alguna
autoridad nacional será avituallado con todo de lo que carece
cotidianamente. Aunque sea por una jornada, en esa ocasión habrá
gasolina para los carros, libretas para escribir, agujas para inyectar, agua
para beber...
Muchos dirigentes dejan la impresión en sus súbditos de que sólo
trabajan en vísperas de las inspecciones, cuando realizan una actividad
febril. Como consecuencia de estas gestiones de última hora, quedan
muchos detalles por solucionar que podrían ser descubiertos y señalados
por los visitantes-inspectores.
Sin embargo, las ineficiencias administrativas cuentan generalmente con la
complicidad de los inspectores y también con el silencio de sus
subordinados. La cadena de complicidades es tan extensa como el aparato burocrático
estatal, que abarca desde la humilde empleada de limpieza que esconde "el
detallito" de que no tiene instrumentos para limpiar, pasa por el personal
médico que guarda silencio sobre las carencias de medicamentos
imprescindibles, y llega hasta el viceministro que expresa que todo anda bien y
que Cuba es potencia médica.
Aunque son traumáticas y angustiosas para los dirigentes, las visitas
suelen ser apetecidas por los trabajadores y estudiantes, especialmente por
aquellos que almuerzan en el comedor de su centro laboral.
El día que viene la visita le cambiarán el mantel mugriento a
las mesas, se escogerá el arroz, se le echará la sal que lleva,
quizás haya plato fuerte e incluso postre azucarado, todo un festín
para los hambrientos comensales del lugar. En fin: bienvenido, visitante.
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