Azúcar
de Cuba: ¿odisea 2002?
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, septiembre - Todo parece indicar que los preparativos de la campaña
azucarera correspondiente al ciclo 2001-2002 han comenzado a revelar con
acostumbrada reiteración la crisis existente en la más importante
agroindustria de Cuba.
Analistas diversos se han cansado de señalar que el origen de esos
males es de carácter estructural, lo que se ha manifestado con particular
agudeza desde la pasada cosecha, signada por el incumplimiento del plan de
producción en unas 168 mil toneladas (de acuerdo con las cifras
oficiales) básicamente por falta de materia prima, aunque las autoridades
atribuyeron a factores climáticos el motivo principal de no haber
atravesado el listón de los 3 millones 700 mil toneladas de azúcar,
ya de por sí una vergüenza para las capacidades isleñas.
Especialistas en Economía y periodistas independientes cubanos
desentrañaron los misterios de la zafra pasada y demostraron, con números
en la mano, que la misma estaba destinada a no lograr sus propósitos. El
factor climático sólo sirvió de pretexto para ocultar
realidades, ya en proceso de manifestación en los preparativos de la
futura contienda.
Cada vez con más fuerza destaca en los enredos del azúcar de
Cuba el rol jugado por la desastrosa situación agrícola,
prisionera de la falta de abordaje profundo. No sólo se habla de caída
de rendimientos, notable pérdida de la disciplina tecnológica,
incumplimientos de los planes de siembra y desyerbe, sino que además salió
a flote este dato ilustrativo: la superficie sembrada actualmente de caña
es similar a la de 1959.
De seguir y creerse a los reportes de prensa, una vez más vuelve a
destacar el desfase existente entre lo industrial y lo agrícola. Si lo
primero se ha distinguido por cierta eficiencia, lo segundo no se comporta
igual. El lado industrial parece cumplir sus planes de reparaciones de ingenios
y máquinas de acuerdo con el cronograma previsto hasta la fecha. Pero el
lado agrícola comienza a presentar atrasos característicos,
principalmente en lo referido a la siembra de caña, donde es evidente que
la decisión de extender la cosecha pasada más allá de mayo
provocó el efecto de retrasar lo orientado al futuro.
Tercos, los dirigentes del azúcar de Cuba. Advertidos estaban de que
prolongar la campaña traería lo que ahora se manifiesta. Pan de
hoy, hambre de mañana, parece la consigna.
Al atraso en las labores de siembra se suma el de las operaciones de limpia
de malas hierbas, ambos agravados ahora por la llegada de las lluvias de
septiembre. De acuerdo con el último informe hecho público, unas
20,107 caballerías de caña (269,836 hectáreas) se
encuentran "enyerbadas", lo que representa el 21 por ciento de las
necesitadas de atención.
Tal parece el origen profundo, con un conjunto de indisciplinas tecnológicas,
de que los más recientes estimados de cosecha no se distingan por
apreciables volúmenes de materia prima. Sólo el 15 por ciento de
las granjas cañeras del país rebasan las 50 mil arrobas por
caballería (42 toneladas por hectárea), cuando el promedio histórico
general es mucho más alto, incluso, de lo alcanzado por ese pobre por
ciento de unidades de vanguardia.
De este modo, al sumarse atrasos en siembras y enyerbamientos, se repite el
cuadro de pérdidas en el rendimiento agrícola que, de acuerdo a
estudios internacionales, puede disminuir lo esperado hasta en 35 por ciento.
Tiempo al tiempo, y se verá.
¿Lados positivos? Pocos. Si acaso, la decisión de incrementar el
número de fábricas que iniciarán la molienda temprano, en
la llamada zafra chica. Por lo demás, odisea a la vista.
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