CUBANET .INDEPENDIENTE

11 de septiembre, 2001


"Cultura Cubana"

Ramón Díaz-Marzo / CubaNet

LA HABANA, septiembre - De todas las cosas buenas que tiene mi Laptop, el silencio es lo mejor. Uno puede escribir y escribir sin que los vecinos se enteren. Imagino qué le hubiera ocurrido en la década de los años 70 a un escritor a quien la Seguridad del Estado Cubana le hubiera ocupado esta máquina. Seguramente habría sido acusado de agente del imperialismo yanqui, y los especialistas del MININT, en aquel entonces, se habrían roto la cabeza tratando de hallarle al equipo alguna otra función que no fuera la de la simple escritura.

El modo habitual de escribir en nuestra época fue muy primitivo. Yo recuerdo, por ejemplo, que en el año 1971, que fue cuando comencé a creerme el cuento de que yo iba a ser escritor, los bolígrafos que ahora hasta los niños de primer grado utilizan con desprecio, para nosotros era un lujo comparable al de un escritor realizado. También recuerdo el papel que utilicé en mis primeros encuentros con el lenguaje. Era el papel grueso que los panaderos utilizaban para envolver el pan que se le vendía a la población.

Mi primer intento literario fue llevar un conteo diario de mis observaciones sobre mí mismo después que leí "Crimen y Castigo". Esto lo comencé a hacer con mucha alegría el día que logré que en una panadería me regalaran un abultado fajo de papel de envolver el pan. Los lápices de grafito también escaseaban. Los vendían mediante una libreta de productos industriales que ya no existe. Y las colas, para comprarlos, se parecían a las de los habitantes de Europa que uno ha visto en los documentales del fin de las Guerras Mundiales con una cazuela en la mano para conseguir alimentos con las tropas aliadas. Y mi primer instrumento de escribir fue un mocho de lápiz.

Y ahora que recuerdo aquella etapa me asombra el entusiasmo con el cual emprendí la tarea de convertirme en escritor. Para seguir el curso de esta platica podría decir que si volviera a ocurrirme lo mismo, tendría el mismo ímpetu. Pero no voy a decirlo. Sería una presunción. Por eso, ahora mismo no sé si, encontrándome otra vez en aquellos maravillosos pero difíciles días, tendría la misma fuerza. Y eso es un gran misterio. Las cosas se hacen. Después pasa ese tiempo presente y uno hace otras cosas. De manera que tal vez el secreto de cualquier actividad consista en hacer las cosas. Porque lo pasado, pasado está. Y nadie ha regresado del futuro para demostrar que lo hubiera podido hacer de otro modo.

Lo único en todo este lío de escribir que extraño es el estado mágico: el olor de los libros, el entusiasmo por la vida presente, el convencimiento de que lo que hacía era lo mejor que podía hacer, el encuentro con amigos que pretendían lo mismo, las noches de recorrer la ciudad y sentarnos en los parques del reparto Vedado y hablar sin darnos cuenta de un tiempo transcurriendo; y por sobre todas las cosas, la fe y esperanza en la amistad. Era, entonces, maravilloso querer ser escritor. La vida era menos sucia. Todas las cosas resplandecían con poesía. El futuro nos pertenecía. Hasta un día, cuando llegó la Seguridad del Estado y supimos que el gobierno socialista tenía una cara fea. A partir de entonces el camino para ser escritor se convirtió en un calvario.

Y nos hicimos hombres y mujeres en medio de una guerra que no ha terminado. Son muchos los que han quedado en el camino. Eligieron a tiempo otras actividades que no tuviera relación con la cultura. Y no sé si eso los habrá salvado. O si no tenían el talento y el calibre suficiente para soportar. Pero los que nos mantenemos en la trinchera (aunque nunca hayamos publicado un libro) nos sentimos realizados, a pesar de que nos tocó vivir una etapa de la historia de Cuba donde ser escritor era, y es, peor que ser asesino o ladrón. Y como las imágenes de gentes haciendo cola con sus jarros y calderos durante las Guerras Mundiales, uno sabe que sólo en eso se han quedado.

Pienso que toda esta etapa de ser, "delincuentes del pensamiento" también pasará. Y nuestro amor por la literatura será recompensado; especialmente en aquellos que jamás le vendieron su alma al militarizado cuerpo del Consejo Nacional de Cultura que, dicho sea de paso, tanto daño le hizo a la Cultura Nacional Cubana.


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