CUBANET .INDEPENDIENTE

5 de septiembre, 2001


La nacionalización del menudo

Manuel David Orrio, CPI

LA HABANA, septiembre - Como quien no quiere, la prensa oficiosa informó que a partir de una fecha cercana el Banco Central de Cuba hará efectiva la nacionalización del menudo, como se llama en la isla a las monedas fraccionarias de peso y de dólar. En concreto, se decreta la abolición de la aceptación comercial de las del Tío Sam, las cuales serán sustituidas por equivalentes en pesos cubanos convertibles, en una operación cuyos costos se admiten, y entran en contradicción con otras necesidades de la sociedad cubana.

La calle habanera, entretanto, en guardia. Su instinto de Fuenteovejuna dispara señal de alerta que recorre los predios de la vigente dualidad monetaria, al ver en la nacionalización del menudo un primer y discreto paso del gobierno de Fidel Castro hacia la eliminación de la circulación del dólar, y su sustitución por el llamado peso convertible, moneda que no acaba de cumplir el primer requisito de cubanidad: "caer bien". Ya lo advierte el célebre cartel de La Bodeguita del Medio: "Cargue con su 'pesao'".

Todo parece indicarlo: la población se resiste a "cargar con un pesao" que no identifica como suyo. Conocido el rechazo popular a aceptar un vuelto en pesos convertibles, si se pagó en dólares. Todo en la vida tiene lugar y momento, en materia de dolarización, a la cubana, ambos gozaron de oportunidad dorada en 1993. Fue ése el perfecto escenario para que la ciudadanía no diera importancia a una eventual no circulación del dólar, siempre que hubiera aceptación comercial de un peso convertible con capacidad de concretar la despenalización de la tenencia de divisas, legislada a regañadientes, como se sabe. Después, el pueblo le tomó el gusto al billete del Tío Sam, muy en especial por el toque picante que le aporta la globalización. Desde entonces, ha respondido a los intentos de arrebatárselo como signo monetario por medio de un refrán criollísimo: "Jorobita, jorobita, lo que se da no se quita".

La sospecha callejera tiene sus razones: en ningún país del mundo la moneda fraccionaria es determinante. La historia de Cuba registra momentos en los que el dólar norteamericano circuló sin inconvenientes ni propinarse golpes de pecho, ante una identidad nacional supuestamente amenazada por la presencia del nickel o del quarter. Por entonces, la moneda cubana se equiparó a la estadounidense, y consta cómo la población prefirió primera antes que segunda, tanto como ocurrió con los ritmos nacionales, vencedores aplastantes de un rock and roll por aquellos tiempos de moda. La calle -de tonta ni un pelo- se pregunta por qué el Estado cubano habrá de dispensar recursos en acuñar menudo convertible, sin contar de los gastos por operaciones anexas. ¿Tan prioritario es en país donde "apagones" y oscilaciones de voltaje "asesinan" equipos de refrigeración doméstica?

Ojo atento: la calle de Cuba olfatea un eventual primer paso del gobierno de Fidel Castro para recuperar el absoluto control que antaño tuvo sobre la circulación monetaria, hoy visiblemente disminuido por la presencia del dólar. Parte de razón tienen, las autoridades, si a través de la consagración del peso convertible se persigue un uso productivo de los cientos de millones de dólares atesorados por la población, de acuerdo con estimados de Naciones Unidas. Pero una sombra acecha: el pésimo empleo que el gobierno ha hecho de semejante control, cuando ha dispuesto de éste. Recuérdese la llamada danza de los millones de 1970, rememórese la hiperinflación habida entre 1991 y 1994, y tómese nota de que a inicios del siglo XXI ha sido incapaz de llevar adelante una reforma monetaria racional, que comienza por la unificación de los tipos de cambio oficial y extraoficial (casas de cambio) y termina por un verdadero combate contra la inflación. Verdadero, no ficticio. Llama poderosamente la atención cómo las casas de cambio elevan sus tipos en determinadas épocas del año, como para hacer que el dólar callejero baje de precio. ¿Qué se oculta tras ello?

Fuenteovejuna huele peligro. Su instinto popular le avisa de un ataque contra una parcela de libertad, ganada entre sangre, sudor y lágrimas. Hora es, por lo tanto, de no dejarla sola.


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