La
nacionalización del menudo
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, septiembre - Como quien no quiere, la prensa oficiosa informó
que a partir de una fecha cercana el Banco Central de Cuba hará efectiva
la nacionalización del menudo, como se llama en la isla a las monedas
fraccionarias de peso y de dólar. En concreto, se decreta la abolición
de la aceptación comercial de las del Tío Sam, las cuales serán
sustituidas por equivalentes en pesos cubanos convertibles, en una operación
cuyos costos se admiten, y entran en contradicción con otras necesidades
de la sociedad cubana.
La calle habanera, entretanto, en guardia. Su instinto de Fuenteovejuna
dispara señal de alerta que recorre los predios de la vigente dualidad
monetaria, al ver en la nacionalización del menudo un primer y discreto
paso del gobierno de Fidel Castro hacia la eliminación de la circulación
del dólar, y su sustitución por el llamado peso convertible,
moneda que no acaba de cumplir el primer requisito de cubanidad: "caer bien".
Ya lo advierte el célebre cartel de La Bodeguita del Medio: "Cargue
con su 'pesao'".
Todo parece indicarlo: la población se resiste a "cargar con un
pesao" que no identifica como suyo. Conocido el rechazo popular a aceptar
un vuelto en pesos convertibles, si se pagó en dólares. Todo en la
vida tiene lugar y momento, en materia de dolarización, a la cubana,
ambos gozaron de oportunidad dorada en 1993. Fue ése el perfecto
escenario para que la ciudadanía no diera importancia a una eventual no
circulación del dólar, siempre que hubiera aceptación
comercial de un peso convertible con capacidad de concretar la despenalización
de la tenencia de divisas, legislada a regañadientes, como se sabe. Después,
el pueblo le tomó el gusto al billete del Tío Sam, muy en especial
por el toque picante que le aporta la globalización. Desde entonces, ha
respondido a los intentos de arrebatárselo como signo monetario por medio
de un refrán criollísimo: "Jorobita, jorobita, lo que se da
no se quita".
La sospecha callejera tiene sus razones: en ningún país del
mundo la moneda fraccionaria es determinante. La historia de Cuba registra
momentos en los que el dólar norteamericano circuló sin
inconvenientes ni propinarse golpes de pecho, ante una identidad nacional
supuestamente amenazada por la presencia del nickel o del quarter. Por entonces,
la moneda cubana se equiparó a la estadounidense, y consta cómo la
población prefirió primera antes que segunda, tanto como ocurrió
con los ritmos nacionales, vencedores aplastantes de un rock and roll por
aquellos tiempos de moda. La calle -de tonta ni un pelo- se pregunta por qué
el Estado cubano habrá de dispensar recursos en acuñar menudo
convertible, sin contar de los gastos por operaciones anexas. ¿Tan
prioritario es en país donde "apagones" y oscilaciones de
voltaje "asesinan" equipos de refrigeración doméstica?
Ojo atento: la calle de Cuba olfatea un eventual primer paso del gobierno de
Fidel Castro para recuperar el absoluto control que antaño tuvo sobre la
circulación monetaria, hoy visiblemente disminuido por la presencia del dólar.
Parte de razón tienen, las autoridades, si a través de la
consagración del peso convertible se persigue un uso productivo de los
cientos de millones de dólares atesorados por la población, de
acuerdo con estimados de Naciones Unidas. Pero una sombra acecha: el pésimo
empleo que el gobierno ha hecho de semejante control, cuando ha dispuesto de éste.
Recuérdese la llamada danza de los millones de 1970, rememórese la
hiperinflación habida entre 1991 y 1994, y tómese nota de que a
inicios del siglo XXI ha sido incapaz de llevar adelante una reforma monetaria
racional, que comienza por la unificación de los tipos de cambio oficial
y extraoficial (casas de cambio) y termina por un verdadero combate contra la
inflación. Verdadero, no ficticio. Llama poderosamente la atención
cómo las casas de cambio elevan sus tipos en determinadas épocas
del año, como para hacer que el dólar callejero baje de precio. ¿Qué
se oculta tras ello?
Fuenteovejuna huele peligro. Su instinto popular le avisa de un ataque
contra una parcela de libertad, ganada entre sangre, sudor y lágrimas.
Hora es, por lo tanto, de no dejarla sola.
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