Daniel Morcate. El
Nuevo Herald, octubre 25, 2001.
La lucha contra el terrorismo internacional ha obligado a naciones
influyentes a abandonar la farsa de que con el gobierno de Cuba se puede
convivir sin mayores problemas. La farsa se adoptó para no tener que
socorrer a las víctimas del castrismo. Y para aplacar a la estridente
izquierda leninista de Europa, Latinoamérica y Estados Unidos que no se
resigna al desplome, una tras otra, de las dictaduras a las que abrazó
con entusiasmo cómplice durante décadas. Era un mendrugo para
distraer a los viejos mastines estalinianos que aún merodean por nuestras
democracias. Pero los atentados en Nueva York y Washington el 11 de septiembre
han hecho reconocer a gobernantes demócratas que la ficción de una
Cuba castrista normal e inofensiva era demasiado peligrosa.
Esto explica por qué, en un lapso de seis semanas, Estados Unidos
arrestó a una presunta espía castrista en el Pentágono a la
que había detectado desde mayo; impuso a los diplomáticos cubanos
las mismas restricciones de movimiento que Castro impone a los norteamericanos
en la isla; le envió a La Habana una velada advertencia de que no tolerará
complicidad con terroristas; y Rusia de repente anunció que cerrará
la base de espionaje que mantenía en la localidad cubana de Lourdes desde
1964. Es razonable esperar otras medidas preventivas de la comunidad democrática,
incluyendo un mayor escrutinio de funcionarios cubanos en países donde se
presume hay células durmientes de terroristas islámicos.
De esta forma el miedo al terrorismo está logrando lo que ni siquiera
se propuso el tibio respeto a la democracia y los derechos humanos de nuestros
gobernantes electos: aislar a la dictadura de Fidel Castro. Este aislamiento es
aún más significativo porque se produce en una coyuntura económica
especialmente difícil para La Habana. Con la base de Lourdes a Castro se
le esfuman por lo menos $200 millones anuales en subvención rusa
(expertos militares rusos estiman que la cifra podría ser superior, ya
que operar la base le cuesta a Moscú $300 millones anuales). Y la crisis
terrorista está reduciendo los ingresos del régimen procedentes
del turismo y las remesas familiares que envían los exiliados cubanos. Al
convertir a Cuba en un centro de apoyo logístico y de adiestramiento de
terroristas, Castro calculó con acierto que golpeaba los odiados
intereses norteamericanos. Pero nunca imaginó que también golpearía
los de su régimen vitalicio.
El veterano dictador aún no se ha resarcido de los sucesivos
guantazos politicoestratégicos que ha recibido en tan corto tiempo. Lo
que más le humilla es la bofetada sin mano que le propinó el
presidente ruso, Vladimir Putin, al decidir en forma unilateral la clausura de
la base de Lourdes. Con esa decisión, Putin no sólo ha sido
consecuente con el tradicional desprecio que les ha inspirado a los gobernantes
rusos el servilismo oportunista de Castro, a quien siempre han considerado un
gobernador colonial más o menos manipulable. También le ha pasado
la cuenta por la negativa de Castro a pagar su deuda billonaria con Moscú,
tema que Putin abordó con el dictador durante su visita a la isla hace
unos meses. "Le debíamos dinero a la Unión Soviética,
no a Rusia'', fue entonces la cínica respuesta de Castro. Más le
hubiera valido fingir que pagaría la deuda, estrategia que siempre le ha
dado estupendos resultados con el Club de París y sus socios comerciales
de Europa y América. A expensas de pueblos estafados, estas entidades
subvencionan al régimen castrista con lo que en la práctica
representa una ayuda económica que los cubanos nunca pagarán.
Cuando se recupere del trauma inicial, Castro probablemente hará
nuevas fintas extraídas del inagotable arsenal de su oportunismo político.
Una será brindarles en bandeja a los chinos la base de Lourdes para
reemplazar a los rusos. En definitiva los chinos ya operan en Cuba la base de
espionaje de Bejucal, que también construyeron los rusos a mediados de
los 90. Sin embargo, Washington ha previsto esa contingencia y es probable que
esté tratando de obstaculizarla en sus gestiones para sumar a Pekín
a la coalición antiterrorista. Desde la perspectiva norteamericana, la
clave será ofrecerle a China incentivos similares a los ofrecidos a Rusia
para que deje de alimentar el peligroso morbo antiyanqui de Castro y sus
secuaces.
Otra probable jugada del dictador cubano será recurrir a su
inveterado camaleonismo político y ofrecer su colaboración secreta
en la lucha antiterrorista a cambio de las subvenciones y el reconocimiento que
necesita su régimen inepto para sobrevivir. Castro podría
traicionar a sus antiguos camaradas terroristas del Oriente Medio, Latinoamérica,
Irlanda del Norte y la ETA, revelando discretamente algo de lo mucho que sabe
sobre su modus operandi. En pago exigiría el levantamiento del embargo
norteamericano, la concesión de generosos créditos internacionales
y una nueva oleada de visitas de obsequiosos dignatarios occidentales a Cuba, así
como invitaciones a las cumbres democráticas que se celebren en su radio
de acción. A través del tiempo hemos visto a un Castro
antibatistiano, cristiano, marxista leninista, maoísta, prosoviético
y capitalista de estado. Nos queda por ver a un Castro antiterrorista. Hace unos
días eso era impensable. Pero hoy lo hacen posible, al menos sobre el
papel, el instinto de supervivencia del dictador y la vulnerabilidad de las
democracias ante el terrorismo.
© El Nuevo Herald |
