A paso de
bastón: Fernando y María
Manuel David Orrio, CPI / CubaNet
LA HABANA, octubre - Realizar aquel acto repudiado fue el último
recurso que quedó a Fernando y María, un matrimonio de la barriada
habanera de Pueblo Nuevo.
Vecinos nuevos, con un nivel de vida relativamente alto, visitan los
comercios dolarizados con una frecuencia mayor a la del ciudadano promedio. Pero
ni así la felicidad es completa. Habían explorado todas las
posibilidades de salir, de liberarse de "aquello". Preguntaron a los
cercanos, al presidente del Comité de Defensa de la Revolución y
al delegado del Poder Popular. Sólo recibieron respuestas que denotaban
desde absoluta ignorancia hasta ausencia de soluciones a la mano. Una solución
asequible, sencilla, de ésas que facilitan la vida a los humanos.
Fernando y María se preguntaban qué hacer. Su conciencia se
rebelaba contra la barbaridad que, al parecer, no tendrían otro remedio
que emprender. Sus lecturas, hábitos de higiene, la publicidad vista en
la televisión, les decían que ellos, pese a discrepar en mucho del
gobierno de Fidel Castro, coincidían con la política oficial en el
punto que torturaba sus cerebros. Tener una conducta "políticamente
correcta", en este caso, era un acto de racionalidad.
Por otro lado, reportes de la prensa oficiosa, incluidas entrevistas a
funcionarios de alguna jerarquía, informaban de avances en la gestión
por ellos demandada. Fernando y María no acababan de entender la
contradicción palpable, casi escandalosa, entre lo afirmado en la prensa
y el problema que se iba acumulando en el patio del apartamento donde residen.
Ellos quieren colaborar, ser parte del esfuerzo que los medios de comunicación
social describen en el tono de los partes triunfalistas de una guerra en camino
a una aplastante victoria.
Entretanto, crecía. Físicamente. La conciencia de los cónyuges
se rebelaba. Pero ambos se resistían a salir del asunto de una vez por
todas mediante el sencillo expediente de portarse como energúmenos. Así
las cosas, visitar una tienda de recaudación de divisas, en vez de ser el
placer de quienes pueden comprar, devino el tormento de sus días. Hasta
en las noches de intimidad se les reflejó el ascenso del problema, su
acumulación constante, decidida, siempre como consecuencia de sus
compras. Fernando, que de sólo oler a María relinchaba como un
caballo en celo, tuvo disfunciones eréctiles. María, cuyo primer
orgasmo siempre se producía antes de la penetración de Fernando,
acabó por consultar a los sicólogos, de tanta anorgasmia.
Una de esas noches, María o resistió. Su marido yacía,
vencido una vez más por el ridículo.
- Fernando, no podemos seguir así. Tenemos que hacer algo; hemos ido
a todas partes en el barrio y a nadie le importa. ¡A nadie le importa,
Fernando!
Fernando, la mirada fija en el techo de la habitación, un cigarrillo
entre los dedos, se alzó de la cama y se dirigió al patio, de
donde salió con dos inmensas bolsas repletas de desechos reciclables, de ésos
que una vez procesados enfrían a la capa de ozono y contribuyen al
crecimiento del producto interno bruto.
- ¡Vamos! -ordenó a María.
- ¡Papi, ponte un short por lo menos, te van a meter preso por salir a
la calle en cueros!
- ¡Vamos, coño, el short me lo pongo en el camino!
A las cuatro de la madrugada dejaron todos los desperdicios junto a los
desbordados tanques de basura, ante la mirada atónita de un vigilante
nocturno. Todo. Periódicos viejos, botellas vacías de plástico
y de cristal, latas de cerveza y de refresco.
El amanecer les sorprendió, sudados y felices. María introdujo
un dedo en la taza de café que ofreció a Fernando, y con él
se humedeció un pezón. Fernando sintió un ulular en sus
cuerpos cavernosos, y rodeó con sus brazos la cintura de María.
Susurró, antes de tumbarla sobre la cama:
- Ecología en Cuba... así que ecología en Cuba.
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