La venta
ambulante, única opción de supervivencia para los ancianos
LA HABANA, octubre (Regina del Sol y Alejandro Hernández, AIDH) - En
la Calzada de Infanta esquina a San Lázaro, un grupo de ancianos toma
asiento en el saliente de una pared para comenzar un día más de su
azarosa existencia. Ellos representan el escalón más bajo de los
vendedores ambulantes; no tienen conexiones con los que roban productos en los
almacenes ni con los revendedores que acaparan productos deficitarios en las
llamadas "shopping" para luego venderlos a precios superiores.
Cigarrillos, café y pasta dental (de los que venden en las bodegas por la
libreta de racionamiento) son las mercancías que mayoritariamente
ofertan.
Pastora
Leyva oferta café y cigarros al menudeo. |
"Ya yo llevo más de tres años en esto, no me da ninguna
pena", expresa Pastora Leyva, de 75 años. "Gracias a Dios que
no fumo ni tomo café, por eso vendo lo que me toca, aunque también
le vendo algunas cosas a amigas mías que les da pena estar delante de la
gente, a mí me da lo mismo... pa' lo que me queda".
Pastora trabajó durante más de 25 años como cocinera de
una empresa del Instituto de Cartografía, "en aquel tiempo no ganaba
mucho, 128 pesos era mi salario mensual, pero el dinero todavía tenía
algún valor y no había que comprar las cosas con dólares.
La comida no me faltaba en la casa, siempre me podía llevar de lo que
quedaba del día y en eso no tenía que gastar un quilo (centavo)".
Luego de sus 25 años de trabajo, la anciana recibe una jubilación
de 99.99 pesos mensuales en moneda nacional, equivalentes a 3.99 USD (ayer el dólar
amaneció a 25 pesos). "Hijo, con cuatro dólares aquí
no hay quien viva, y más una, que está vieja y tiene mil achaques.
Yo pienso seguir vendiendo en esta esquina hasta que pueda; es la única
forma de buscarme unos quilitos extras para poder sobrevivir, nadie me manda
dinero de afuera ni de adentro, y a mis años ni a jinetera me puedo meter",
dice con el proverbial e inexplicable sentido del humor cubano.
La historia de Pastora no es única. Por todo San Lázaro,
Belascoaín, Galiano, por toda La Habana y por toda Cuba, nuestros
ancianos pasan las horas sentados ofertando sus humildes productos o desandando
kilómetros vendiendo maní, caramelos caseros y rositas de maíz
para, de cierta forma, aliviar la pésima situación económica
en que se encuentran. No importa que en ello les vaya la salud de los pocos años
que les quedan; lo más importante, lo imprescindible, es que hoy tienen
que comer. Y están seguros de que eso no se los garantiza el gobierno
totalitario. Con su carga de años a cuestas siguen vendiendo cualesquiera
que sean las condiciones del tiempo... hoy tienen qué comer, mañana,
si amanecen, será otro día.
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