Machos
atrapados
Manuel David Orrio, CPI / CubaNet
LA HABANA, octubre - Si no fuera por su lado trágico, la anécdota
de los machos atrapados sería idea excelente para el guión de una
comedia al estilo de Tomás Gutiérrez Alea. Machos atrapados, señores,
de los de cuchillo a la cintura y expediente delincuencial.
Por ahora se conoce de seis. Todos residentes en apenas cien metros de una
calle ubicada en el capitalino barrio de La Ceguera, varios con mujer, hijos,
amantes, queridas, y la correspondiente fama de "guapos" en la
barriada donde habitan. "Explotaron como Cafunga", se dice en el argot
de la localidad.
Un buen día de la semana pasada estalló el escándalo.
La operación que les condujo a sabe Dios dónde tuvo su tinte
policial, pero en verdad se debe a razones de salud. Los machos aparecieron como
eslabones de una cadena de posibles portadores del VIH. Por supuesto, se
especula sobre la posibilidad de ramificaciones hacia otras calles de La
Ceguera, mientras esposas y amantes esperan ansiosas por la llamada para su
examen.
El origen del escándalo no es la conducta de los machos hacia las
hembras de la barriada, consideradas por ellos como piezas de un coto de caza.
Los machos andaban en clandestinos tratos sexuales con un gay vecino, "loca
de argolla" al decir del escritor homosexual cubano Reinaldo Arenas. Aquél
sedujo a los machos y les incorporó a su serallo. Noche tras noche,
cuenta una florista que vive en la zona, el idilio de turno tenía lugar,
cual si se cantara el estribillo del conocido chachachá: "Llévame
contigo pa' la oscurida' / pa' la oscurida' / pa' la oscurida'".
Ninguno de los machos calculó el peligro. Entre otras, el homosexual
había tenido relaciones que le contagiaron el virus del VIH. De este
modo, la investigación de los epidemiólogos condujo al harén,
para escándalo de las hembras y severo cuestionar de los tipos duros de
la barriada. Tómese nota: seis varones sospechosos de contagio en apenas
cien metros de distancia, todos por el mismo origen, más las hipótesis
colaterales.
Por lo pronto, el comprobado chisme de barrio informa de la reaparición
de uno de los machos, que sólo sale a la calle en altas horas de la
noche. A otro se le vio pasar en una motocicleta casi de incógnito. De
los demás aún no se sabe, y la gente prefiere no preguntar a las
familias.
Oculto los nombres en honor al derecho a la privacidad. Pero no puedo
olvidar el de Reinaldo Arenas, quien supo describir tan bien ese lado hipócrita
del machismo isleño, dado por una conducta viril que por detrás de
la puerta hace lo contrario de lo que predica. ¿Hasta dónde tuvo razón
el escritor Arenas, quien más de una vez señaló que lo
visible del homosexualismo en Cuba no era más que la cima del iceberg?
Lo otro, lo bien lamentable, es observar en los machos atrapados una
conducta notoriamente irresponsable. Si ocultaron sus preferencias en favor de
su personal imagen machista, asunto de ellos. Pero llevar a riesgo de contagio a
sus parejas heterosexuales ya es otro asunto, más cuando de lo que sí
no se puede culpar a las autoridades de salud de Cuba es de descuidar la promoción
de la sexualidad responsable, al menos en la actualidad. Todas las modalidades
de prensa oficiosa, particularmente la televisiva, incluyen frecuentemente en
sus espacios esa promoción.
Por ello, los machos atrapados informan de algo: ¿hasta dónde es
efectiva esa promoción de salud? ¿Hasta dónde es tomada en
consideración por una ciudadanía cuya conducta personal manifiesta
que no se siente responsable sobre muchos aspectos de la vida social isleña,
y a veces ni de sí misma, como parece indicar el ejemplo de los machos
atrapados?
Las cifras oficiales hechas públicas declaran una baja tasa de
incidencia de VIH, así como la disminución en la de otras
enfermedades de transmisión sexual. Pese a ello, el caso de los machos
atrapados avisa. Ojo atento, muy atento.
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