Belkis Cuza Malé. Octubre 19, 2001.El Nuevo Herald
Soy una fanática de la ilustradora Mary Engelbreit, de sus tarjetas
postales y de su revista Home Companion, dedicada no sólo al hogar, la
decoración y la original obra de su fundadora y directora, sino a la "inspiración''.
Cuenta la propia artista que su revista nació cuando una mujer le dijo: "Me
gustaría vivir en sus tarjetas postales''. Y eso fue lo que hizo: creó
una revista para meternos a todos de cabeza en sus ilustraciones. De modo que
podamos beber de las fuentes de la niñez eterna, de la felicidad, de los
sueños. Llenar la vida con colores, sabores, y la sensación de que
vivimos en un mundo seguro, hermoso, lleno de seres humanos buenos y decentes;
un mundo donde cada uno tuviese algún encanto particular, al margen de
sus riquezas o sus capacidades, porque sólo cuenta la "inspiración''.
En el mundo romántico de Mary Engelbreit todos vivimos arropados en
noches de invierno, junto al fuego de las chimeneas, mientras que del horno se
expanden los olores del pastel de manzana, cubriendo como un manto a la noche. O
en verano, es la playa siempre de parasoles y castillos de arena al estilo de la
arquitectura encantada de la propia Engelbreit. Tanto en sus tarjetas postales
como en su revista, lo que prevalece es la idea de que la vida es siempre digna
de ser vivida con amor, que la felicidad se encuentra con sólo destapar
una caja de galleticas de crema, o en la seguridad que nos ofrecen los hogares
estables, inspirados en épocas que parecerían el rompecabezas de
la felicidad, o un sueño del que vamos a despertarnos en medio de las décadas
de los treinta, los cuarenta, los cincuenta e incluso los sesenta.
Les hablo de todo esto, porque en el mundo de Mary no hay malvados ni
demonios. Por supuesto, es un mundo idealizado, un mundo de tarjeta postal, un
mundo artístico, hogareño y pulcro. Tampoco hay guerra, ni las
personas que lo habitan han sido víctimas de atropellos, crímenes,
o terrorismo. Y sin embargo, uno siente que el mundo de esa tarjeta postal, como
le pidió aquella señora a Engelbreit, ha tenido hasta ahora visos
de realidad.
El París de la Segunda Guerra Mundial, contemplado a través de
las páginas de una edición conmemorativa de Vogue, y los escritos
de muchos testigos, es el de una ciudad violada, una ciudad invadida por las
alimañas fascistas. ¿Recuerdan sus uniformes? Hasta esa ropa perdió
su gallardía en el caso de los nazis y de otros ejércitos
deleznables, y sucede lo mismo cuando un soldado del demonio viste el uniforme.
El crimen tiene pátina, va manchando la esencia de los cosas, va gravando
con energía negativa, virulenta, punzante, cada ser que se envuelve en el
ejercicio del mal. ¿Cuál es el rostro de Satanás? El de
cualquier soldado que está a las órdenes del poder siniestro. Un
rostro multiplicado, afacetado, lleno de odio.
Nosotros los cubanos vivimos desde hace 42 años sumergidos en la
literatura territorial de un tirano. El es el autor de su propia ficción,
él ha hecho realidad la fealdad de su reino, como un ilustrador canalla
que estuviera empeñado en hacer sucumbir la belleza. No sólo ha
empobrecido a sus habitantes, sino que ha traído la desgracia a cada
hogar cubano. Y todas las plagas. No hay nadie feliz en los 111,111 kilómetros
cuadrados de la isla. Nadie que pueda decir: ha valido la pena tanta mentira.
Si se mira bien, veremos que Fidel Castro ha arrastrado a Cuba muy lejos de
este hemisferio; somos ahora más tercermundistas que nunca. Alguien me
preguntó hace unos días cuál era la diferencia entre Castro
y Bin Laden. Ninguna, supongo. Ambos sueñan con acabar con Estados
Unidos, y si seguimos escarbando quizás logremos atar cabos de una misma
madeja. Por ejemplo, ambos proceden de padres adinerados y mueven ejércitos
de fanáticos. Y al igual que Bin Laden, Fidel Castro ha tenido su propio
harem y nunca se conoce con certeza dónde vive, cuál es su casa,
pues anda cambiando siempre de madriguera. Pero sobre todo, ambos se creen los
elegidos de una cruzada "justiciera'' que no tiene más enemigo que
uno: los Estados Unidos.
Es posible que Bin Laden y Fidel Castro hayan intercambiado mensajes en algún
momento de sus monstruosas carreras, ya que de seguro sienten el uno por el otro
una admiración secreta. ¿O acaso no comparten el mismo fanatismo? ¿Acaso
Sadam Hussein no es amigo también y protector del tirano cubano, y
viceversa?
Sé que los tiempos que vivimos no son ya como las tarjetas postales
de Mary Engelbreit, pero al menos abrigo la esperanza de que más temprano
que tarde, el averno se trague a los monstruos. Y vuelva a salir el sol en esas
casitas donde la vida huele a rosas, a pan recién horneado; donde hay pájaros
revoloteando en los árboles, y niños correteando en sus patines, y
mujeres y hombres embelleciendo la vida con su trabajo y su amor por la
humanidad. ¿Estoy soñando? ¿Parece ahora un imposible?
No, si estamos seguros de la justicia de Dios, seguros de que "viene el
día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen
maldad serán estopa'', y "no les dejará ni raíz ni
rama''.
BelkisBell@aol.com |