Raúl Rivero. Publicado el miércoles, 17 de
octubre de 2001 en El Nuevo Herald
La Habana -- Nadie sabe el estado que tiene hasta que no llegan los tiempos
difíciles. Ante el peligro de una guerra en el vecindario de un país
enlutado por el terror, los medios oficiales cubanos, después de leves
parpadeos, aplican a fondo el escobillón de hierro con que limpian el
panorama que debe ver la sociedad.
Como el olvido es una coartada de la memoria, ya casi no hay que hablar de
New York y Washington y sus miles de muertos del 11 de septiembre. Ahora, más
bien, se critican ciertos procedimientos que, desde la óptica
gubernamental, deben poner de relieve las esencias perversas del capitalismo.
A los movimientos de tropas de Estados Unidos y Gran Bretaña hacia
las sombras, donde deben estar los culpables de la barbarie, se les exprime la
vertiente negativa, para destacar el delirio bélico de los halcones y
halconesas y fortalecer, así, la cultura política del público.
Bin Laden pasea en un caballo negro por las pantallas de los televisores y
un especialista ofrece una lista selectiva de pistas que nunca consiguen enlazar
al jinete apocalíptico con los actos del mes pasado en Norteamérica.
El caos financiero que ha seguido a esos episodios tiene una relatoría
fiel y detallada, para que se imaginen los oyentes y televidentes la confusión,
la bancarrota y la crisis que agobia a los otros pueblos del mundo.
El torrente controlado de información sobre las alternativas de los
acontecimientos incluye, desde luego, la devoción, el respeto y el
agradecimiento con que la comunidad internacional acoge las declaraciones del
gobierno de Cuba.
Se reseñan los impactos de las posiciones de las autoridades en
cancillerías, sedes de gobiernos, tronos, parlamentos y consejos tribales
y se trasmite la impresión de que los compases de espera, el devenir
mismo de la vida, está pendiente de lo que se diga aquí.
Entre tanto, la nación sigue con vehemencia el camino hacia la
cultura. Ya se anunciaron cursos de portugués e italiano por televisión.
Comienza a notarse, a las claras, la ausencia de turistas en las calles y en
los vestíbulos de los hoteles de lujo dormitan, junto a los camareros,
las cocteleras y los rones. Pero eso no es asunto de interés popular.
Se develan estatuas y se reciben emisarios extranjeros. Crecen los
intercambios científicos y se dan conciertos de música flamenca.
En el deporte se arrasa, y septiembre queda entre los meses más lluviosos
desde 1941.
Lo más grave que sucede aquí, además del crecimiento
desigual de las rosas, es que a un hombre, de no se sabe dónde, no le
llegó un bulto postal, por no se sabe qué.
Los presos políticos, allá, quietos, en sus celdas. Las
decenas de personas a quienes se les prohíbe salir del país,
tranquilos en sus casas, leyendo textos sobre el concepto de las palabras
justicia y libertad.
En menos de 48 horas, la policía política ha interrogado a
media docena de periodistas independientes de Santiago de Cuba, Camagüey y
La Habana.
Los sentimientos, las preocupaciones, el dolor que las personas pueden
experimentar por el infortunio de miles de familias de este hemisferio, que se
queden en el aire, en la nada.
Es como escuchar por radio la descripción de un juego de pelota que
se desarrolla muy cerca del sitio donde uno está, pero con la certeza de
que los cronistas deportivos son los dueños de uno de los equipos que están
en el terreno.
De modo que, cuando está a la ofensiva tu novena favorita y oyes la
gradería ahogada en el júbilo del jonrón, el narrador te
cuenta, tajantemente, que al cuarto bate le acaban de pasar una recta de humo
por el centro del plato y está ponchado.
No importa qué pasa de verdad en el terreno. Ni hay margen para usar
la inteligencia, ni siquiera para sufrir a plenitud por el destino de uno, de su
familia y sus amigos y, en definitiva, de la humanidad.
No hay margen, no. Antes de ir a dormir, tienes que callarte o aplaudir los
resultados que te dieron los cronistas que ya sabíamos dueños del
equipo; pero que tienen, también, todas las acciones de la emisora.
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