Guerra
necesaria contra vecinos peligrosos
Tania Díaz Castro, UPECI / CubaNet
LA HABANA, octubre - Dos vecinas del edificio donde vivo conversaban esta mañana
en la puerta del mismo, y me dispuse a escuchar. La más joven le dijo a
la otra que el mundo no era como un pañuelo, sino como una cuadra: cada
quien vive en su casa. Luego le preguntó: "¿Qué harías
tú si una persona que se aloja en mi casa comete un acto de violencia
contra tu familia?"
"Seguro que mi marido va a ajustarle cuentas", respondió la
otra.
"¿Y si yo lo protejo, y no permito que entren a buscarlo ni lo
entrego a la justicia?", volvió a preguntar la joven.
"Entonces, seguramente mi marido tendrá problemas contigo",
respondió la otra.
"Pues mira, tú que no estás de acuerdo con la guerra
contra Afganistán -apuntó la joven- harías conmigo lo
mismo que hace ahora el gobierno de Estados Unidos de América".
La mujer interrogada guardó silencio. La otra la miró
sonriente, afirmando con su sonrisa maliciosa y un gesto de la cabeza.
Yo me despedí de ambas y corrí a casa para escribir esta crónica
a partir de lo que acababa de escuchar.
Con mucha frecuencia se escuchan en la calle conversaciones similares.
Muchos han sacado igual conclusión que, por cierto, no es la misma de las
"mesas redondas" de la televisión cubana, coordinadas y
dirigidas por el gobierno de Fidel Castro.
Cuba no está con la guerra, repite la prensa oficialista y yo siento
un ruido raro en mis oídos: recuerdos de tantos años vividos bajo
el régimen de Fidel Castro y sus guerras "internacionalistas"
impiden que entienda esa afirmación. Viene a mi mente el recuerdo de
misteriosas y ocultas escuelas para extranjeros donde se les adiestraba en las técnicas
de guerra de guerrillas, y de las que sabíamos hasta dónde
estaban; las guerras que fomentó o en las que intervino Cuba a través
de su política internacionalista y, sobre todo, el gran número de
mártires cubanos que aún desconocemos.
Veo todavía a los líderes cubanos en la televisión
vestidos con uniformes belicistas, paso a diario por refugios, oficinas de
milicias, y me pregunto si conocen el pacto que hizo Estados Unidos de no agresión
a Cuba en 1962. Recuerdo incluso cuando en esas mismas "mesas redondas"
televisadas casi aplaudieron que el niño Elián González
Brotons fuera sacado a punta de ametralladora de un closet en Miami. Recuerdo
aquellas planillas que llenábamos al solicitar cualquier empleo, en las
que si no aprobábamos el internacionalismo belicista no nos daban la
plaza. Pero, sobre todo, viene a mi memoria lo que hoy sabemos sobre la guerra
de Afganistán y la antigua URSS, silenciado por la prensa cubana de
entonces, y algo más grave aún: la guerra sucia que hace el régimen
cubano contra los opositores pacíficos y los periodistas independientes.
Hemos vivido más de 42 años de castrismo guerrerista. La
guerra era y es la palabra de cada día, de siempre. Nuestros niños
se disfrazan de militares en sus escuelas y en los matutinos repiten "¡Seremos
como el Che!"
Ahora, sin embargo, me dicen NO A LA GUERRA DE EE.UU. Yo sé por qué:
¡los Estados Unidos podrían prevalecer!
Mi vecina, que de boba no tiene ni un pelo, se dio cuenta de que el líder
supremo del Talibán, Mohammed Omar, prefirió la guerra a entregar
a bin Laden, huésped extranjero y sospechoso de haber cometido actos de
barbarie contra la población civil.
La culpa recaerá sobre el régimen Talibán, represivo y
fanático. Sobre nadie más.
Bien lo expresó Federico Engels en el siglo XIX: "Para ellos
(los afganos) la guerra es un entretenimiento y un descanso de sus monótonas
ocupaciones laborales".
También el político y economista alemán los calificó
de "vecinos peligrosos susceptibles de dejarse llevar por el viento del
capricho".
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