El Nuevo Herald.
Daniel Morcate, octubre 4, 2001.
La crisis terrorista ha opacado la noticia del arresto de Ana Belén
Montes, a quien el FBI acusa de ser la espía castrista en Estados Unidos
más dañina en toda la historia. Si la corte confirma las graves
acusaciones que se le hacen, su caso sería un ejemplo del
resquebrajamiento de los sistemas de inteligencia norteamericanos que hicieron
posible los atentados de Nueva York y Washington y de la incorregible
malevolencia del régimen de Fidel Castro. El affair Montes debería
servir como otra dura lección sobre la futilidad y la temeridad de los
esfuerzos por contemporizar con la dictadura cubana. Lamentablemente, los necios
que contemporizan con ella no suelen ser susceptibles a las evidencias. Muchos,
de hecho, son ideólogos furibundos en los que late un odio ciego a
Estados Unidos similar al de los fundamentalistas islámicos.
Al igual que los miembros desenmascarados de la Red Avispa, Montes
aparentemente comenzó a trabajar para la inteligencia castrista durante
el mandato de Clinton. Eso no fue una coincidencia. Depredador nato, Castro
interpretó como una debilidad explotable los gestos de buena voluntad que
le hizo el gobierno clintoniano. Para apaciguarlo y buscar ciertos acuerdos con
él, como los de "cooperación'' migratoria, Clinton le mandó
diplomáticos, generales, académicos, estudiantes, artistas. También
les abrió las puertas a delegaciones estatales cubanas que vienen a
recaudar fondos para el desahuciado régimen con el pretexto de dar
charlas y conciertos musicales. Castro le respondió incrustándole
espías en lugares tan sensibles como el Servicio de Inmigración,
bases militares y, según las acusaciones contra Montes, la Agencia de
Inteligencia para la Defensa.
La pusilanimidad de Clinton y sus asesores y la conducta depredadora de
Castro se combinaron para que La Habana le robase a Washington lo que el FBI
describe como "un sistema especial de acceso relacionado a la defensa
nacional'' tan sensible que no pudo identificarlo en los alegatos que presentó
contra Montes el pasado 21 de septiembre. Como la principal analista de
inteligencia del Pentágono sobre Cuba, Montes presumiblemente envió
también a la isla secretos sobre los ejercicios del Comando Sur y la
identidad de funcionarios de inteligencia norteamericanos que visitan la isla.
En 1998, apologistas de Castro fustigaron a exiliados que criticamos las
conclusiones de altos militares y del ex zar antidrogas, Barry McCaffrey, de que
Cuba ya no representa una amenaza estratégica para Estados Unidos. Ahora
sabemos que Montes personalmente redactó los informes en que se basaron
esos funcionarios para formular sus absurdas valoraciones. Uno de ellos fue tan
benévolo con el régimen castrista que el Pentágono lo
fortaleció, pese a que aún no sabía que Montes trabajaba
para Castro. ¿Se disculparán esos funcionarios por haberse dejado
engañar como peleles y por haber desinformado al pueblo norteamericano al
grado de poner en peligro su seguridad? La arrogancia con que entonces
defendieron sus necedades no permite presagiarlo.
Al pueblo norteamericano también le deben disculpas los candorosos
funcionarios que por aquel entonces negaron que la Red Avispa hubiese infiltrado
el sistema de defensa norteamericano. Uno de ellos, Kevin Bacon, a la sazón
portavoz del Pentágono, declaró: "No tuvieron éxito en
penetrar las bases''. Y Mike Fábregas, portavoz del FBI, recalcó: "No
hay indicios de que tuvieran acceso a información clasificada y zonas
sensibles''. Pero ahora fuentes del Congreso aseguran que Montes estaba
vinculada a la Red Avispa y que se le atrapó gracias a que sus miembros,
patéticamente celebrados como héroes por Castro, están
cantando como gorriones. A los encargados de nuestra defensa nacional les
preocupaba más encubrir su ineptitud que descubrir el verdadero alcance
de la penetración castrista.
El espionaje que se atribuye a Montes también arroja luz sobre la
simpleza rayana en la complicidad con el castrismo que a menudo se refleja en
las expresiones públicas de académicos norteamericanos. Me refiero
a esos masabobas que, con la excusa de los intercambios académicos,
facilitan la circulación entre nosotros de notorios agentes castristas.
Montes gozaba de prestigio entre esos maestros del autoengaño porque, al
parecer orientada por sus manejadores en La Habana, alimentaba con astucia su
candor hacia la dictadura castrista. Era punto fijo en los encuentros académicos
sobre Cuba, incluyendo el influyente grupo de estudios de la Universidad de
Georgetown. Pero no esperen tampoco que estos académicos confiesen en público
la manipulación de que fueron objeto.
Por encima de todo, el caso Montes pone de relieve que en Castro y sus
secuaces aún alienta el ansia de destrucción de la sociedad
norteamericana. Todo su cinismo no les alcanza para ocultarlo. Cuando les
desmantelaron la Red Avispa, amortiguaron el impacto negativo sobre la opinión
pública, diciendo que "sólo'' espiaban a "terroristas''
exiliados. "No estamos interesados en asuntos estratégicos, ni nos
interesa información sobre bases militares'', declaró entonces
Castro a CNN. El FBI sostiene, sin embargo, que Montes era una espina clavada en
el corazón de nuestra seguridad nacional. Por eso, en la nueva guerra que
emprenden contra el terrorismo, nuestros líderes deberían
preguntarse qué hacía Castro con las informaciones sensibles que
robaba a través de su confidente en el Pentágono.
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