Zoé Valdés. El
Mundo, octubre 4, 2001.
He leído a Oriana Fallaci, no de ahora, desde muy joven; yo tenía
20 años, y la conocí en La Habana. Leí Un hombre, un libro
extraordinario sobre su amigo Alekos Panagoulis y la dictadura griega, luego
Carta a un niño que nunca nació, novela publicada en 1975 cuando
hervía en su punto la polémica europea del aborto, y también
Entrevista con la Historia, la entrevista con Yasir Arafat vale un millón.
A mí tampoco me gusta Arafat, es amigo de Castro y miente; tampoco me
gusta Sharon.
He leído los artículos de Oriana Fallaci y, salvo en algunos
pocos puntos, estoy de acuerdo con ellos, incluso ahora la admiro más.
Esencialmente porque estoy harta de lo políticamente correcto de los periódicos,
de los periodistas, y de los políticos. Tengo la sensación de que
me están mintiendo en nombre de un equilibrio que no veo por ninguna
parte. Porque si debo medir las noticias globales por lo que leo sobre Cuba, mi
país, en gran parte están mintiendo adrede y haciéndole el
juego a los dictadores, al horror.
Sólo una mujer vital, inteligente, que ha vivido lo que ella vivió,
puede escribir con tanta libertad, ira, amor, pasión, conciencia; en
resumen, con tanta verdad; sin preocuparse de la medalla que no te darán,
de los premios que te quitarán, de las editoriales que te cerrarán
las puertas, o de la pateadura que te espera al doblar una esquina por los
esbirros pagados por el dictador.
Sólo una mujer valiente, con el coraje de salirse de todo, ha podido
pararse bonito y decir unas cuantas cosas. La felicito, Oriana Fallaci. Porque a
mí también me resulta revulsivo escuchar: «¡Los
americanos se lo merecen, por arrogantes!». A partir de ahí
pareciera que no hay nada que discutir, pues no admito de ninguna manera el
terrorismo, el genocidio, ni la masacre como base de entendimiento.
Yo que no tengo por qué ser de izquierdas ni de derechas porque viví
35 años en una dictadura que lo confundió todo, diciendo que
actuaba en nombre de la izquierda y hacía lo que nos decían que
hacía la derecha: fusilamientos, desapariciones y cárceles. Y
resultó que todo era éso y su contrario. Yo, que me considero una
vital luchadora por la paz y la justicia, me asombro de que, aún hoy,
escritores de izquierda se hagan los bobos frente a los desmanes de la izquierda
terrorista, de los dictadores terroristas.
Como José Saramago, hace días leí un artículo
suyo donde enumeraba los crímenes de la Historia, y se saltaba las 80
millones de víctimas del comunismo; entre los dictadores de Cristina Peri
Rossi no figura Fidel Castro. Uno de los que más ha alentado a destruir a
Estados Unidos. Castro, uno de los mayores alentadores del terrorismo que ha
hecho de Cuba la guarida de los terroristas; pero así va la vida y lo políticamente
correcto.
Soy exiliada, extranjera en un país cuya Administración
desprecia a los extranjeros. En Francia no me dieron los papeles hasta que la
editorial Planeta, y mi querido Rey de España, y el Gobierno de José
María Aznar, me concedieron la nacionalidad española. Tenía
sobradas razones para sentirme brava reclamando mi carta de residente. Yo lo único
que deseaba era escribir en paz, ser libre, o vivir la ilusión de la
libertad. Todo esto no hizo que sintiera odio por Francia; no me dio por meter
un bombazo en la torre Eiffel. Me siento cubana, española y ciudadana del
mundo y, desde el 11 de septiembre, me siento más de esta parte, de
Occidente.
Considero que debemos convivir con todas las religiones y que debemos
respetarnos, el respeto es lo primero. El fanatismo islámico no respeta
lo principal, la vida. No estoy de acuerdo con ningún tipo de odio. No me
interesa una religión de la destrucción. Y el Corán que yo
he leído no dice que haya que matar a nadie. Andará otro Corán
perdido por ahí. Y si le meten el bombazo a los talibanes estaré
muy feliz, y si con los talibanes se lo meten a un terrorista, también
estaré muy contenta.
Estoy en contra de la guerra, pero esa guerra no la desataron los miles de
inocentes que murieron en el World Trade Center. Eso es lo que quieren los fanáticos,
la guerra. No hay que dársela, pero tampoco debemos quedarnos tejiendo el
miedo.
A mí sí me molestan los inmigrantes que en Venecia se te tiran
encima para sacarte el dinero por una falsa cartera Louis Vuitton; eso es
delito. Soy exiliada y con mis impuestos pago viajes de políticos que van
de putas a Cuba y a las cinco o seis mujeres y los treinta y pico de hijos de
uno que mata o roba. No me da la gana. Si los inmigrantes vienen a Occidente
deben respetar Occidente.
Sé que no podemos generalizar, que no todos los inmigrantes son lo
mismo. No estamos hablando de personas correctas y respetuosas. Estamos hablando
de una gran oleada de delincuentes y terroristas que busca refugio en Occidente
para destruir la vida e imponer sus fanáticas creencias. No es posible,
no. Y eso es también culpa de los políticos, de los periódicos
que mienten, de los corresponsales que se callan o escriben lo que les mandan
para que no los expulsen y seguir a la marchita.
Ayer recibí una imagen por Internet de un posible Nueva York en 2006,
en el sitio de las Torres Gemelas pusieron una mezquita. No me gusta la
arquitectura de las mezquitas, y menos en Nueva York. Tampoco los rascacielos. Y
sin embargo amo Nueva York y me fascina el desierto. No sé si a ellos les
gustaría que les arrancaran una mezquita y les sembraran un rascacielos.
Además, esto no ha sido una batalla del pobre contra el rico. Estoy de
acuerdo que en estos momentos no hay que echarle leña al fuego, pero el
fuego lo encendieron ellos.
Zoe Valdés es escritora cubana, autora, entre otras obras, de Te
dí la vida entera con la que quedó finalista del Premio Planeta
1996.
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