Desigualdades
socioeconómicas
Miriam Leiva
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Durante décadas los niños
cubanos han crecido escuchando acerca de las desigualdades imperantes en los países
de economías de consumo. Ciertamente, hay grandes brechas socioeconómicas.
Ejemplos cercanos se encuentran en los países latinoamericanos. Una minoría
muy rica prevalece sobre una mayoría pobre. La clase media decrece
constantemente para engrosar las filas de esta última, como sucede
actualmente en Argentina.
Esta situación y la búsqueda de soluciones fueron analizadas
en la Oncena Cumbre Iberoamericana efectuada recientemente en Lima, Perú,
lo que patentiza la preocupación de los mandatarios del área por
los sufrimientos de sus pueblos y las consecuencias nefastas que tendría
para el futuro de sus países no procurarse vías para enfrentar la
actual crisis de la economía mundial y abrir paso al desarrollo económico,
la educación, base para el mismo, y la adopción de medidas en
asuntos vitales como la salud pública y la seguridad social.
Aunque en Cuba se avanzó en esas tres esferas, la crisis económica
de los últimos diez años las erosionó sensiblemente. El mal
estado de las instalaciones y la carencia de medicamentos y artículos de
higiene, pero fundamentalmente la pérdida de estímulos para
trabajar debido a la devaluación continua del peso y no haberse elevado
los salarios correspondientemente, han ocasionado el desinterés,
resultando en mala atención o abandono de los puestos de trabajo.
Escasean maestros y enfermeras, personal paramédico, asistentes
educacionales y auxiliares de limpieza, entre otros.
Paralelamente, surgieron desigualdades socioeconómicas profundas, en
país donde se suponía que los bienes se distribuyeran
equitativamente, porque en realidad nunca se planteó que cada cual
recibiera según su aporte efectivo a la sociedad en conocimientos y
trabajo. Así, se creó un igualitarismo artificial que se quebró
ante las primeras pruebas de resistencia.
Aunque el dólar no es reconocido como moneda oficial y el peso es
supuestamente defendido, en la práctica la tenencia de la moneda
extranjera es la única garantía verdadera de subsistencia. Hoy, la
gran mayoría de los artículos esenciales deben adquirirse en las
tiendas dolarizadas, cuando el cambio oficial es de 26 pesos por dólar.
Por tanto, conseguir este tipo de moneda se ha convertido en una obsesión
necesaria.
También el gobierno debió cambiar políticas estrictas
para acceder a esa divisa. Se priorizó el odiado turismo hasta
constituir hoy la industria fundamental. También llegaron a salvar la
situación las remesas de dinero enviadas por cubanos residentes en el
extranjero a sus familiares y amigos.
Pero con ello comenzaron a ahondarse las desigualdades sociales. Una parte
de la población incorporada a esa economía mejoró
visiblemente su nivel de vida. Esto se aprecia a primera vista al transitar los
barrios de cualquier ciudad o pueblo. Las casas reparadas y pintadas, la
vestimenta, los juguetes, los autos, los rostros tersos y los cuerpos más
llenos, las sonrisas más espontáneas lo reflejan.
Mientras, una parte mucho mayor de personas sufre el deterioro de sus viejas
casas, la rotura de los pocos equipos electrodomésticos que poseen, la
quiebra de la ropa y del calzado, los cuerpos se disecan, las caras se tensan y
arrugan. Con salarios promedios mensuales de 247 pesos y pensiones de 102 pesos,
¿qué más se puede esperar?
Para colmo, pasó sobre el centro de la isla el huracán
Michelle. A su indudable fortaleza se añadieron las críticas
condiciones de las viejas viviendas, mayoritariamente de paredes de madera con
techos de materiales endebles. Las imágenes del desastre evidencian que
las nuevas construcciones sólidas constituyen una excepción.
Cabe preguntarse si los desdichados vecinos residían en lugares
alejados de centros económicos, si no producían riquezas, si eran
vagos y descuidados. En su mayoría, no.
Las imágenes publicadas de La Panchita son más que elocuentes.
Los denodados pescadores que perdieron sus desvencijadas viviendas salieron
inmediatamente a capturar langostas, que obtuvieron en grandes cantidades. Si se
piensa que el crustáceo tiene un elevado valor en el mercado
internacional donde se comercializa en dólares, se esperaría que
los miembros de la cooperativa pesquera obtuvieran ganancias adecuadas como para
que vivan en condiciones mucho mejores.
Ese es sólo un ejemplo, pero podrían señalarse otros en
los diversos sectores de la economía como el azúcar, donde el rudo
trabajo mal recompensado ha motivado el declive permanente de la otrora primera
industria de Cuba.
En fin, en todas partes cuecen habas.
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