Retrato de
policlínica, sin sombrero
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Vivir en Alamar es ya una
enfermedad. Pero enfermarse en Alamar puede resultar letal. El hospital más
cercano -el Naval, como le llaman- dista unos ocho kilómetros. Claro que
hay policlínica. Tres de ellas: la Mario Escalona Reguera, la 13 de Marzo
y la de Micro Diez. También hay médicos de familia: tres o cuatro
por zonas, ése no es el problema. El problema empieza cuando uno se
enferma.
Frente a la dolencia hay que asistir al médico de familia -antes de
las 12 meridiano, después no lo encuentras; si lo encuentras, las más
de las veces hay que recorrer dos o tres consultorios para tropezar con uno de
ellos. Este, más que auscultarte, te mira con desconfianza -hay tantas
enfermedades contagiosas- te hace algunas preguntas, te da buenos consejos y
consuelo, te explica que el hábito de fumar es dañino y que,
total, el cáncer es una bobería. Luego, no muy convencido, te
entrega una remisión para la policlínica. ¡Madre santa, caíste
en la trampa!
Llegas a la policlínica y te otorgan un turno para tres semanas después.
Los especialistas asisten una vez a la semana y tienen muchísimos casos
que atender. Te vas a tu casa con el alma en vilo y rogándole a Dios que
la enfermedad no progrese.
Llega el día del turno. Acudes bien temprano a la cita. Porque,
aunque tengas turno desde hace quince días, si no madrugas y marcas en la
cola puede ser que pierdas la posibilidad del especialista.
Entre que marcas en la cola y esperas que llegue el médico que te
atenderá, puedes echarle una hojeada a la policlínica: el falso
techo está desconchado, las lámparas no tienen bombillos, a las
persianas -despintadas- le faltan la mitad de las tablillas, las paredes no ven
una mano de pintura desde que naciera Matusalén; de los asientos, el que
no tiene respaldar no tiene fondo; de los alrededores llega un rumor de
matorrales, al frente, entre el contén y la acera, se desliza rauda una
corriente de puras aguas albañales.
Estamos hablando de la policlínica 13 de Marzo específicamente.
Es un martes de noviembre y se espera por la llegada, pongamos por caso, de la
dermatóloga, que según cuentan siempre llega tarde. Pero nada,
suerte que tienen algunos, ese día no llega ni siquiera tarde. En el salón
gentes con escabiosis, lunares, llaguitas, ñáñaras,
comienzan a impacientarse. Con el calor, algunas moscas empiezan a sobrevolar y
usted que las ve ir de una pierna inflamada a un hombro rojizo y purulento y de
ahí a una mano escamosa, piensa que es hora de irse porque, total, usted
lo que tiene son unas ronchitas, quizás de alguna intoxicación, y
las moscas va y le acaban de echar a perder el día.
Se va con sus ronchitas a otra parte. En la parada del camello se encuentra
a un amigo. Le cuenta lo ocurrido. El amigo le dice que no se preocupe, que él
tiene una socia dermatóloga en el hospital de Emergencias y "mira,
toma, éste es su teléfono, llámala de mi parte, dile que tú
eres socio mío y verás que no hay problemas. Pero eso sí,
hazle algún regalito".
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