Señales
de humo
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - El correo de Alamar está
desarbolado. Es el único correo que existe en toda la barriada. Tuve
necesidad de enviar un telegrama y descubrí que no funcionaba. No me
extrañó. En Alamar puede ocurrir cualquier cosa.
Con toda la paciencia que me ha sido necesario adquirir en mi larga
convivencia con el socialismo tropical cubano me fui a la parada del camello,
hice mi colita, abordé el infierno con ruedas, me bajé en la
parada de la calle Animas, caminé hasta el Teatro Nacional; pero este
correo tampoco estaba transmitiendo, "debido a las afectaciones del ciclón"
-así me dijo una empleada- ni giros ni telegramas.
Sonreía con cierta ironía. Atravesé el Parque Central.
Hice otra colita. Tomé la ruta 265. Descendí cerca de Escobar. Por
la calle Reina bajé hasta la esquina de Belascoaín. Otra sorpresa.
El correo que radicaba allí también está cerrado por
reparación. ¿Cuál me quedaba?
El destinatario de mi mensaje no posee teléfono. Pero además,
si los correos tienen problema, ¿cómo estarán las
comunicaciones privadas? Deseché la idea. El destinatario de mi mensaje
tampoco tiene e-mail, y yo tampoco. También deseché esta idea.
Eran las tres de la tarde y yo quería pasar el telegrama temprano.
Pregunté a un señor si había algún correo cercano.
Me respondió que en el Vedado o en la Habana Vieja, vaya cercanía.
Me decidí por la Habana Vieja, en el Vedado no está Eusebio
Leal para velar por el buen funcionamiento de las instalaciones.
Tomé calle Reina arriba y caminé hasta Galiano. Atravesando la
Plaza del Vapor, Parque de El Curita para los más jóvenes, llegué
a Dragones. Enfilé hacia el Capitolio. Ya frente al Capitolio torcí
por Teniente Rey y subí buscando el convento de San Francisco de Asís.
Allí, frente a la Lonja del Comercio, hay otro correo.
Me había hastiado de guaguas y camellos. Preferí caminar.
Cuando llegué tenía los pies en candela, humeantes. Si no hubiera
sido que, al fin, este correo sí estaba funcionando, hubiera podido
enviar mi telegrama a la vieja manera india, con señales de humo, sin
necesidad de quemar nada, con la humareda de mis pobres pies.
Mas lo trágico del caso no fue la cantidad de correos que no
funcionan en La Habana ni la caminata. Cuando regresé a mi casa y se lo
conté a mi esposa, me preguntó: "¿Y para quién
era el telegrama?" Para mi hijo, le respondí. No pudo contenerse. Se
echó a reír. Debo haber puesto cara de bobo. Y entre risas me
dijo: "Tu hijo acaba de llegar. Dice que hace como quince días que
no le pasas ni un telegrama y vino a saber de ti".
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