¿Quién
cobra mí salario?
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro / CubaNet
LA HABANA, noviembre - Desde aquella aciaga noche en que la policía
política cubana me tuviera encerrado, junto a un grupo de opositores y
periodistas independientes, por más de cuatro horas en casa de Isabel del
Pino, no había vuelto a ver a esta mujer elocuente y jovial que todos los
años, como heredó de su madre, celebra el día de la
virgencita de la Caridad del Cobre.
La hallé en casa de un amigo común. Portaba su sonrisa limpia
y su bastón amigo como únicas armas para oponerse al régimen
de Fidel Castro. Andaba en los trajines de enviar una carta a la reunión
de Primeras Damas de Iberoamérica que por estos días (del 7 al 9
de noviembre) se celebra en Quito, capital de Ecuador.
Al no sentirse representada por la señora Vilma Espín, de
Castro sucesor, quiso hacer sentir la voz de otras mujeres que son humilladas,
marginadas, encarceladas en Cuba y que no podrían estar presentes ni
pronunciar discursos en la encumbrada reunión.
Entre anécdotas y risas me mostró sus sandalias medio
destrozadas y su pantalón medio desvaído por las rodillas. Me dijo
que hacía unas horas había cobrado su pensión de jubilada,
que asciende a la colosal cifra de 78 pesos cubanos (3 dólares al cambio
actual) y que después de haber pagado la electricidad, el gas y el agua
andaba con sólo unos centavos en la cartera. No lo hizo para que le tomáramos
lástima ni la creyéramos una heroína, sino para soltarnos
otra broma de las suyas: "Y eso que somos mercenarios del Imperio y nos
paga la Oficina de Intereses de Washington en La Habana, no quiero ver a los
pobres que viven solamente de la pensión o del salario".
Isabel del Pino habita en una casa más que modesta, humilde, allá
por la barriada de Centro Habana. Vive sola desde que su hija y su nieta fueron
obligadas a abandonar el país. Sobrevive gracias a la caridad de la
Iglesia y de algunos amigos. No es visitada por los trabajadores sociales que
gradúa el Estado, por cientos, cada año ni ninguna organización
gubernamental le brinda apoyo. Es lo que se dice un disidente en pena.
Medio derrengada y muchas veces con un fufucito de plátano burro
zangaloteándole en el estómago aborda un confortable camello y se
zumba hasta el Diezmero para asistir a una reunión de la oposición
política que termina suspendiéndose porque la policía política
ha montado un celoso operativo que no permite el paso de los participantes. Pero
ella, sostenida por su báculo y su risa, continúa cual si no
hubiera pasado nada.
De Martha Beatriz Roque Cabello, de Tania Díaz Castro, de Gladys
Linares, de Tania Quintero, de Claudia Márquez, de Celia Jorge, de Aída
Valdés Santana y de muchas otras que harían interminable la relación
no se hablará en al reunión de Primeras Damas. Por eso Isabel del
Pino anda tan entusiasmada con la carta que, por cualquier medio, quiere hacer
llegar a la reunión de Quito.
De casa del amigo partirá hacia otro sitio y hacia otras gestiones y
es cuando pide unas "pesetas" para el camello, porque: "Voy a
tener que escribir a la Mesa Redonda, ahí que lo saben todo, para ver si
me dicen quién es el degenerado que cobra mi salario en la Oficina de
Intereses, porque lo que soy yo todavía no he recibido ni los primeros
centavos".
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