CUBANET... INTERNACIONAL

Noviembre 5, 2001



Habanera

Gina MontanerPublicado el lunes, 5 de noviembre de 2001 en El Nuevo Herald

Madrid -- Es inevitable. Desde que tengo uso de razón las reuniones con amigos cubanos siempre acaban con una evocación de La Habana. Nada sentimentaloide. No se entona el himno nacional ni se reivindica la arena de Varadero como la más blanca y fina del mundo. Tampoco hay lagrimeo ni se cita a Martí solemnemente. Pero, al final, siempre se menciona La Habana por una u otra razón. Suele ocurrir cuando la velada parece haber terminado y la mayoría de los invitados se ha despedido. En verdad, la palabra "Habana'' se menciona cuando ya sólo quedan los amigos cubanos más íntimos. Ya se han marchado las amistades "extranjeras''. Pues en las reuniones nosotros dejamos de ser los extranjeros que habitan desde hace más de cuatro décadas en el planeta desperdigado de la diáspora. El salón de la casa paterna es la patria chica. Una suerte de embajada en el exilio. Gozamos de inmunidad al amparo de los cuadros de Arturo Rodríguez, Mijares o Dirube. Tres pintores representativos de la diáspora.

Es el petit comité de los habituales: Betty, Toni, Lourdes. A veces Rogelio en su ir y venir, más reticente a lo que él llama el "cubaneo''. Aún no se ha repuesto de los años tenebrosos de la dictadura. Prefiere perderse en Madrid. Desdibujarse en el tiempo eterno del exilio. Sin embargo, esta noche el amigo Rogelio está en el salón de la casa paterna y evoca La Habana. No en balde ha traído un CD recopilatorio de canciones que, inevitablemente, nos devuelven a esa ciudad. Que si el Beni. Que si Omara. Que si la Lupe. Que si Pablo, Silvio y El unicornio azul. Que si la Burke, atronadora y señorial antes de la enfermedad mortal que se la llevará definitivamente de este mundo. Nuestra debilidad son los bolerazos, pero a mi padre le gusta mezclarlos con las habaneras de Carlos Cano. Será porque Cádiz le recuerda a La Habana vieja. Eso dice esta noche, justo cuando parece que la velada ha concluido.

Entonces nos volvemos a acomodar en los sofás, pues ya no hay "extranjeros'' a quienes aburrir con la saudade del exiliado. Somos los de siempre con Betty, Toni y Lourdes. A veces Rogelio. Mi padre asegura que cuando vio Cádiz por primera vez sintió un déj vu agudo. Mi madre dice haber sentido lo mismo. Betty disiente. A ella Cádiz no le recordó La Habana. Esa sensación la tuvo en la ciudad mexicana de Mérida. Mérida también es un poco La Habana, asiente mi padre. ¿Pero de qué Habana hablan?, responden Tony y Lourdes. La que ellos dejaron hace ya 20 años nada tiene que ver con la ciudad caribeña mítica y prerrevolucionaria. Junto con Rogelio, son exiliados más recientes. Ellos conocieron la UMAP, las purgas ideológicas, los actos de repudio. Pero se fueron antes de la neuritis óptica, el periodo especial, la dolarización, el jineterismo rampante y el estado proxeneta. La ciudad ya estaba destruida cuando la vieron por última vez desde la ventanilla del avión. Por eso apenas pueden concebir que hoy lo esté aún más. Cuando la contemplan en los documentales. La Habana, desvencijada del todo. Despintada y patética.

Toni, Lourdes y Rogelio ya no son exiliados recientes. Su memoria comienza a flaquear. En unos cuantos años más todos seremos exiliados históricos. Más bien, prehistóricos. Manuel Salvat y Marta, su esposa, están de paso en Madrid y se unen a la sobremesa de exiliados. Manuel no ha estado en Cádiz pero, se pregunta, si la visitara seguramente ya no hallaría parecido con La Habana, pues su recuerdo de la capital cubana se desvanece a pasos de gigante. Qué triste ironía llegar a Cádiz y no reconocer La Habana. Son el tiempo y el olvido. En cambio, Rogelio, a pesar de su empeño por olvidar, vio La Habana en el casco viejo gaditano. Y en Las Palmas de Gran Canarias se la volvió a encontrar en ciertos rincones. El, que no es amigo de nostalgias blandas, ha recogido trozos aquí y allá de la ciudad donde pasó su juventud. A pesar de su alergia al descaro del trópico. "Esa chusmería pringosa'', que diría entre risas.

Si fuera una esnob irredenta, de mi exilio diría que es "interior''. En mi caso, nacida en La Habana pero exiliada desde el primer año de vida, se trata de un falso collage mental. Un composite elaborado en el transcurso de cientos de reuniones de exiliados. De mis viajes a Cádiz, Canarias, Mérida y alguna otra ciudad de la cuenca del Caribe, afirmo que La Habana no es ninguna de ellas. Lo más parecido a la ciudad donde no pasé mi juventud es el salón de la casa paterna. Al cabo de la noche. Cuando se han marchado las amistades "extranjeras'' y se arma el gran petit comité de los habitantes del planeta diáspora. Basta la palabra "Habana''.

© El Nuevo Herald / Firmas Press

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