Trasvestis
cubanos en acción
Tania Díaz Castro
LA HABANA, mayo - Varias recogidas masivas de trasvestis, a cargo de la
policía nacional y agentes vestidos de civil, han ocurrido en la capital
habanera en lo que va de año. La cafetería Fiat, una instalación
a cielo abierto ubicada en la Avenida del Malecón y calle Príncipe,
ha sido su escenario principal porque allí en la noche se daban cita
numerosos jóvenes inconformes con su sexo y con su medio social.
Lo sucedido en esta cafetería me recuerda el viejo cuento popular del
hombre que vendió el sofá de su casa, porque era ahí donde
la esposa lo engañaba con su mejor amigo. La cafetería cierra sus
puertas cada día a las seis de la tarde como solución al problema.
Así permanece desde hace unos tres meses, cuando ocurrió la última
recogida de trasvestis.
Por estos días, estos jóvenes rebeldes, con sus atuendos
femeninos, se citan en las calles 23 y G del Vedado, donde también hay
una cafetería al aire libre y un pequeño parque. Uno de ellos,
presente en el lugar, me dice:
- Permutamos con mucha frecuencia. No podemos estar mucho tiempo en el mismo
sitio, porque nos recoge la policía aunque no estemos cometiendo delito
alguno. Lo que quiere el gobierno es que no hagamos presencia pública en
ningún lugar de la ciudad, que vivamos escondidos, aislados como aquellos
leprosos de épocas pasadas.
Al preguntarle qué hacen para provocar la ira del gobierno, me
responde:
- Parecer mujer. Porque no creamos disturbios, ni discusiones. Bebemos
refrescos, conversamos, entablamos amistad con algún turista que nos
busca, "gay" como nosotras.
- ¿No practican la prostitución? -insistí.
- Bueno, hacemos "ligues". Si un hombre nos enamora con los ojos,
me invita en su carro a algún lugar y me gusta...
- ¿Y si no te gusta? -vuelvo a insistir.
- Si no me gusta, también voy con él. Imagínese, tía,
lo aburrido que se vive en este país. Buscar el pancito malo de la
libreta, escuchar a diario las quejas de la familia de que si no hay comida ni dólares
para comprarla. Luego agregue a esto las Tribunas Abiertas de la Revolución
en la tele, la casa en mal estado físico... pero lo que más nos
duele a nosotras es que no tenemos a dónde ir. Nos ocurre, claro, como a
todos los cubanos... por eso me voy en un carro hasta con Frankestein si me lo
pide. ¿Usted me entiende, tía?
- ¿Te paga? -le pregunto.
- Sí, me hace un regalo. Nosotras carecemos de todo. A veces me
regalan unos zapatos de hombre. Pero tía, aunque no me den nada, salgo a
tomar un poco de aire en cuatro ruedas, a disfrutar de la brisa que Dios nos da
a todos. Aún así el gobierno nos mira como bichos raros. Y no sé
por qué... somos iguales a los trasvestis que salen en los filmes de los
países libres, claro, con la diferencia de que no hay silicona para tener
senos de verdad.
Sonríe con malicia y se niega a darme su nombre. Todo porque le digo
que su entrevista podrá escucharse en la emisora Radio Martí y,
según él, en su cuadra la oye hasta el gato. Luego me aclara que
su padre es revolucionario y no quiere lastimarlo.
- El trata de comprenderme, pero no puede. Yo también trato de
comprenderlo a él -me dice.
- ¿Qué estudiaste? -le pregunto.
- Terminé el Preuniversitario con buenas notas. Aunque usted no lo
crea fui buen alumno. No me quitaba del cuello, ni por el calor, la pañoleta
comunista de nylon, como hacían otros.
- Ustedes son calificados de extravagantes y autores de espectáculos
insanos en la vía pública -le señalo.
- Más insano que nosotras es la falsa moral que existe en Cuba, y no
se hace nada por evitarla. Al contrario, el gobierno insiste en la batalla de
ideas para hacer prevalecer la doctrina del régimen político.
Nosotras somos sinceras, verdaderas, no tenemos ningún conflicto interno,
ninguna falsa moral. Digo igual que la escritora francesa Margarita Duras: "Ser
inmoral es dudar de la moralidad ajena".
- O sea, ¿se sienten felices vestidos de mujer? -agrego.
- Por supuesto. Y así continuaremos. Esta es una lucha entre nuestra
verdad y la represión policial, algo que constituye una violación
a los derechos humanos. Cuba vive la Inglaterra de 1800, cuando el más
brillante escritor de esa época, Oscar Wilde, fue acusado de inmoralidad
y encarcelado. También solía vestirse de mujer, usando un traje
igual que Salomé, la princesa judía. En la prensa se dice que
somos un insulto a la ciudad, un tumor, que no podemos ocupar un espacio urbano
porque molestamos. Sin embargo, sí es un insulto para La Habana el
deterioro de las calles, parques, edificios, que los niños en su tiempo
libre empinen papalotes en azoteas que se están cayendo porque, como
nosotras, tampoco tienen a dónde ir.
Por último, mi entrevistado se aleja contoneándose con cierta
gracia femenil. Arriba, una luna grande, luminosa y redonda resulta su mejor cómplice.
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