CUBANET .INDEPENDIENTE

21 de mayo, 2001


¿Mochilas por la libre?

Tania Díaz Castro

LA HABANA, mayo - Después que desaparecieron de sopetón aquellas mochilas verdeolivo (nada deterioradas) que vimos bajar de las lomas en el año 1959 del siglo pasado en las espaldas de barbudos rebeldes y que ignoro dónde fueron compradas, si en New York o Moscú, o después que se agotó aquella producción de mochilas cubanas, también verdeolivo, para los entrenamientos de cubanos y latinoamericanos, sólo volvimos a ver mochilas en las espaldas de los turistas transitando por nuestras calles.

Hoy, puede contemplarse un espectáculo muy nuevo en nuestro entorno: una gran parte de los niños cubanos van a la escuela con lindas y atractivas mochilas, compradas, claro está, en las tiendas estatales recaudadoras de dólares.

Como tuve tres hijos pequeños en aquellas largas décadas donde permanecían vacías todas las tiendas gracias a la socialización de los medios de producción, conozco bien la triste historia. Los niños acudían a sus centros de estudios con unas jabitas hechas en casa, de telas corrientes y nada funcionales. Si algún niño lucía una mochila hecha en un país capitalista o proveniente de los países socialistas del Este europeo, era tan mal mirado por alumnos y maestros que un buen día tomaba la decisión de llevar los libros en una jabita casera.

Pero hoy, son muchos los que llevan mochilas a su espalda y a nadie le llama la atención, por muy capitalistas que sean. Mochilas rojas, azules, amarillas y verdes y hasta con personajes de Walt Disney. Mochilas importadas y caras. Todas por la libre.

Preguntarse de dónde sacan dólares los padres cubanos para comprar estas mochilas (cuestan cuatro o cinco dólares por lo menos, casi la mitad del salario promedio mensual de un trabajador) dejó de ser obvio para muchos. Sin embargo, el otro día le pregunté a una vecina cómo se las arreglaba para mandar a la escuela a sus dos hijos con mochilas y tenis importados. Me miró como si yo hubiera caído del cielo en ese instante y rápidamente me respondió:

- Haciendo business...

Entonces sí que me quedé en la Luna, porque mi vecina, que yo sepa, trabaja ocho horas como recepcionista en una empresa estatal y no hace tamales para vender a escondidas en la escalera de su edificio o cucuruchos de maní detrás de un poste de la luz, y el esposo, que yo sepa, maneja el día entero el carro de un almacén que distribuye medicamentos del Estado.

¿A qué negocio podía referirse entonces mi vecina? ¿En verdad seré yo una extraterrestre? Peor me quedé cuando leí una crónica en la prensa oficialista del colega Angel Rodríguez Alvarez, donde dice que los hoteles para el turismo en Cuba nos pueden parecer ajenos, pero sus ganancias no, puesto que de ellos depende que el niño cubano tome leche hasta los siete años y disponga de una mochila llena de libros.

¿Será acaso mi colega el extraterrestre?


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