¿Mochilas
por la libre?
Tania Díaz Castro
LA HABANA, mayo - Después que desaparecieron de sopetón
aquellas mochilas verdeolivo (nada deterioradas) que vimos bajar de las lomas en
el año 1959 del siglo pasado en las espaldas de barbudos rebeldes y que
ignoro dónde fueron compradas, si en New York o Moscú, o después
que se agotó aquella producción de mochilas cubanas, también
verdeolivo, para los entrenamientos de cubanos y latinoamericanos, sólo
volvimos a ver mochilas en las espaldas de los turistas transitando por nuestras
calles.
Hoy, puede contemplarse un espectáculo muy nuevo en nuestro entorno:
una gran parte de los niños cubanos van a la escuela con lindas y
atractivas mochilas, compradas, claro está, en las tiendas estatales
recaudadoras de dólares.
Como tuve tres hijos pequeños en aquellas largas décadas donde
permanecían vacías todas las tiendas gracias a la socialización
de los medios de producción, conozco bien la triste historia. Los niños
acudían a sus centros de estudios con unas jabitas hechas en casa, de
telas corrientes y nada funcionales. Si algún niño lucía
una mochila hecha en un país capitalista o proveniente de los países
socialistas del Este europeo, era tan mal mirado por alumnos y maestros que un
buen día tomaba la decisión de llevar los libros en una jabita
casera.
Pero hoy, son muchos los que llevan mochilas a su espalda y a nadie le llama
la atención, por muy capitalistas que sean. Mochilas rojas, azules,
amarillas y verdes y hasta con personajes de Walt Disney. Mochilas importadas y
caras. Todas por la libre.
Preguntarse de dónde sacan dólares los padres cubanos para
comprar estas mochilas (cuestan cuatro o cinco dólares por lo menos, casi
la mitad del salario promedio mensual de un trabajador) dejó de ser obvio
para muchos. Sin embargo, el otro día le pregunté a una vecina cómo
se las arreglaba para mandar a la escuela a sus dos hijos con mochilas y tenis
importados. Me miró como si yo hubiera caído del cielo en ese
instante y rápidamente me respondió:
- Haciendo business...
Entonces sí que me quedé en la Luna, porque mi vecina, que yo
sepa, trabaja ocho horas como recepcionista en una empresa estatal y no hace
tamales para vender a escondidas en la escalera de su edificio o cucuruchos de
maní detrás de un poste de la luz, y el esposo, que yo sepa,
maneja el día entero el carro de un almacén que distribuye
medicamentos del Estado.
¿A qué negocio podía referirse entonces mi vecina? ¿En
verdad seré yo una extraterrestre? Peor me quedé cuando leí
una crónica en la prensa oficialista del colega Angel Rodríguez
Alvarez, donde dice que los hoteles para el turismo en Cuba nos pueden parecer
ajenos, pero sus ganancias no, puesto que de ellos depende que el niño
cubano tome leche hasta los siete años y disponga de una mochila llena de
libros.
¿Será acaso mi colega el extraterrestre?
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