Proyecto
Varela y ética periodística
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, mayo - "Quien esté libre de pecado, tire la primera
piedra", no es cita que pueda esgrimir como motivo de estas líneas,
a propósito de uno de los más importantes esfuerzos que hoy tienen
lugar al interior del movimiento cubano por los derechos humanos y entre la
ciudadanía isleña: el proyecto Varela.
Dicho proyecto aspira lograr que una iniciativa ciudadana, reconocida por la
Constitución vigente si reúne diez mil firmas, conduzca a la
realización de un referendo donde los electores se pronuncien sobre la
materialización de cuatro puntos esenciales: los derechos a la libre
expresión y asociación con fines pacíficos, la amnistía
a encarcelados por motivos políticos y de conciencia, el derecho de los
nacionales a fundar empresas privadas y cooperativas y la promulgación de
una ley electoral nueva, de mayor apertura en la postulación de los
candidatos a los parlamentos nacional y provinciales, todo lo cual apunta a los
nervios más sensibles del Estado post-totalitario cubano. Por sí
mismo, por el simple hecho de existir, el proyecto Varela pone sobre el tapete
el más simple y complejo de los asuntos de Cuba, descriptible con sólo
mencionar la palabra mágica, libertad, gritada por los cubanos ante Juan
Pablo II y la cara de Fidel Castro.
Nobleza de fines puede conducir por medios erróneos a las calderas
del Infierno. Los críticos del Proyecto Varela si bien no lo rechazan de
plano apuntan, no sin parte de razón, que el mismo está dando al
gobierno de Fidel Castro la dorada oportunidad de legitimar electoralmente una
situación institucionalmente violatoria de derechos indiscutibles como el
de la libertad de expresión -entendida primero como igualdad jurídica
de todos y después como acceso igual para todos- considerando el control
político-policial que aquél tiene frente al electorado. Es decir,
señalan como falla del proyecto la promoción de un procedimiento útil
para dirimir disputas públicas sobre asuntos concretos, no sobre derechos
inalienables del individuo, defendibles hasta con citas de Carlos Marx, un señor
sobre quien el discurso oficial cubano parece decidido a callar más de la
cuenta por estos tiempos, si se observa cierta votación ginebrina como
fundamentable con palabras del llamado pensador del Milenio, afirman encuestas
en Internet.
Más allá de lo acertado o erróneo del Proyecto Varela,
o del terco hecho de probar una capacidad de convocatoria a través de la
reunión de diez mil firmas, en nación de extendido "síndrome
de indefensión aprendida" -al decir de presbíteros del
oriente del país- es indiscutible que la iniciativa ha provocado un muy
sano debate al interior del movimiento cubano por los derechos humanos, lo cual
quiere decir conflictividad positiva, pero conflicto al fin. Por ello, vale
preguntar cómo el periodismo independiente de Cuba está abordando
esa conflictividad, en la cobertura informativa y de opinión que aquella
inevitablemente genera.
Leyes de oro de un periodismo ético y contemporáneo son hacer
todo lo posible por mostrar todos los perfiles de una situación dada y
preservarse el periodista de incurrir en los llamados conflictos de interés.
Como representante de un proceso de cognición y auto cognición públicas,
los miembros de la profesión periodística deben evitar la condición
de partes, lo cual implica sustraerse de militancias contaminantes del reporte.
Lo anterior no excluye la existencia de un periodismo "de partido";
pero que entonces no tendría el derecho de llamarse independiente, razón
por la cual vale expresar una profunda preocupación por cómo
colegas del periodismo independiente cubano están incurriendo de manera
totalmente alegre en el conflicto de interés de contribuir con sus firmas
al Proyecto Varela, no obstante haber rubricado más de una declaración
de principios señaladora, de modo expreso, de la intención de
evitar situaciones como la aquí descrita. Baste una pregunta: ¿debe
un periodista firmante del citado proyecto entrevistar a quien se oponga o
favorezca a éste? Nada más con formular esta interrogante salta a
la luz el peligro de confundir roles. A la altura del siglo XXI, primer deber de
un periodista independiente cubano es autodefinirse como tal, no como disidente
u opositor a Castro. Sea él quien nos endilgue segundo o tercer rol; no
nosotros servirnos en bandeja, porque tenemos muy definidos deberes ante una
sociedad civil emergente y ante todo un pueblo. Y subrayo: no soy yo quién
para tirar la primera piedra.
De acuerdo con datos del Buró de Información del Movimiento
Cubano por los Derechos Humanos (www.infoburo.org), el Llamamiento al apoyo a un
referendo sobre el Proyecto Varela había sido firmado, a la altura del 14
de marzo, por 116 representantes o integrantes de agrupaciones expresivas de
intereses sociales diversos. De ellos, 17 ejercen el periodismo y 14 rubrican el
documento en nombre, o como parte, de grupos de periodistas independientes; uno,
al menos, lo hizo sin consultar a sus colegas de agrupación noticiosa.
Varios de ellos, además, integran la "artillería pesada"
de la noticia alternativa cubana. Menciono dos nombres, sin sombra de intención
personal, pues la intención personal es con el problema: Raúl
Rivero Castañeda y Manuel Vázquez Portal.
El Proyecto Varela dispone de un universo electoral de casi ocho millones de
habitantes para lograr su objetivo de reunir diez mil firmas. ¿Por qué
comprometer a unos cuantos periodistas? ¿Qué es más rentable,
contaminarles o preservarles de la imputación de conflictos de interés?
Ambas preguntas, por sí mismas, destacan un deber de cultura ciudadana
que no sólo atañe a los reporteros libres, sino a quienes desempeñan
en el alternativismo funciones dirigentes o son militantes o simpatizantes.
No puede perderse de vista una de las trampas más peligrosas: práctica
común en Estados totalitarios o post-totalitarios es la de la unanimidad
orgánica. Todos a una; la unidad sacralizada y la firma de hasta el gato,
más de una vez por vulgar protagonismo, y más de una vez por
intención migratoria, cuando lo alternativo traslada a sus costumbres la
usanza del adversario. La verdad duele, quema; en más de una ocasión
tiene a sus Giordiano Bruno, pero sólo ella salva. Muy, pero muy
especialmente, si el camino del Infierno está empedrado de buenas
intenciones... y rodeado de policías políticos.
Post-scriptum: conozca el lector estas curiosidades de la realidad cubana;
apenas concluido este artículo, visitó mi casa un colega del
periodismo independiente, quien dedicó alrededor de veinte minutos a
impartir una conferencia sobre la inviabilidad del Proyecto Varela. Le escuché
con paciencia aprendida entre mis amigos asiáticos del Cuchillo de Zanja.
Al alcance de mi mano, el documento donde él aparece ¡como firmante
del Proyecto Varela!
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