A paso de
bastón: La Parca embromada
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, mayo - Facundo y Celestino son clientes habituales de un bar de
mala muerte, que marca una oculta frontera entre los domicilios de dos conocidos
periodistas independientes cubanos. Cada noche se les ve, armados de sus tragos,
recordando sus tiempos de bailadores incansables en Los Jardines de La Tropical.
Facundo es uno de los apuntadores de bolita (lotería clandestina) de
mayor popularidad en la barriada; su amigo Celestino -cuentan las malas lenguas-
un poder secreto entre los capi maffiosi del Mercado Agropecuario de Cuatro
Caminos. Ambos, además de 70 años de edad, tienen dinero para
echarse al coleto sus habituales tragos en sitios mejores. Pero de toda la vida
les gustó la barra de "su" bar en moneda nacional, aunque el
ron que allí les venden haya sido bautizado, comulgado, confirmado y
hasta beatificado.
Una noche de vientos arremolinados y teléfono público fuera de
servicio, La Muerte se les apareció. La reconocieron al instante. No se
dejaron engañar por el espectáculo de unas curvas más
excitantes que las de la jinetera más cotizada del Cuchillo de Zanja.
- ¡Déjate de puterías, niña, y dínos si
viniste a buscarnos! -le espetó Faustino.
- Depende. Si ya decidieron qué quieren que hagan con sus cadáveres
a lo mejor no me los llevo -respondió La Muerte.
- ¡Te jodiste, pepilla, nosotros queremos que nos incineren! -afirmó
Celestino.
La Muerte disolvió su disfraz de hembra apetitosa en un remolino de
aire y desapareció. Faustino y Celestino casi largan las prótesis
dentales, de tanta risa. Uno de sus numerosos amigos falleció; en su
testamento estaba refrendado su deseo de ser incinerado, y Facundo y Celestino
pasaron por un verdadero via crucis burocrático para lograr que se
cumpliera la voluntad del finado. En Cuba, aunque no existe tradición de
incinerar los cadáveres, un número creciente de personas o sus
familiares han comenzado a optar por esa variante y han pasado por el mismo
calvario que vivieron los dos amigos, pese a que en general se considera a la
incineración como más higiénica y barata que el clásico
enterramiento de los cadáveres.
Si una persona dispone como última voluntad ser incinerada, o la
familia lo decide, la solicitud deberá ser presentada al Instituto de
Necrología. Sólo en casos excepcionales se autoriza, ante todo,
porque la Isla sólo dispone de un incinerador en capacidad de cumplir
esas funciones con carácter de servicio público, y aún no
ha sido instalado. Se espera que tales trabajos se materialicen este año,
en el Cementerio Cristóbal Colón de La Habana. Pero, por ahora,
los funcionarios de servicios necrológicos de la capital se mantienen en
una posición de "optimismo moderado". Ya se sabe: el embargo y
sus derivados, Colin Powell en la Secretaría de Estado, las mesas
redondas y las tribunas abiertas, más las lentitudes del
perfeccionamiento empresarial.
Por lo menos desde veinte años atrás, el tema del incinerador
ocupa la agenda de los servicios necrológicos de la Ciudad de La Habana.
Por entonces, una encuesta de opinión reflejó el peso de las
tradiciones hispánicas, al mostrar un rechazo casi masivo a la apertura
de dicho servicio. Pero también desde entonces hubo consenso en ofrecerlo
como opción alternativa. "Si la gente quiere que incineren sus cadáveres,
lo justo es atender esa demanda", dijo un funcionario de hoy, como afirmó
uno de veinte años atrás. La diferencia está en que el
nuevo milenio habanero se inició con unas 20,500 muertes anuales, y una
tendencia a solicitar la cremación aún no representativa, pero sí
creciente. Mas, por ahora, nadie sabe cuándo se pondrá en acción
el incinerador de marras, adquirido en España a un costo de unos 90 mil dólares,
según fuentes de crédito.
Entretanto, Facundo y Celestino embroman a La Parca.
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