¡Que
venga el apagón!
Pedro Crespo Jiménez, Grupo Decoro
LA HABANA, abril - Según el Diccionario Ilustrado de la Lengua Española,
Aristos, apagón significa la extinción repentina y pasajera del
alumbrado eléctrico. Claro, hace ya más de quince años que
se editó el antes mencionado "mata burros" y desde entonces,
pero principalmente durante los últimos años, ha cambiado el
significado del término.
El, o mejor dicho, los apagones de estos tiempos ya no son tan repentinos
como los de la década de los 70, años éstos en los que se
preparó la edición del diccionario citado. Los de ahora no son
repentinos, al contrario, se previenen con anticipación, con programación
que puede ser diaria como en algunas provincias del país, o per secula
seculorum, como las programaciones de la capital. Si te encuentras por Ciego de
Avila oirás por las calles frases que son imposibles de entender por los
extranjeros que visitan la Isla: "Nos toca de 7 a 12" o también
"Hoy podemos ver la novela". Pero en La Habana, por ser la capital, ya
es más sofisticado el sistema: "No, el martes no puedo, es mi noche
de apagón".
Continuando el análisis de la definición que da el Aristos,
podemos decir que en lo pasajero hemos evolucionado bastante o, para ser más
exactos, evolucionado muchísimo, porque en 70 años cinco horas no
son nada; pero para un día, que sólo tiene veinticuatro, estar
doce de ellas sin corriente eléctrica... vaya, yo creo que rinde
bastante. Y si es verano, ¡Uf!, una noche con una penquita y espantando
mosquitos no es fácil. Así que de pasajero no le queda nada.
La gente ya está algo acostumbrada a los apagones extendidos, sean
programados o repentinos, y debido a la experiencia en este asunto han creado
sus propios mecanismos de defensa.
Algunos, los que tienen suerte porque residen en áreas populosas e
importantes de la capital, se van al cine más cercano o al CUPET
(gasolineras dolarizadas en las que además se vende alimentos y
diferentes mercancías) de la esquina. Otros aprovechan la luz turística
del Malecón de La Habana. Conozco a muchos que se acuestan a dormir y los
menos pueden darse el lujo de tener una plantica casera o de encender el radio
con las pilas conseguidas el mes pasado.
Siempre me acuerdo de los habitantes de un pueblo perdido en el mapa de
Cuba, cuyo nombre no voy a decir para no ofender a nadie, que en una noche de
apagón pude experimentar lo que era la nada. Tantos esfuerzos pedagógicos
empleados y lo aprendí en una noche sin luna. Capté el concepto
con todas sus características.
Hoy quiero destacar aquí a una minoría digna de elogio que
dedica las horas de apagón a compartir con la familia o con los amigos más
cercanos, o aprovechando la oportunidad para hacer nuevos amigos o repensar
planes para el futuro. Ojalá todos nos decidamos a dedicar este tiempo
muerto a los más cercanos y convertir este revés, imposible de
solucionar por el momento, en una victoria para el espíritu y la
fraternidad.
Conversar, escuchar, interesarse por el otro o simplemente alegrarle la
noche con un chisme. Es el momento para acercarse, quizás, al padre, a la
madre o al hermano con quien pocas veces se tiene tiempo para hablar de cosas no
rutinarias; en fin, de crecer como humanos y como cristianos. Si esto es así,
¡que venga el apagón!
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