Síndrome
agente
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, marzo - En Cuba el delator ha tenido varios nombres. Apapipio,
cuando mi abuelo; chivato o 33.33, cuando mi padre; trompeta, en mi época.
Y bajo cualquier denominación siempre su tarea ha sido la misma: informar
a "las autoridades" de las actividades de los revolucionarios. Y como
reza desde Roma, han sido pagados y despreciados.
El poder se ha valido desde siempre de los delatores, pero de poco le ha
servido a la hora en que un pueblo entero se dispone a liberarse de la opresión.
¿Cuántos delatores hubo antes? Nadie lo recuerda. Es a aquellos que
no temen dar el rostro en franca batalla a quienes se recuerda. El triste papel
de apapipio, chivato o trompeta corresponde a los temerosos, a los débiles,
a los apocados.
Sin embargo Cuba, que no es un país de temerosos, de débiles,
de apocados, goza en la actualidad de tener la mayor cantidad de delatores que
se haya conocido en su historia. Todas las esferas de la vida están
infiltradas. Desde lo más trascendente hasta lo más insignificante
cuenta con su delator a tiempo completo. O por lo menos ésa es la visión
que se desea brindar.
Nunca vi a un Estado tan preocupado en dar a entender que cada resquicio de
la sociedad está penetrado por delatores incondicionales. Y eso tiene,
por supuesto, una marcada y macabra intención: crear temor y desconfianza
en la población. Toda lucha contra un poder establecido requiere de
unidad, y la manera más simple y más eficaz de abortarla es crear
desconfianza entre las partes. Si todos ven al otro como un posible delator
nunca se alcanzará la necesaria unión que conducirá al
triunfo. Si se inocula con habilidad el síndrome agente se detendrá,
al menos por un tiempo, la indispensable confianza entre los opositores y, la más
indispensable aún, entre líderes opositores y la población.
Es hora ya de que tanto los líderes opositores como el pueblo en
general sepan que mientras más aristas secretas, clandestinas, tenga la
lucha, más propicia es para crear incertidumbres, dudas. Es hora ya de
hacer públicas todas las actividades, todos los programas, todas las
intenciones; en la transparencia no germinan delatores; el delator es hijo de la
sombra y del olvido, hay que condenarlos a la luz para que mueran avergonzados
de su propia actuación. Hay que condenarlos a la luz para que el pueblo
vea que no son tantos ni tan peligrosos.
No es clandestina ni secreta la lucha de un pueblo que desea alcanzar la
libertad y los derechos plenos. Mientras más pública sea la lucha
menos posibilidades de delación habrá. Dejemos sin trabajo a los
delatores. Que sean las fuerzas represivas las encargadas de mostrar su
capacidad. Que se haga visible y objetiva la represión para que el
pueblo, y el mundo, sepan la verdad. Nada hay que esconder cuando se lucha con
limpieza; invitemos a los agentes a nuestras actividades, que asistan ya de
civiles o uniformados, pero que no comprometan a sus pobres delatores, los
delatores no podrán informarles más de lo que ellos mismos verán.
La oposición cubana interna no está formada por organizaciones
terroristas ni facciones armadas, son grupos de oposición pacífica
que aspiran a la mejoría y engrandecimiento humano de la nación,
nada tienen que esconder. Sin embargo, el gobierno que, a lo mejor, sí
tiene cosas que esconder quiere seguir jugando a ese entretenimiento infantil de
"las escondidas" y perpetúa en la opinión nacional la
imagen del agente secreto. No hay tales ni tantos agentes; mas, si los hubiera,
la oposición cubana no tiene nada que esconder, y esto debe saberlo el
pueblo cubano y el mundo. No hay razón para seguir padeciendo el síndrome
agente.
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