Un encuentro
fortuito
Tania Díaz Castro
LA HABANA, marzo - Para saber lo que ocurre en Cuba hay que vivir en ella,
no una semana o dos en un hotel de lujo y encerrarse en largas sesiones de
trabajo en el Palacio de las Convenciones. Para saber lo que ocurre en Cuba hay
que vivir como un cubano y si es un cubano de a pie, mucho mejor.
Digo esto porque hace unos días conocí casualmente a un catalán
que ya no es comunista. Luego de haber vivido aquí por espacio de dos años,
se marcha de Cuba convencido de que el socialismo cubano es un verdadero
fracaso.
Pero no por eso está decepcionado y abatido, como si hubiera perdido
miserablemente el tiempo; él no está para esos lujos, pues
pertenece a la Tercera Edad.
Su amargura es por otra cosa. Es, sencillamente, porque desde mozuelo creyó
en las maravillas futuras del socialismo y llegó a esta isla tropical en
busca de eso precisamente: de nuestros logros o maravillas.
Tropezó con la libreta de racionamiento, porque quería
sentirse un cubano comunista más; con los baches de las calles y los
derrumbes de la capital; con los programas televisivos cuyo protagonista siempre
es el mismo gobernante; los pésimos productos para la venta al pueblo...
pero, sobre todo, conoció de cerca y sintió en pleno rostro, la
doble moral del cubano. La descubrió casi al llegar y la fue analizando
poco a poco en su propia esposa cubana, la familia de ésta y sus vecinos.
El catalán regresa a España. Dice que ni de visita vendrá
a compartir con la noble suegra, cuñadas y sobrinos políticos.
Pero no se marcha como el perro del hortelano, con el rabo entre las piernas.
Todo lo contrario. Su semblante, aunque un poco hostil, conserva su orgullo y
dignidad quijotesca propia de aquellos que saben blandir la espada cuando más
lo necesitan.
Cuando le pregunté qué opina sobre los derechos humanos en
Cuba abrió los ojos como un sapo agarrado de una piedra y sólo me
respondió: "Figúrese..." Luego me confesó que
tuvo el propósito de montar un negocito en Cuba, pero al ver que sus
amigos y vecinos cubanos no podían hacerlo, desistió de la idea.
"Cuando suba al avión -me dijo- voy a sentir como si me hubiera
salvado de un naufragio y al ver a Cuba desde lo alto, quizás hasta la
confunda con el viejo Titanic".
Nada, que este catalán, desafortunadamente, llegó tarde al andén
de la verdad de la vida, algo que ocurre a muchos.
Adiós, amigo, y que le vaya mejor en su terruño natal.
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