¡Ha
muerto el Rey...!
Tania Díaz Castro
LA HABANA, marzo - La otra noche tuve un sueño, uno de esos sueños
que jamás se olvidan. Por eso al despertar sentí que me rodeaban
varios agentes de la Seguridad (del Estado) cubana, registrándolo todo.
Mi escaparate, mis libreros, los estantes de la cocina. Lo que buscaban no lo sé.
El momento era tan tenso que ni mis perros se atrevían a moverse. Sólo
observaban, asustados.
El sueño en sí no tenía por qué traerme malas
consecuencias, puesto que no me considero poseedora de facultades de percepción
extra-sensorial. Soy un ser del montón que se ha despertado sobresaltada
porque soñó que había dado muerte a un hombre. Y ese hombre
era el gobernante Fidel Castro. ¡Vaya sueño, yo que lamento siempre
tener que aplastar cucarachas!
Esto me ha hecho recordar a aquel infeliz que estuvo preso dos años
porque comentó en su centro de trabajo que había matado también
a Fidel Castro. Por eso tengo razón en haberme despertado nerviosa, como
si pudieran acusarme de lo peor: terrorista, qué se yo...
No, debo pensar que como dice el viejo refrán popular: "Los sueños,
sueños son". Debo pensar entonces que en mi sueño mi realidad
cotidiana no realizó ninguna función ejecutora.
Seguramente se trata de un sueño profundo propio de una noche de luna
llena, porque dormí como un lirón o una marmota y esos sueños
seguramente resultan como la marea en luna llena.
Pero bien recuerdo que a la noche siguiente me negué a ir a la cama.
Me caía del sueño y nada. No me atreví a dormir de nuevo.
Sentía el temor de continuar con el mismo sueño y de verme otra
vez en las bóvedas de la Seguridad del Estado, como me ocurrió una
vez en realidad, en manos de un experto torturador de mentes, cayendo una y otra
vez en diferentes trampas, por orden expresa de mi único verdugo: Fidel
Castro.
Sin embargo, al fin me dormí. Continué con el mismo sueño,
aunque con una variante a mi favor: no había sido yo la asesina, sino el
tiempo.
Una multitud se asomaba llorosa a la pantalla de mi televisor exclamando: "¡Ha
muerto el Rey!" A los pocos minutos, casi en segundos, la misma multitud
gritaba alborozada: "¡Qué viva el Rey!"
¡Vaya sueño el mío!
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