A paso de
bastón: una tarde en Carlos III
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, febrero - La Plaza de Carlos III, uno de los mayores centros
comerciales dolarizados de La Habana, tuvo como primer mérito el rescate
de un nombre. Apenas inaugurada, logró que la gente comenzara a llamar a
la avenida donde se encuentra con la denominación que ya se puede
encontrar en los grabados dieciochescos de Dominic Serres. Y aunque el nombre
oficial permanece en carteles indicadores apenas mirados -Avenida de Salvador
Allende- el vulgo la nombra hoy como siempre la nombró antes de 1973.
Medio siglo atrás fue una suerte de Mercado del Abasto, al estilo
habanero y sin dejar de lado a los tangos. Durante años de subvenciones
soviéticas y período especial, la Plaza de Carlos III vivió
en olvido y desidia. Literalmente fue salvada por la despenalización de
la tenencia de dólares, para ser hoy el lugar agradable y populoso que
es, donde la población del convulso municipio de Centro Habana,
principalmente, acude a comprar, a ver, a correr aventuras. Por sus rampas,
bordeadas a lo largo de cuatro plantas de tiendas de casi todos los géneros
posibles en la Cuba del picadillo de soya, un tipo especial de cubana anuncia en
sus abismos pupilares el peligro de caer víctima de sus más
secretos aromas. Ellas miran, sonríen e invitan.
El alma popular de Centro Habana se manifiesta en las ventas de Carlos III;
la dura realidad isleña, el unos tienen y el otros no, se presenta en
sutilezas: las tiendas "todo por un dólar", zocos marroquíes
cargados de baratijas, siempre rebosan de clientes, mientras las boutiques y
mueblerías disfrutan el silencio acogedor de las densidades poblacionales
bajas. Aún así, la gente aprovecha las oportunidades del humor. Días
atrás se vendieron almohadas a nada menos que 36 dólares, dos
veces el ingreso promedio mensual por trabajador declarado por el ministro de
Economía. Una mujer, desafiantes sus botones saltarines, a la altura del
corazón, preguntó a un vendedor:
- Venga acá, señor: ¿las almohadas se venden con los sueños
incluidos?
Precios aparte, la Plaza de Carlos III, como otras de las tiendas
dolarizadas capitalinas, ha comenzado a mostrar una pérdida de calidad en
ofertas y trato, cada día más sospechosamente parecida a los
desajustes del comercio y la gastronomía de los 80, que junto a la
llamada recuperación económica parece traer de vuelta aquellos
vicios de tiempos subvencionados.
El pasado 24 de febrero, por ejemplo, un ladrón lanzó a los
cuatro vientos su "grito de Baire". Ante la presencia de numerosos
clientes y vendedores, en medio del sistema de seguridad supuestamente en
guardia, una caja registradora de la sección de materiales de oficina
apareció desvalijada, así de simple. La vendedora a cargo se
encontraba en su puesto de trabajo, y ella se enteró del hurto cuando fue
requerida para atender a un cliente. Abrió la caja, la encontró
casi vacía y por poco pierde el habla. Es el nuevo estilo de los ladrones
habaneros, quienes abandonaron los tiempos del garrote para pasar a los del
guante de seda, y a veces hasta de cuello y corbata. Se explica la mudez de la
vendedora, pues la deuda va de cabeza para sus bolsillos, quizás le sirva
de consuelo mirar el sol del Paseo de Carlos III. A las cuatro de la tarde, él
brinda una de las imágenes más bellas del corazón de La
Habana. Mendigos incluidos.
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