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Junio 29, 2001



Los hijos de Fidel

Belkis Cuza Malé. Viernes, 29 de junio de 2001. El Nuevo Herald

Durante muchos años, el padre de mi hija se llamó Fidel Castro. Era él, y no su legítimo padre (mi primer esposo), quien tenía la patria potestad y la guardia y custodia, como quien dice. De él dependía el destino de una niña de 14 años; era él quien decidía si había o no que permitirle reunirse con su madre en Estados Unidos. Por supuesto, bajo su vasallaje de amo y señor feudal, mi hija fue creciendo en un país donde todo el mundo manipula a todo el mundo.

Al padre de mi hija lo movían como marioneta. Todavía estando yo en Cuba, y a raíz de nuestra detención por la Seguridad del Estado, el padre de mi hija la secuestró y tuve que acudir a la policía para exigir mi derecho de madre. Como el papel que me acreditaba como la legítima guardiana me había sido confiscado por la Seguridad del Estado, junto a todas las cartas y documentos que poseíamos entonces, me vi precisada a volver a ese infame sitio a fin de solicitar dicho documento para presentarlo en la estación de policía.

Mi hija no salió de Cuba hasta hace escasamente tres años y medio, al cabo de 18 de manipulaciones y lavados de cerebro. De nada valieron mis lágrimas ni mis gestiones. Y cuando digo gestiones me estoy refiriendo a gestiones a altos niveles, porque creo que en eso no me gana nadie, movilizando hasta al Papa, varios senadores y representantes de este país, así como premios Nobel de la paz y no sé cuántas figuras religiosas. Hasta donde sé, es el único modo de lograr que lo oigan a uno. ¿Pero quién se iba a atrever a quitarle un "hijo'' a Fidel?

No, nuestro flautista de Hamelin acapara más hijos que cualquier patriarca bíblico pues, según se dice, además de la docena de hijos naturales que la difunta Celia Sánchez le reunía y apadrinaba, Fidel Castro es el progenitor --al menos ideológico-- de cinco millones de niños cubanos. Conocedora de que no era la única en semejante situación, en 1982 fundé en Nueva York la asociación Madres con Hijos en Cuba. Recuerdo que nos reunimos en la librería Las Américas, de Pedro Yanes, y que la AP y el Herald reportaron el acto. La asociación sobrevivió varios años, reunió documentos, contactó madres (y padres) cuyos hijos permanecían en Cuba como resultado de la coacción política, la manipulación y la aplicación arbitraria de leyes, encaminadas todas a impedir la reunificación de las madres con sus hijos. La mayoría eran casos espeluznantes, de mujeres llegadas por la vía del Mariel, a quienes sus antiguos esposos --presionados por el gobierno-- les habían impedido llevar consigo a los pequeños.

En realidad, el problema de los niños cubanos separados de sus madres ha sido una forma más de abuso del gobierno de Castro. Todo el mundo sabe que la coacción y la canallada han sido parte de los chantajes que utilizó para dividir aún más la familia. ¡Cuántos horrores cometidos a nombre de una supuesta justicia social, que terminó siendo la gran injusticia del siglo! ¿Cuántos Juan Miguel González no existen en la isla, capaces de vender a sus hijos (como hizo él con Elián) con tal de ganar méritos ante los ojos de los opresores? La historia de los niños separados de su familia por obra y gracia de la revolución, no ha sido hasta ahora ni mínimamente documentada. Habrá que esperar a que pase el ciclón para recoger todo ese material valioso.

Recientemente, sin embargo, oímos del caso de la niña Sandra, cuyos padres viven en Brasil, y que sólo tras presión internacional logró reunirse con sus progenitores. Y ahora vemos el de los hijos del doctor Córdova, el médico exiliado en Miami, que acaba de perder a su esposa en un accidente en la isla, y a quien las autoridades cubanas les están negando el derecho a viajar para reunirse con él.

Cuando los padres no pueden decidir la vida de sus hijos y ésta se convierte en patrimonio del gobierno; cuando la "patria potestad'' no hace referencias a los padres, sino al "padre de la patria'', entonces no es difícil imaginar por qué ese señor, enfermo de muerte ahora, sigue aferrado al micrófono --como el flautista de Hamelin a su instrumento musical--, maniobrando con los infiernos, incapaz de verse, no como un padre, sino como el parricida de todos los cubanos.

BelkisBell@aol.com

© El Nuevo Herald

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