Ernesto F. Betancourt. Publicado el martes, 26 de junio de
2001 en El Nuevo Herald
El anuncio reciente de la propuesta de Ley de Solidaridad, con amplio apoyo
bipartidista en el Congreso de los Estados Unidos, ha encontrado objeciones
porque puede considerarse como una invasión de la soberanía de
Cuba. Pero también hay una realidad en Cuba y en el contexto
internacional. Esa realidad se refuerza con la crisis de liderazgo a resultas de
la precaria salud física y mental de Fidel.
Un principio básico de la dinámica revolucionaria es que el
cambio se produce cuando la capacidad represiva del viejo régimen es
inadecuada para reprimir las presiones de los descontentos. Cuba está
llegando a ese momento.
El carisma de Castro ya no es suficiente para compensar por el desastre que
su ignorancia de las leyes más elementales de la economía ha traído
al pueblo de Cuba. Además, los líderes carismáticos no
pueden parecer endebles o enfermos. En un esfuerzo frenético a partir del
incidente Elián, Castro ha tratado de revivir el fervor revolucionario
entre los jóvenes apelando al nacionalismo; y, ahora, tratando de
extenderlo a los espías haciéndolos patriotas. De ahí la
campaña desatada a través de todo el país. Pero un desertor
reciente de la prensa cubana reveló que los jerarcas de los medios
reconocen que sólo un tres por ciento de la población ve esos
programas. Los cuadros de la nomenclatura cubana no se atreven a discrepar por
temor a perder sus prebendas.
Estando en condiciones de salud cada vez más precarias, como lo reveló
dramáticamente el "desmayo'' sufrido en plena diatriba
antiamericana, Castro se lanzó a un periplo trascontinental en un avión
ambulancia, en un patético esfuerzo por compensar el vacío de
apoyo con que cuenta en el hemisferio occidental. Países americanos clave
lo repudiaron en Ginebra, asegurando así la aprobación de la
resolución checa sobre derechos humanos; y, peor aún, la región
completa acordó su exclusión, por antidemocrático, de la
iniciativa regional del ALCA, aprobada en Quebec. Mientras Raúl,
consciente del precario estado de salud de Fidel, aprovechó para levantar
de nuevo el pedido absurdo de que Estados Unidos negocie con Castro la
perpetuación de su régimen, reconociendo de hecho su incapacidad
para llenar los zapatos carismáticos de su hermano.
En estas condiciones, es esencial la solidaridad de los de fuera con la
disidencia. No por medio de una intervención política, sino a
nivel de apoyo humano para dotarlos de un entorno económico que les
permita actuar de acuerdo con su pensamiento real y no el fingido para evitar la
represión. El pueblo de Cuba ya le ha arrebatado al régimen el
derecho a hablar, a pesar de que formalmente no se ha cambiado el código
penal; el derecho a leer, gracias a las bibliotecas independientes; el derecho a
oír, gracias a Radio Martí; y, el derecho a la tenencia de dólares,
lo que, combinado con las remesas, le ha dado independencia económica. El
próximo paso es ejercer el derecho de petición, garantizado por la
propia constitución comunista, implícito en el Proyecto Varela.
Después hay que demandar los derechos de asociación y asamblea. La
masificación de la disidencia es la mejor manera de neutralizar la
represión. Cuando se llegue a ese momento, que está mucho más
cerca de lo que se piensa, el pueblo cubano habrá derribado su muro de
Berlín.
El contexto contemporáneo internacional es muy distinto al que
reclama Castro. La globalización impuesta por la explosión en los
medios de comunicación electrónicos y la liberación del
comercio es imparable. Eroda lentamente el statu quo de los nacionalismos a toda
ultranza. Naciones como Francia confrontan la amenaza cultural del inglés
en la internet y de los MacDonald en la mesa. Inglaterra, confronta la del euro
desplazando a la libra esterlina. El propio canciller mexicano, Carlos Castañeda,
acepta en Ginebra que prevalezca la universalidad de los derechos humanos sobre
el principio de soberanía.
Cierto que la legislación de solidaridad propuesta levanta legítimos
temores entre la comunidad cubana, fuera y dentro de la isla, ya que recuerda la
Enmienda Platt y el Destino Manifiesto. Comparto esos temores y por ellos me
opuse a Bahía de Cochinos. Pero lo que la ley de solidaridad propone es
facilitar un esfuerzo masivo de grupos, cubanos o no, para ayudar a que vaya
creciendo poco a poco la sociedad civil, infraestructura esencial para el
renacimiento democrático de Cuba. Ya no habrá otro Estrada Palma.
Digo, a menos que el presidente Bush acceda al pedido insólito de los
hermanos Castro de ayudar a Raúl a consolidar el régimen después
de la muerte de Fidel.
La ayuda solidaria se hace urgente. Puede llevar a la masificación de
la disidencia interna hasta el punto en que exceda la capacidad represiva del régimen.
Precisamente cuando el liderazgo carismático de Castro entra en una
crisis irreversible. Desde el prisma del contexto interno y externo en que vive
el pueblo de Cuba hoy, la Ley de Solidaridad es altamente oportuna. Debemos
apoyarla. Como dice la canción... "la hora está llegando y
está llegando''.
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