Oswaldo Barreto. Tal
Cual. Caracas, martes 19 de junio de 2001
Los Comités de Defensa de la Revolución, conocidos en todo el
mundo por sus siglas, CDR, representan la más genuina forma de organización
política de la revolución cubana, así como el emblema
supremo de lo que ha sido su trágico proceso. Brotaron literalmente del
seno de la sociedad y fueron institucionalizados por un decreto del gobierno, el
28 de septiembre de 1960, esto es dieciocho meses después de la llegada
de Fidel Castro a la cúspide del poder central. El fin que en sus
comienzos perseguían no era consolidar la revolución, sino
inventarla; no era, en consecuencia, imponer un credo, sino encontrar los
caminos para cambiar la vida en la isla y los medios adecuados para transitar
por ellos. Era una forma de organización que estaba, entonces, en
perfecta sincronía con lo que buscaba la nación entera, una vez
derrotado el régimen de Batista: qué hacer con Cuba libre
-afectada, a pesar de su insurrección triunfante, de los mismos males que
heredara en su mediatizada independencia. Eran los años en que el Che
Guevara hablaba abierta e insistentemente del peligro mortal de suscitar formas
de acción y creación de instituciones que "pudieran hacernos
perder de vista la aspiración revolucionaria última y más
importante: ver al hombre liberado de la alienación" (entiéndase:
la libertad y la autonomía del hombre).
Para buscar las formas de multiplicar la libertad, la autonomía y la
independencia de los seres humanos, ahí mismo donde ellos viven, se
organizaron las mujeres, fundamentalmente aquellas que sólo en esos
lugares podían emprender semejante búsqueda, las amas de casa. Ese
es el origen de los CDR y por una década cuando menos las tareas a las
que se consagraron fueron las mismas que ocuparon a aquellas mujeres: cómo
participar en una economía que no habría de basarse más en
la explotación de unos cubanos por otros y no tendría por base
social y política la cadena de dependencias que todos conocían:
dependencia de la caña de azúcar, que era, a la vez, dependencia
de una élite rica y de los norteamericanos, pero dependencia, igualmente
de consolidadas perversiones sociales, como el racismo o las formas alienantes e
inhumanas del juego o el placer. De eso se ocupaban los CDR en un comienzo,
cuando gobierno y sociedad pensaban que era posible cambiar todas esas cosas.
Vino el fracaso y la resaca de errores, tantos errores cometidos en la
artificial construcción del socialismo. Y los CDR pasaron de una
organización de creación e invención de formas
revolucionarias a un instrumento de represión y de abominables prácticas
de espionaje cotidiano.
Lo trágico de esta metamorfosis es que ella no viene del seno de los
CDR. Es otra decisión del poder central.
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