Por: Vicente Martínez Emiliani. El Espectador.
Bogota
Ahora le tocó el turno a Gustavo Stroessner, asilado en Brasil después
de su caída, "en surcos de dolores", hace más de doce años.
Y vuelve y juega, con nuevos elementos, el general Pinochet, puesto en la picota
desde 1998.
El análisis desapasionado del caso del ex mandatario chileno para no
hablar de la solicitud de extradición del ex hombre fuerte del Paraguay,
pone en evidencia la existencia de un claro prejuicio político. Desde el
fondo de un profundo resentimiento, que ya parecía superado por el mismo
pueblo que sufrió en sus carnes la opresión de un régimen
despótico, se alzó la voz de un rencor contenido. Y un juez español
solicitó la detención en Gran Bretaña del anciano dictador
que había ido a buscar alivio a sus padecimientos físicos y no
asilo o clemencia por pecados cometidos en ejercicio del poder.
La controversia sobre si fue ajustado a derecho el fallo de los lores de
Londres, que contradijo la sentencia de un alto tribunal sobre la inmunidad de
los ex jefes de Estado, aunque de indudable importancia, no es lo fundamental.
La esencia del asunto es que se abrió un debate sobre una vieja forma de
analizar los delitos, a partir de la ideología del acusado. Lo que ha
constituido, de tiempo atrás, un estilo sesgado de cobrar culpas o de
impartir absoluciones.
Desde el amanecer del régimen comunista en Rusia, instaurado encima
de la sombra desvanecida de los Romanov, comenzó a hacer carrera la
peregrina tesis de que la "inteligencia" es atributo de la izquierda.
En la otra orilla acampa la medianía. La arbitrariedad y la fuerza se
adjudicaron a las derechas. Se olvidó, no obstante, que la revolución
de octubre inspirada por Lenin sembró de muerte las ciudades y las
estepas, y que, aún, Nicolás II y su familia fueron innecesaria y
cobardemente asesinados en una fría madrugada de Ekaterimburg. La mano
despiadada del gobierno soviético no perdonó cabeza. Su garra de
terror se estiró hasta México para cortar la vida de Trotsky,
porque éste no comulgaba con los métodos de Stalin. Pero la teoría
de la intelligentzia selectiva siguió su marcha. Fue alimentada durante
la Segunda Guerra Mundial y, después de ella, por la violencia del
nacional-socialismo y sus aliados. Se convirtió en verdad sacramental la
especie de que sólo las ideologías de derecha conculcaban las
libertades y oprimían a los pueblos. Del otro lado estaba la luminosidad
intelectual.
La experiencia demostró lo falso de la superchería. Sin
embargo, consecuencia de la tesis, de cierta manera, es el caso Pinochet. Y
ahora el de Stroessner. Los dictadores meridionales son acreedores de
estigmatización y condena. No así Fidel Castro quien, durante 42 años,
ha esclavizado a una nación y sometido a la miseria a un país
digno de mejor suerte, en contraposición al general chileno que salvó
la economía de su patria.
El tratamiento discriminatorio aplicado a los gobernantes, así como a
los violadores de los derechos humanos, es un escarnio a la justicia. Hay que
poner las cartas sobre la mesa. Que se establezcan las culpas con equidad, al
margen de rencores o antipatías. Que se condene al déspota de
Cuba. Que se niegue asilo a los voceros de la guerrilla colombiana, protegidos
por México y por Suiza. Los crímenes de los insurgentes no pueden
quedar impunes. Que se enjuicie a los terroristas de todas las procedencias. Que
protesten los pueblos y los gobiernos del mundo por los millones de sacrificados
en la URSS, y por las decenas de miles de cubanos ajusticiados o expatriados y
por los incontables chinos que cayeron bajo Mao y sus seguidores.
No. La justicia no puede tener membretes. Pinochet, otra vez en la picota,
tal vez no sea un santo. Pero Allende tampoco era un arcángel ni Castro
es un serafín. |