Maria Marquez. Publicado el miércoles, 13 de junio
de 2001 en El Nuevo Herald
Vivimos un terrible momento de confusionismo, en el que se aceptan más
las fórmulas emotivas que las analíticas y realistas. En el tema
de la causa de la libertad de Cuba, a ratos el exilio --junto a su fervor
extraordinario-- exhibe ingenuidad en torno al endemoniado castrismo. Ya estamos
cansados de probar y comprobar a supuestos exiliados, supuestos disidentes,
supuestos desertores, supuestos balseros, que terminan siendo agentes abiertos
de la tiranía.
Pero no aprendemos. Seguimos sin ese poder de análisis,
inconcebiblemente ausente por más de cuarenta y dos años, que
impide profundizar para descubrir realmente quién es quién. Qué
se esconde tras una sonrisa amplia y fácil. Qué historia es cierta
y cuál creada. Cada día arriba alguien a quien no se le piden
credenciales. Nadie revisa lo que fue. Lo que hace. Con qué lo que hace.
Por qué lo hace. No se busca el expediente, así se hace el
seguimiento.
Y mientras se dispone del tiempo para marcar a los que están
marcados, como los artistas, mientras se ruge en manifestaciones con los que no
llevan puesta máscara, se descuidan los verdaderos protagonistas de la
penetración tiránica, que llegan por todas partes, usan todos los
canales.
Una gran parte de nuestro exilio --no sólo en el sur de la Florida,
sino en otros países como España y Francia-- sufren de esnobismo.
Están frenéticos por sumarse a algo que pueda acercar la patria a
la meta de la libertad. Se precipitan, que es lo que persigue Castro, y le hacen
un tremendo daño a la causa. El miedo del que el Papa hablara está
en el exilio. Y muchos de mis colegas se niegan a expresar las verdades, ante el
temor de la crítica --posiblemente ejercida por los infiltrados-- o de
ganarse la antipatía de otros que piensan distinto. Estamos luchando
contra la tiranía. Y por la democracia. Y perdemos el sentido de que,
precisamente en democracia no puede existir miedo. Y que la pluralidad de ideas
es tan necesaria como el aire que respiramos.
Conozco un político snob que se rasgó las vestiduras por el
hijo de Paula Valiente, cuando llegó con su Virgen descascarada y todo.
En aquellos días le pedí ayuda para un ex preso político
que cumplió 26 años en las cárceles. Un excelente
carpintero ebanista. Sin trabajo. El político prefirió darle la
espalda a un luchador de vanguardia, porque era más importante para sus
campañas aparecer al lado de la Paula.
Tengo una amiga que me habla constantemente de su lucha por la libertad de
la patria. De sus combates. Salió de Cuba tan pronto como le "pisaron
el callo''. Era más cómodo esperar por los marines, que no
soportarían a Castro más de seis meses, a noventa millas. Los únicos
combates en que la veo en el exilio tienen como armas cuchillo y tenedor. Veinte
de mayo: desayuno. Diez de octubre: cena.
Cuando le comenté a un personaje del patio que no apoyaba el Proyecto
Varela, me dijo que "por algo había que empezar''. Creo que sí,
pero al revés. Empezar por no aceptar la constitucion indigna y
sangrienta actual. Empezar por tener más memoria y tomar de ejemplo a los
valientes que les antecedieron y terminaron en el paredón por no
compartir el futuro con un tirano.
Empezar por recordar que el malagradecimiento es traición. La cláusula
contra la participación de un exilio que le ha dado sustento económico
y moral a esa disidencia es de un cinismo y un oportunismo inaceptables.
Definitivamente, hay gente que no conoce cómo se logra la libertad.
Castro ha conseguido implantar el mito de la libertad de expresión,
porque permite que un grupo de compatriotas transmitan sus noticias al exterior.
Noticias, por supuesto, que no constituyen peligro alguno para la tiranía.
¿Quién convence a un europeo, un asiático, un latino, un
norteamericano de a pie de que Cuba asesina a un periodista de verdad que diga
lo que pasa en la isla?
Algún día hay que decirle a esa gran parte mal informada del
exilio lo que es la lucha contra Castro. Y demostrarle la historia de esa lucha
en los diez primeros años de la revolución. Enseñarle que
el terror más organizado, la represión más brutal se
consolidó en aquellos años. Y que los hombres y mujeres que se
enfrentaron a ellos eran seres humanos, no autómatas, tenían
padres, hijos, hermanos. No poseían recursos. Tampoco pedían
dinero por cumplir su deber. Sus familias pasaban hambre. Sufrían
ostracismo. Eran perseguidos y hostigados. Nadie les abría las puertas.
No los escuchaban. Los delataban. Siguieron y dieron la más magistral
lección de honor.
Es una vergüenza que no los conozcan. Que no los imiten. Que no los
sigan. Que no los respeten. Hay disidentes callados en la patria. Que hacen su
trabajo con responsabilidad y discreción. Nadie los exhibe. Pocos los
conocen. Algún día se sabrán sus nombres. Están
perseguidos, como estuvieron los patriotas de la década del sesenta.
Cumplen con su deber. No piden nada. Hay presos con largas condenas. En el mismo
caso. Sin propaganda. Son héroes anónimos. Sufren rigores casi
insostenibles. Pocos los conocen. No piden nada. Como las familias de los
sesenta, siguen adelante.
Son muchos los que en este momento de confusionismo creen que el dinero es
necesario para la lucha. Y claro que lo es. Pero para la misma lucha de los
sesenta. Que no tenía micrófonos. Ni cámaras. Ni tribunas
internacionales. Sólo coraje y más coraje. A esa ayuda me sumo. A
la otra, no.
Periodista y ex presa política cubana, es presidenta de la
organización Mujeres Luchadoras por la Democracia.
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