Mujer
aburrida se mira al espejo
Tania Díaz Castro, UPECI
LA HABANA, julio - Se dice que la capital cubana avanza, que está en
primer lugar en cuanto a la educación superior, la ciencia, la tecnología
y el medio ambiente se refiere. Todo esto reconocido por el Buró Político
del Partido Comunista de Cuba.
La ciudad de La Habana, con nombre femenino, hay quienes la comparan con una
dama que si no se renueva, si no avanza por los caminos del desarrollo llegará
el momento en que se convertirá en un vejestorio por la falta de
acicalamiento y aderezo.
Cuando me detuve unos instantes ante el ventanal de cristal de las oficinas
de la agencia de prensa CNN, situada en los pisos superiores del hotel Habana
Libre, vi así a La Habana: Un verdadero vejestorio coronado de azoteas
mugrientas, edificaciones deterioradas y faltas de pintura. No es la ciudad que
vi, desde los altos de ese mismo hotel, en la década del cincuenta. La
Habana es una vieja aburrida que se mira en el espejo de sus aguas turbias de la
bahía, y no se ve linda.
Para que pueda lucir algunos de sus viejos atractivos, el historiador de la
ciudad, Eusebio Leal Sprengler, se impuso un reto difícil: buscar
recursos financieros para rescatar de las ruinas lo que casi se había
perdido para siempre. No sólo se interesó por las fachadas como se
ha hecho a lo largo de varias décadas de régimen castrista. Sus
planes abarcan los niveles de reconstrucción, restauración y
rehabilitación.
Pero rearmar La Habana no es tarea fácil. Yo diría que es casi
imposible bajo un estado totalitario que prohíbe toda iniciativa privada.
Hemos visto cómo a lo largo de estos años han desaparecido
edificios de gran importancia histórica. Otros seguirán desplomándose
a pedazos, porque es mucho el deterioro acumulado. Se estima que un millón
de turistas visitará La Habana para el 2005. Ellos presenciarán
una ciudad que desaparece poco a poco por el abandono y el desinterés
estatal. No hubo necesidad de huracanes ni terremotos, ni de otros fenómenos
naturales.
Hoy quiero recordar a La Habana como era: luminosa, con parques bien
cuidados, calles asfaltadas, aceras recién construidas, vida nocturna
atractiva, comercios cuyos letreros lumínicos alegraban calles y
portales. Sí, la recuerdo, por qué no, como una dama elegante,
bien vestida, educada y alegre. Hasta aquel pintoresco personaje suyo que él
mismo se nombraba "caballero de París" lucía hermoso,
envuelto en su capa de color negro, vagando por la Avenida del Prado.
Me pregunto cómo se vería hoy La Habana si hubiera continuado
el ritmo arquitectónico de los años cincuenta, cuando se
construyeron los edificios de la hoy llamada "plaza de la revolución",
hoteles de lujo, museos, los túneles de la bahía y de la calle Línea,
los altos edificios de apartamentos del Vedado, y tantos más.
La capital cubana hoy es otra ciudad. Nadie puede negar que se trata de un
lugar sucio y empobrecido, que ante cualquier chaparrón se le inundan sus
calles de aguas albañales y se desploman los edificios habitados.
Tanto quiero recordarla cómo era que el otro día me negué
a visitar el barrio de La Loma del Angel. Sé que por sus calles ocurren
derrumbes, que el espíritu de Cecilia Valdés ya no se percibe, que
la policía acosa al negrito Pimienta pidiéndole el carné de
identidad en cada esquina. A veces pienso que hasta Dios se ha olvidado de La
Habana.
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