De pie los
esclavos sin pan
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, julio - Siempre que visito la casa de algún amigo y veo el
estado de los muebles que poseen recuerdo la letra de La Internacional. En Cuba
se vive de pie. Es difícil sentarse en un butacón confortable, en
un sofá mullido, en cómodo sillón. La gente usa todavía
los tarecos heredados de sus abuelos. Es como si durante cuarenta años se
hubiera perdido el hábito de arrellanarse a conversar en familia o
disfrutar una siesta al compás del dulce bacalao mientras el caluroso
mediodía pasa.
Viejos chirimbolos desvencijados muestran sus muelles oxidados, heridas
mortales hacen aparecer la guata amarillenta de sillas que son casi una antigüedad,
las antañas rejillas tejidas con gracia han sido sustituidas por la
primera tabla sin pulir que apareció, un clavo peligroso para la
integridad de faldas y pantalones asoma su cabeza herrumbrosa, una moldura ya
desencolada amenaza con desmoronarse a la menor sentadita. Ese es el atuendo de
salas y comedores en Cuba.
Los más dichosos han conseguido que un amigo soldador les construya,
con cabillas corrugadas, unos asientos de tan rústico aspecto que parecen
más sillas de tortura que muebles hogareños. Una alucinante fauna
de artefactos de los más insospechados materiales invita al descanso o a
la huída, nunca se sabe.
Sin embargo, ah, siempre hay un pero, las tiendas por dólares están
engalanadas por muebles envidiables. Sus vitrinas y salones muestran un decorado
que parece sacado de alguna película. Camas de cabeceras doradas, mesas
de cristal bruñido, sillas de un tapizado invitador. Todas con un
cartelito prohibitivo que irrita los ojos. Doscientos cuarenta dólares,
cuatrocientos treinta y cinco dólares, mil doscientos ochenta dólares.
¿Quién le mete el diente? ¿Quién gana en Cuba lo que
cuesta cualquier jueguito de comedor o sala? Es un sueño, una ilusión,
que todo en la shopping es sueño, y los sueños, sueños son.
Se despierta uno sobre el mismo balance en que nuestra abuelita nos cantó
las primeras nanas.
Es como un castigo. De pie los esclavos sin pan, y sin muebles, y sin ropa,
y sin transporte, y sin... No basta con andar de pie en los camellos, sino que
cuando uno llega, al fin, a su casa no sabe si echarse en un rincón o
correr el riesgo de descalabrarse cuando se tire sobre esos trastos cansados ya
de soportarnos.
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