Las
vacaciones: épica odisea
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, julio - Con su carga de expectativas llegaron las vacaciones, y
con ellas también las tribulaciones de los padres: ¿A dónde
llevar los muchachos? En Cuba, las respuestas son esencialmente dos.
Como en cualquier parte del mundo, uno depende del poder adquisitivo de la
familia. Quien tenga un buen negocito, por demás cosa atípica en
la isla, o quien reciba remesas de sus familiares en el extranjero podrá
alquilar autos para salir de paseo, irá a comer a buenos restaurantes e
incluso organizará fiestas elegantes.
En el reverso de la moneda, a cuenta de los magros salarios que paga el
estado cubano, es muy difícil ver a alguien darse la buena vida durante
el período vacacional.
La otra vía para tener unos días de asueto no depende tanto
del poder económico, sino del nivel de relaciones o del grado de inserción
dentro del régimen que tenga alguno de los miembros de la familia.
A través de esta vía acceden a los denominados planes
vacacionales los trabajadores destacados de los distintos organismos estatales.
Ultimamente se ha puesto de moda que las diferentes empresas erijan sus propios
inmuebles en los centros recreativos del país.
Pero aquí entra en función el "sociolismo", por lo
que es muy común ver a trabajadores ejemplares que pasan las vacaciones
en sus casas, ahogándose de calor, mientras sobrinos, primos terceros o
amantes de dirigentes empresariales o del Partido Comunista disfrutan de las
instalaciones recreativas originalmente concebidas para el disfrute de la
vanguardia del proletariado.
Es obvio que el número de centros recreativos disponible para los
nacionales es insuficiente. En el período vacacional apenas hay
capacidades disponibles en las bases de campismo.
En este punto es oportuno recordar que los cubanos de la isla tienen vedado
el acceso a los mejores hoteles, reservados por el gobierno para el disfrute
exclusivo de los extranjeros aunque, como ahora, hay pocos visitantes. El régimen
prefiere que la mayoría de las 35,300 habitaciones disponibles (22,941 en
instalaciones de cuatro y cinco estrellas) permanezcan vacías, antes que
permitir el acceso a ellas de los nacionales.
Por supuesto, en un país donde hay tantos vanguardias, tanto
despotismo y tan pocos centros recreativos para el trabajador común, para
poder disfrutar de las vacaciones como debe ser hay que tener, además de
la abnegación de un mulo y la palanca de un gran tío, la suerte de
un elegido.
Pero, entonces, ¿qué queda para el que no tenga un buen negocito
ni un uncle Sam ni un uncle "mayimbe" ni sea vanguardia ni tenga la
suerte del elegido, y sea cubano residente en la isla?
Pocas opciones quedan para los excluidos que, paradójicamente,
constituyen la gran mayoría del pueblo cubano. Unos optan por dar la dura
batalla que significa transportarse (el Ministerio ya anunció que no hay
más carros) hasta la playa y poder regresar por la tarde, pues como ya se
sabe los centros de alojamiento ubicados en el litoral están copados por
los elegidos.
Otros se desplazan hacia las casas de sus familiares o amigos en el campo,
cargando alimentos y ventiladores para ocasionar menos molestias.
Y la generalidad se resigna a permanecer en sus viviendas, acalorados por el
verano y por el humor de perro que significa atragantarse la politiquería
televisada de los sombríos canales estatales, con el estómago
rugiente.
Incluso están aquellos que, carentes de tíos importantes, de
suerte, y excluidos de toda opción posible, aburridos y desilusionados,
aprovechan el buen clima de las vacaciones y ponen proa norte lanzándose
al Estrecho de la Florida ya sea a vela, remo, natación, en franco desafío
a los tiburones del área.
De cualquier modo, las vacaciones en Cuba son una épica odisea.
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