Basuranao
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, julio - Cuba es un eterno verano, dice el slogan turístico.
Y es verdad. En Cuba todo está siempre que arde. La televisión está
en candela. Está que arde el asunto de la alimentación. Hierven
las colas para el camello. Se evaporan los medicamentos en las farmacias.
Barbullen los comentarios contra el gobierno. Ebullen los precios en el
agromercado. Sólo se apagan los hogares con los cortes de electricidad, y
entonces el calor enciende los estados de ánimos.
Pero de todos modos ha llegado el verano, el otro, el de verdad. Ha
concluido el curso escolar. Las casas se han llenado de niños que,
supuestamente, están de vacaciones. Las madres andan enloquecidas. No
saben cómo arreglárselas para atender, a la vez, a los niños,
al empleo y los quehaceres hogareños. Eso sí es ebullición.
Mi hijo se cuenta entre los vacacionistas. Terminó su curso con
resultados sobresalientes y espera se le cumplan las promesas hechas para el
verano. Viajar a Morón e ir de pesquería, montar bicicleta sin
horario, disfrutar de la playa hasta el anochecer, ver animados todo el día,
coleccionar piedras de mar a lo largo de la costa.
Lo de viajar a Morón es una locura. Tomar un avión, un ómnibus,
un tren supone una cola de semanas en las agencias o un soborno sustancioso a
los empleados. Lo de la playa es otra aventura peligrosa. Las más
cercanas son las del este: Guanabo, Santa María, El Mégano. Llegar
a ellas conlleva una cola de tres horas, regresar otra cola de tres más, ¿a
qué hora se bañaría el niño después de viaje
tan estimulante?
Estos detalles le brindo para el incumplimiento de mi promesa. El, que es un
muchacho sensato, lo entiende. Me hace un chiste. "Vamos entonces a
Basuranao". "Bacuranao, querrás tu decir", le corrijo. El
se ríe. Caí en su trampa. "Basuranao, papá, Basuranao.
Allí no hay agua potable, no hay merienda, no hay sombrillas, no hay
botes, en fin, es una basura pero está cerca". Me río. Tiene
razón mi hijo. Bacuranao es una caleta mínima de apenas un kilómetro
de arenas. Sus antiguas instalaciones gastronómicas están
destruidas, no hay establecimientos para guardar las pertenencias y para colmos
el agua potable brilla por su ausencia. Su único atractivo es que puede
llegarse en camello. Después que el M-1 te deja en la academia militar sólo
tienes que caminar dos kilómetros y ya la playa es tuya. Bueno, si
encuentras un rinconcito vacío, ¡es tan cómodo que La Habana
entera se muda para allí! No sé de dónde sale tanta gente.
Lo más seguro es que no quieran ir a Varadero.
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