CUBANET .INDEPENDIENTE

3 de julio, 2001


Salir o no salir: el dilema de los médicos cubanos

Lucas Garve, CPI

LA HABANA, julio - Existe en Cuba una escala de valores invertida y desvalorizada. Estaremos seguramente de acuerdo en que en la mayor de las Antillas uno de los problemas principales es el de la "descapitalización" profesional.

Usted debe saber que, en el último decenio, miles de profesionales -muchos de ellos especializados- abandonaron su carrera para ejercer oficios preferiblemente en el sector de los servicios. Entre ellos un buen número de médicos de diferentes especialidades.

I

Hace poco una mujer madura que compartía con cuatro pasajeros y yo un taxi privado -casi imprescindible actualmente para trasladarse en La Habana- sintió un malestar repentino. El chofer se reveló atento y emitió un consejo certero: "Señora, vaya a un médico para que le hagan un análisis, porque usted puede tener anemia".

Después de descender la señora, un poco aliviada, nuestro conductor reveló que él era médico, pero convertido en chofer por necesidad.

Desde las malas condiciones de trabajo: falta de medicamentos y de reactivos para realizar exámenes de laboratorio clínico, no hay película de radiografías... hasta la situación económica familiar, todo conspira contra los médicos y cualquier otro profesional. Según cifras oficiales, hace tiempo que en la isla se gradúan entre dos mil y tres mil médicos cada año.

Hace unos diez años comenzó el Plan Médico de la Familia. Sin embargo, la presión de trabajo soportada por los médicos es bastante fuerte. Sólo un ejemplo: luego de 24 horas de guardia en un hospital o policlínico, ellos tienen que cumplir su horario normal de trabajo. A esto le llaman "estar de postguardia".

II

Pero el nudo del problema -igual que en otros sectores profesionales- no es otro que el de la remuneración. Un médico general gana 400 pesos, un especialista entre 550 y 700 pesos, en un país donde los productos imprescindibles (aceite comestible, jabón, detergente, carnes, entre otros) se compran con divisas (dólares estadounidenses) o se les fijó un precio en moneda nacional sobre la base del precio en dólares (si se adquieren sin restricción) y a una tasa de cambio que reduce, por ejemplo, el salario de 700 pesos mensuales a menos de 34 dólares.

Un dato interesante puede ser que dicha cifra equivale a un par de zapatos comprados en los comercios dolarizados del país.

Coincidirá conmigo que estas causas, someramente descritas, unidas a muchas otras: burocracia, falta de derechos, poca atención a los problemas individuales, motivan al abandono de una carrera profesional y, además, incentivan el deseo de salir del país.

Para evitar esto último, el Ministerio de Salud Pública puso en vigor un reglamento que impide a los médicos salir del país mediante gestión personal y privada, excepto si es enviado a prestar servicio en algún país del Tercer Mundo en zonas preferiblemente marginales.

Notable labor, pero usted estará de acuerdo conmigo, acerca del derecho del profesional a elegir viajar donde desee, sea por invitación privada o por gestión estatal en prestación de servicio.

No pocos médicos han abandonado su "misión" en el extranjero para instalarse en algún país del Primer Mundo. Allí donde puedan encontrar posibilidades de vivir de acuerdo con su nivel profesional, si consiguen reanudar su carrera.

También existen casos de médicos que sufren castigo por pedir la salida de Cuba. Ellos son alejados de sus antiguos centros de trabajo y no se les permite ejercer su especialidad en el puesto laboral donde los reubican.

Los "decididos" deben esperar cinco años para obtener el permiso de salida (la liberación del ministro), sin embargo hay quienes no lo logran nunca. Ser médico hoy mismo en Cuba equivale a estar retenido en su propio país.

Un médico joven cometió el error de pedir permiso oficialmente para salir de la isla por invitación de una colega extranjera de la que se enamoró. La respuesta obtenida fue el traslado a una consulta desde su plaza de profesor de una facultad de Medicina.

Desesperado por la difícil situación en que se encuentra me explicó su desilusión sobre su futuro. El joven profesional se halla ahora en un callejón sin salida.

III

Podrán ciertamente oponerme que el gobierno cubano envía ayuda médica a muchos países. Más de mil médicos ofrecen sus servicios a enfermos en diferentes regiones del mundo adonde los cuidados médicos-sanitarios no llegan. Viven junto a sus pacientes. Reciben un por ciento en dólares por sus servicios, y el importe de su sueldo más el diez por ciento en moneda nacional es pasado a sus familias.

Ellos ejercen su profesión sin ánimo de lucro. Brindan servicios gratuitos a la población que atienden y establecen una diferencia con los médicos del propio país donde prestan sus servicios.

Pero, hoy por hoy, para un médico cubano es la única manera de salir del país con excepción de ciertos profesionales de la salud que viajan al extranjero, sea por causa de intercambio profesional, sea por pertenecer a alguna asociación nacional relacionada con homólogos en el exterior. Casi siempre, médicos y otros profesionales de la salud pertenecientes a un centro especializado. Podrá comprender que el reconocimiento profesional parte entonces de la pertenencia a una institución de cierto prestigio y no al individuo como tal.

Usted apreciará ahora que sin estar insertado en un marco laboral altamente reconocido las posibilidades de viajar al extranjero por iniciativa individual son nulas. Las autoridades gubernamentales no se han recuperado nunca del trauma sufrido a inicio de los años 60, cuando unos tres mil galenos -lo mejor de los especialistas cubanos, salvo contadas excepciones- emigraron a Estados Unidos de América u otros países.

Esgrimen el argumento del "robo de cerebros" y las dificultades del esfuerzo por construir un sistema de salud único en el mundo a pesar del "bloqueo yanqui" para ejercer presión sobre el personal científico de la salud en Cuba.

No obstante, hay médicos inconformes con la medida tomada. Para ellos el derecho de viajar libremente no debiera ser impedido por ninguna razón, ya sean políticas o profesionales.


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